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A más de 10 años del surgimiento de la herramienta, las personas reconocen los beneficios de estar más comunicados pero padecen la falta de un pacto de diálogo y la excesiva conectividad. Tips para evitar prevenir “un ataque de WSP”
YAEL LETOILE
Por YAEL LETOILE
“Termina la jornada. Me voy al sobre y me acuerdo que tengo mensajes de WhatsApp sin responder y audios sin escuchar. Reviso sólo el día de hoy: mantuve 94 conversaciones individuales o en grupos”, escribió en Twitter la periodista Luciana Mignoli –40 años– a las 11.37 pm del 19 de octubre de este año, “y eso que fue un día tranqui, promedio. ME VOY A MORIR DE UN ATAQUE DE WHATSAPP”, presagió.
Sin dar números, Federico Pascoli, 44 años, empleado administrativo y músico platense, cuenta que usa la aplicación del telefonito en forma permanente. “Estoy constantemente corroborando los mensajes y si no suena a veces también lo reviso, cosa que no es un orgullo para mí”, reconoce aunque dice sentirse muy dependiente pero no esclavo.
Daniel López Leira, 54 años y comerciante de Los Hornos, no vive pendiente del WhatsApp pero sí atento. Lo usa en forma particular y comercial porque todos sus vínculos se comunican por ese medio. Las notificaciones comerciales que van cayendo a su celular solo las mira cuando puede responder porque sino se olvida.
“La actividad con WSP es cada día es mayor. Toda la comunicación pasa por esta forma: texto, audio, foto”, responde a una consulta de este medio. Sí, adivinó: por WhatsApp. Y aunque apenas tiene grupos y participa poco, se siente esclavo de la aplicación y del celular y evalúa tomar medidas como “usarlo como teléfono fijo y no llevarlo más fuera de casa”.
Entre los renegados del chat también se anota Juan Manuel Lucero, miembro del News Lab Lead de Google y profesor de la Universidad de San Andrés y Universidad Austral. En septiembre de este año anunció en la red social del pajarito: “Estoy a días de borrar Whatsapp de mi celu. Hay mil razones para ello: recuperar mi atención y mi tiempo son las dos primeras. Hace 1 año y medio comencé saliendo de todos los grupos y dio resultado. Ahora comienza la fase II”.
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Si bien no hay dudas sobre los beneficios del servicio de mensajería que nació en 2009 y hoy utilizan 1.500 millones de usuarios en el mundo, la falta de un pacto de diálogo y la excesiva conectividad que genera la herramienta, se cuentan entre los principales problemas a resolver entre los productores de la tecnología y la comunidad de consumidores, sostienen los expertos.
“Vivimos en un mundo donde la tecnología nos interrumpe, mensajea y llama”
“La posibilidad de comunicarnos mejor, la cantidad de familias que están comunicadas y el hecho de acelerar muchas resoluciones hacen que haya pocas dudas sobre los beneficios de WhatsApp, pero al mismo tiempo mucha gente se siente esclava. Con lo cual, es una herramienta excelente que, como muchas otras, tenemos que aprender a utilizar”, propone Sebastián Bortnik, especialista en seguridad informática y uso sano de las tecnologías. ¿Será? Veamos.
Hace un mes, los chicos y chicas de 6°C de la Escuela Anexa se fueron de viaje de egresados a La Rioja. Para sorpresa de los padres, el grupo de WhatsApp generado por los docentes acompañantes era unidireccional: como administradores ellos podían enviar mensajes, imágenes y audios, pero nadie más.
Más de uno respiró aliviado, mientras que otros quemaban con preguntas sobre dónde pararían, qué comerían y cuándo llegarían a destino en el grupo de WSP original. El que funcionó desde que los niños llegaron a primer grado para compartir tareas, recordar actos y fechas importantes, definir regalos para las maestras y demás.
“Odio tener el numerito que te avisa. Cuando estoy en reuniones guardo el celular para concentrarme y cuando lo vuelvo a ver tengo 170 notificaciones en hora y media”
Luciana, que además de periodista es docente investigadora y militante feminista, tiene cerca de 40 grupos y vive pendiente de la aplicación. “Tengo grupos de las distintas esferas del trabajo, de militancia y de la vida misma. Desde los grupos de la familia, los de padres y madres de escuela y jardín, grupos para comprar regalos de la escuela y del jardín, y lo que más tengo son grupos de articulación y trabajo con temáticas feministas, de salud sexual, pueblos originarios, de investigación y de redes de las que formo parte”, detalla.
La app y los grupos que tiene le facilitan la vida. Por ejemplo: “El grupo de regalos del jardín, donde hay muchos cumpleaños todo el tiempo y es un tema resolverlo. Ahí las madres, porque nos atraviesa el género y todos los grupos que tienen que ver con cuidados están femenizados, me resuelve mucho la vida porque nos rotamos o compartimos tareas para hacerlo”.
“Estoy constantemente corroborando los mensajes y si no suena a veces también lo reviso, cosa que no es un orgullo para mí”
Otra gran facilidad es la posibilidad de sacar turnos a través de la herramienta: “Eso también es espectacular porque no tengo que estar horas al teléfono para pedirlo o escuchando el tono de ocupado”, valora, y lo mismo sucede con la posibilidad que da la app de articular redes de intercambio como la Red de Investigadores en Genocidio y Política Indígena que le permite conectarse y debatir con personas de distintas provincias a lo largo de todo el país.
Las maravillas de la comunicación en línea tienen su lado oscuro. Luciana lo descubrió una noche y se descargó en Twitter. Es que, como muchas personas, no resiste tener notificaciones pendientes.
