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Ex soldados revivieron esos días de confinamiento forzoso y cómo viven esta conmemoración especial en plena cuarentena
MÓNICA PÉREZ
A unos 1900 kilómetros de La Plata, ellos se encontraron un día como hoy, pero de 1982, en una tierra árida, sacudidos por el viento y, desde el 1° de mayo, aturdidos por las bombas. El enemigo y el hambre los acechaban por igual y el final de la Guerra, era su mayor incertidumbre. Este 2 de abril un grupo de ex combatientes de Malvinas recordó esos días de aislamiento forzoso y contó cómo viven la conmemoración en cuarentena.
Héctor Píscopo, Pipo para sus amigos, señala de sus días en el frente de batalla que los otros soldados, sus compañeros, se convirtieron en su familia. “La necesidad y el hambre, son de los peores males, dependíamos el uno del otro para subsistir, cualquier equivocación podía dejar desprotegido al grupo”, asegura.
Hasta el 1° de mayo cuando se produjo el primer bombardeo de los ingleses, el principal enemigo de Pipo fue el hambre, por eso todas las acciones estaban orientadas a subsistir.
“Después de un bombardeo vimos con mi compañero un depósito en ruinas y fuimos en busca de comida, revisamos toda la basura y encontramos 3 bolsas con 5 kilos de garbanzos cada una, estaban todos sucios y los llevamos para usar de almohadas, pero a los pocos días se convirtieron en la comida de muchos soldados”, dice Pipo. La lluvia y el viento impedían que los hirvieran, pero ellos se las arreglaron para humedecerlos y calentarlos en pequeñas latas.
Pipo menciona que desde ese entonces la yerba es de las cosas que hoy no le pueden faltar, “en las islas compartir un mate era algo que nos hacía sentir unidos, comunicados; por eso en esta cuarentena de las cosas de todos los días que más lamento está el no poder tomar mate con la familia o los amigos”.
A Rodolfo Carrizo, presidente de Cecim La Plata, lo asalta un sinfín de imágenes de Monte Longdon, “ahí conocimos lo importante que era el otro para uno y el uno para el otro; descubrimos la falta de preocupación por parte del Estado para proveernos la logística necesaria en una situación límite”, apunta y agrega que los esquemas solidarios entre los soldados fueron los que los rescataron.
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En ese suelo descampado, húmedo, de serranías bajas, el momento distendido se daba cuando una lata de gaseosa recortada y una birome perforada para usar como bombilla iniciaba la rueda de mates. “Conversábamos de dónde éramos, cuáles eran nuestras comidas preferidas, o de temas que nos distraían”, asegura Rodolfo.
Por estos días de aislamiento social, el ex soldado no puede dejar de pensar que ni los ejércitos más poderosos del mundo, como son por ejemplo los de Estados Unidos y China, tienen el arma letal para destruir el coronavirus. “Lo único que sirve es el conocimiento, la ciencia aplicada. Cuando hablamos de Malvinas no queremos que siempre se remita a la guerra, sino a la soberanía porque el Atlántico Sur tiene tanta riqueza como para que con la pesca coma toda la Argentina y Latinoamérica; también hay agua potable y biodiversidad, lo que otros países no tienen”, asegura.
En el cerro Wireless o colina de la Radio, los soldados no contaban con la protección de una trinchera porque no había rocas para construirlas, tampoco podían refugiarse en pozos porque la constante lluvia los llenaba de agua. En ese contexto hostil Antonio Reda, presidente de CEMA, ideó junto a otro grupo de soldados, la manera de levantar una carpa para cuatro y sentirse más acompañados.
“Nuestra vida se dividió en antes del primer bombardeo de los ingleses y después de ese momento”, recuerda Antonio. Es que hasta el 1° de mayo la preocupación más visceral era ver qué comían, “no me imaginaba que un enemigo viniera caminando a mí, pero cuando escuché la primera bomba, ya creí que estaba muerto”, dice.
De sufrir frío y hambre, los soldados pasaron a desear “que la bomba no me caiga”; a preguntarse: “¿cuándo termina esto?” Y hasta pensar: “que pase lo que tenga que pasar, pero que pase”.
Aturdidos por las bombas, el enemigo, el hambre y el frío los acechaban por igual
Pese a lo complejo del panorama actual, Antonio dice categóricamente: “esto no es una guerra, podemos entender lo que es una enfermedad, pero en Malvinas era esperar que alguien te matara, matar o sentirte un cobarde por no hacerlo”.
Para él aislamiento es estar en una posición bajo el viento y la lluvia, tratando de escuchar una entrecortada Radio Provincia y no entender más que palabras sueltas.
“En Italia mi viejo estuvo en la guerra por eso me desesperaba por enviarles cartas, aunque tuviera que caminar 8 kilómetros hasta el correo del pueblo”, recuerda. Antonio está convencido de que sus genes tienen información de las guerras y el hambre que sufrieron sus antepasados, por eso siempre tiene en su casa un bidón con 10 litros de agua y alimentos para 4 meses.
“Cada día pienso en nuestros compañeros que no tuvieron la suerte de volver, en sus familias y en despertar en los chicos un sentimiento por ellos y por Malvinas, que la aprendan a querer con orgullo”, afirma.
Hugo Robert estaba en la compañía C del Regimiento 7 y recuerda que desde que se produjo el primer bombardeo los ruidos de la batalla fueron “incesantes e impiadosos”. “Aunque uno esté siempre en el mismo pozo, se orienta en la noche, en el medio de esa geografía árida por el recorte de los montes, de las piedras, a pesar de no haber visto la luna”, dice Hugo, que no puede dejar de asociar esa oscuridad a una garúa constante y a un viento que nunca daban tregua.
Como el resto de los ex soldados coincide en que después del 1° de mayo, sintió merodear a la muerte y una especie de locura ante un desenlace incierto. “Ahora escuchamos hablar del enemigo invisible, pero peleamos por la vida; en la guerra el objetivo es dar muerte al enemigo”, reflexiona.
“La guerra no es una solución para los pueblos civilizados, es la razón de las bestias; nosotros tuvimos 600 muertos y familias destrozadas; lo que más duele es la vida de los compañeros perdidos y los que estamos vivos debemos luchar por la soberanía de esa tierra usurpada hace 180 años”, dice el ex soldado.
La conmemoración de este 2 de abril es sin dudas muy diferente a cómo el ex soldado Roberto Tarsitano lo vivió desde que terminó la Guerra, sin embargo está convencido de que la camaradería de aquel entonces es un lazo inquebrantable que se revive cada día, con los que están y por la memoria de los que quedaron en el territorio Austral.
“Aprendimos a cuidarnos, sin saber cómo terminaría todo eso; al igual que ahora teníamos una gran incertidumbre, pero comprobamos que las quejas no sirven de nada y que lo mejor era contenernos y a hablar de cosas como qué música escucharíamos cuando volviéramos”, cuenta Alberto, mientras resuena en su memoria ese tema heavy metal de UFO que le sirvió para descomprimir parte de las tensiones sufridas.
La camaradería de aquel entonces es un lazo inquebrantable que se revive cada día
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“Ahí conocimos lo importante que era el otro para uno y el uno para el otro; descubrimos la falta de preocupación del Estado para proveernos la logística en una situación límite”. Rodolfo Carrizo Ex combatiente
““Esto no es una guerra, podemos entender lo que es una enfermedad, pero en Malvinas era esperar que alguien te matara, matar o sentirte un cobarde por no hacerlo”. Tony Reda Ex combatiente
“En las islas compartir un mate era algo que nos hacía sentir unidos, comunicados; por eso en cuarentena de las cosas que más lamento está el no poder tomar mate con la familia”. Héctor Píscopo Ex combatiente
“Aprendimos a cuidarnos, sin saber cómo terminaría todo eso; al igual que ahora teníamos una gran incertidumbre, pero comprobamos que las quejas no sirven de nada”. Roberto Tarsitano Ex combatiente
“Ahora (por la pandemia del coronavirus) escuchamos hablar del enemigo invisible, pero peleamos por la vida; en la guerra el objetivo es dar muerte al enemigo”. Hugo Robert Ex combatiente
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