“Es interesante pensar que estar más comunicados no significa estar mejor comunicados”
“Odio tener el numerito que te avisa. Cuando estoy en reuniones guardo el celular para concentrarme y cuando lo vuelvo a ver tengo 170 notificaciones en hora y media, que es más o menos el caudal de información. Entonces lo marco como leído aunque se hayan hablado muchas cosas y no llegue a ver todo –dice– porque no me banco que exista la notificación pendiente”.
Otro problema habitual es cierta obligación a responder que genera la herramienta. “Quien consigue tu número, cosa que me pasa seguido, manda un mensaje; yo no dí mi consentimiento a charlar, no dije puedo ayudarte responderte o puedo escuchar un audio de 3 minutos de alguien que no conozco y no sé cómo llegó a mí”, explica la periodista, “pero como trabajo temas sensibles me siento en la obligación de escucharlos, y a veces me da angustia no llegar a tiempo para responder todo eso que se necesita”.
“`Clavarle el visto´ a alguien no tiene nada de malo”, opina Sebastián Bortnik
A Daniel, que tiene una fábrica de cortinas roller, el trabajo se le facilitó con la app pero con algunos costos. “En lo comercial facilita la respuesta rápida ante consultas de repuestos o preguntas que se pueden responder con fotos. La contra, no tenés tiempo ni vida: son las 3 de la mañana y entran mensajes preguntando cosas que no tienen ninguna urgencia”, dice sin dejar de reconocer que la autorización de órdenes de prácticas médicas por esa vía es otra gran funcionalidad de la aplicación.
Para el contacto familiar y el control de los chicos, WSP resulta una herramienta indispensable. “Cuando hay una actividad especial donde esperamos que ellas se comuniquen con nosotros estamos revisando el celular cada 5 minutos, de manera tal que te abstrae de lo que estás haciendo en ese momento y te enfoca la atención ahí”, dice Federico, que tiene dos nenas de de 13 y 7 años, y admite: “de eso no puedo escapar”.
La historia es conocida y arrancó acá. El ucraniano Jan Koum alumbró la idea de crear el servicio de mensajería durante una visita a la Argentina, motivado por los excesivos problemas que tuvo para comunicarse con sus amigos y familiares.
“Durante mi estadía en la Argentina era muy difícil conseguir que la gente me llame o llamar a otras personas. Conseguí una tarjeta SIM pero no pude entender cómo hacer para que me llamen, los códigos de marcación y ¡los prefijos son tan complicados!”, contó en un video.
Casi un 80 por ciento de los argentinos utiliza la plataforma, según un estudio de la Corporación Latinobarómetro realizada en 18 países de América Latina publicado en marzo de 2019.
Durante más de 10 años, el servicio de mensajería más popular del mundo fue innovando en recursos, usos y posibilidades: desde su creación se podía enviar fotografías; en 2011, habilitó la opción de realizar chat grupales. El envío de emojis, íconos para describir gráficamente situaciones y emociones, se actualiza anualmente.
En 2014 la empresa WhatsApp fue adquirida por Marck Zuckerberg, fundador de Facebook, por 21.800 millones de dólares. En febrero de 2015 se hicieron efectivas las llamadas de voz y en noviembre de 2016, las videollamadas, y ambas opciones, pero en grupo, en julio de 2018. Hoy, la fiebre por los memes, mensajes multimedia que describen situaciones, conceptos o ideas, generalmente desde el humor, revitalizaron la comunicación por WSP.
“Vivimos en un mundo donde la tecnología nos interrumpe, mensajea, llama y recuerda lo que no hicimos. Emails, SMS, recordatorios, tuits, chat y WhatsApp tienen su correlato auditivo en todos y cada uno de los dispositivos. El transcurrir interrumpido. Fluir por esta urbanidad catódica, publicitaria y tecnológicamente programada para interrumpir uno de los derechos esenciales que por pura urbanidad hemos olvidado: el silencio”, escribió Juan Manuel.
Es que el problema, coinciden expertos y usuarios, no es la plataforma, sino la tecnología que resulta accesible en cualquier momento generando la expectativa de que debemos responder. La conversación, así planteada, es una exigencia más en un mundo vertiginoso dominado por las redes sociales, algo que el filósofo coreano Byung-Chul Han ha caracterizado como “una coerción de la comunicación a la que estamos sometidos”.
En esa línea, Luciana cree que “el problema de la aplicación es que no tiene un pacto de conversación”, y Bortnik lo explica así: “Para quienes piensan que van a morir de un ataque de WSP, recomiendo que piensen en el poder que tenemos las personas de relacionarnos de forma más sana con la tecnología. Eso implica deconstruirnos en ciertas cosas: el hecho estar obligados a contestar todos los mensajes o entender que `clavarle el visto´ a alguien no tiene nada de malo”.
Para regular nuestro uso de WSP, Bortnik echa mano de la teoría del péndulo: “Cuando uno va de un extremo a otro, se pasa de mambo y después tiene que buscar un equilibrio. Y creo que todavía como comunidad estamos aprendiendo a utilizar la herramienta y adquiriendo mejores prácticas”, sostiene.
Ese proceso está siendo potenciado por el trabajo del propio fabricante que antes promovía la dependencia. Por ejemplo, la posibilidad de desactivar el tilde azul de WhatsApp, o la reciente iniciativa de que las personas puedan decidir si entrar o no a un grupo, colabora en el uso más sano de la herramienta.
“Es interesante pensar que estar más comunicados no significa estar mejor comunicados. Las redes sociales a pesar de ser herramientas con el potencial de que nos comuniquemos mejor parecieran ser la causal de comunicarnos peor”, analiza Bortnik y sugiere “tenemos que preguntar mucho más y afirmar mucho menos, una clave fundamental para mejorar los diálogos como sociedad”.
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