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La Ciudad |Alejandro y carlos, herederos de un legado comercial y comunitario de 90 años

Los Guanzetti, ya casi 4 generaciones de trabajo

Son una dinastía de corraloneros y ladrilleros que lleva nueve décadas frente a la plaza Castelli, y se preparan para pasar la antorcha a la cuarta. Anécdotas de un barrio platense pujante, y un negocio familiar que es sinónimo de longevidad y progreso

Los Guanzetti, ya casi 4 generaciones de trabajo

Francisco Lagomarsino

6 de Noviembre de 2022 | 03:29
Edición impresa

Un paseo agreste de cuatro manzanas, pura pampa plana con árboles jóvenes delimitada por un sencillo cordón de adoquines. Calles en su mayoría de tierra, algún empedrado con tendido tranviario, el Cementerio Municipal al sur y el flamante Seminario Mayor proyectando su sombra matutina, austera pero imponente, sobre 24 entre 65 y 66. Trazando una curva hacia el noroeste, el cauce del arroyo Regimiento, un zanjón temperamental aún sin entubar. En esa tercera década del siglo pasado, además de los retoños de la plaza Castelli, empezaba a echar raíces en ese barrio el corralón Guanzetti, un comercio que perduró hasta nuestros días al mando de una dinastía de cuatro generaciones fundada en el trabajo, la tenacidad y la buena estrella que, dicen, acompaña a los pioneros.

“La gestión me gusta, representar al sector es gratificante, pero hace años que ‘aterrizo’ en casa sólo dos veces a la semana, y es muy demandante. Son muchos años, muchas actividades, y como no somos sindicalistas tenemos que hacerlas fuera del horario de trabajo, que es en general de 8 a 18... Los lunes, llego a casa, me cambio y salgo para el Rotary de Los Hornos, de 20 a 23; los martes, voy para ACIMCO, de 20 a 22; los miércoles, arranco para la FELP; otra vez de 20 a 22, siempre y cuando no se prolongue la discusión en una cena... Los jueves y viernes los tengo libres, pero algo suele aparecer, por ejemplo las reuniones de la Asociación de Propietarios de Camiones. Los fines de semana hay eventos y actos... Extraño un poco ir a pescar, que es un remanso, con amigos o incluso solo”. El que repasa su extenuante agenda es Alejandro Guanzetti, quien heredó el nombre del fundador del negocio familiar y hoy lo lleva adelante junto a su hermana mayor Adriana, contadora, y su hermano menor, Carlos.

El corralón está cumpliendo noventa años, pero su historia se remonta a 1908, cuando Alejandro Guanzetti Vanzini llegó a la Argentina, con trece años. Oriundo de Tromello, un pequeño pueblo a una veintena de kilómetros de Pavia, en la Lombardía italiana, vino a reunirse con su hermano mayor Antonio, que manejaba una fonda con pensión en 18 y 71, y también un horno de ladrillos en la zona de Gonnet que limita con City Bell.

de norte a sur, por duplicado

“Yendo para Gonnet, la avenida 25 se convierte en calle Guanzetti a la altura de 497, y el nombre tiene que ver, como otros de la zona, con aquellos propietarios de tierras que cedieron parte de ellas para la apertura de calles” señala Carlos: “incluso puede verse todavía una antigua palmera que estaba donde tenía el horno nuestro tío abuelo”.

Al desatarse la Gran Guerra (1914-1918), Alejandro, para no quedar marcado como desertor, volvió a Italia. Terminado el conflicto, se reencontró con estos pagos y con Antonio, y empezó a mostrar su sagacidad comercial. “Un buen día, cayó un paisano a proponer un negocio aparentemente infalible” recuerda Carlos, “y por curiosidad el abuelo se puso a calcular los números. Hizo los deberes y desaconsejó entrar, pero Antonio se metió igual... y se fundió. Entonces, Alejandro se vino a este barrio de plaza Castelli, y compró una propiedad, una máquina polvera, y empezó con el reparto de ladrillos”.

En ese entorno decididamente suburbano, casi rural, una ondulante sucesión de pastizales salpicada de huertas, Guanzetti Vanzini empezó a prosperar y ampliar la superficie y las prestaciones de su emprendimiento, dedicado inicialmente a la venta de materiales gruesos para la construcción: ladrillos, arena, piedra, cal, cemento, madera, polvo de ladrillo.

“Apenas cavábamos un poco en el jardín de casa, ¡aparecía una capa de polvo de ladrillo!”

Casado con la brasileña paulista Juana Cantón Veraldo, tuvo tres hijos, entre 1925 y 1929: Juan Carlos, Alberto José y Rodolfo. Los dos primeros siguieron con su métier; el tercero fue un reconocido médico. La transformación del corralón nunca se detuvo. En 1952, se construyeron dos inmensos galpones en la esquina de 24 y 65, que estuvieron a punto de ser expropiados por el gobierno de entonces para instalar dependencias de Vialidad, pero una carta a las autoridades de monseñor Trotta, quien había pasado por el Seminario, lo evitó.

“También levantaron tres casas en lotes vecinos, una para alquilar, otra para el tío y otra para papá”, detalla Alejandro. “Papá” fue Juan Guanzetti, quien además de colaborar en el corralón también tuvo su etapa como ladrillero. “Era tenedor de libros, y yendo a cargar a un horno que estaba en la zona cercana a donde actualmente están la empresa Fanelli y el club Comunidad Rural, se hizo amigo de los fabricantes, que lo llamaban ‘Gordo’ cariñosamente; les empezó a llevar los números, y se dio cuenta de que era negocio; entonces se lo propuso a mi abuelo. Cómo sería la gente antes, que el propio fabricante al que llevaba las cuentas le dijo ‘Gordo, si querés largarte yo te consigo socio’, y lo hizo, sin pensar en si beneficiaba a un eventual competidor. Todos querían progresar, y pensaban que había mercado y laburo para todos si hacían las cosas bien”.

“Antes, pensaban que había mercado y laburo para todos los que hicieran las cosas bien”

“Todavía están las tierras, pero degradadas, porque el ladrillo exige mucho del suelo” interviene Carlos: “a lo largo del tiempo tuvimos tres etapas de hornos: uno en 66 y 173, otro a la altura de 23 y 95, y otro en Arana”. Los bloques de tierra cocida aparecen una y otra vez en la narración. “Me acuerdo de que cuando ayudábamos a mamá en el jardín de casa, enfrente de plaza Castelli, apenas cavábamos un poco aparecía una capa de polvo naranja, por el uso anterior de esos lotes”, sigue Carlos. “Mamá” fue la ensenadense Lilia Dominga Bertoldi, a quien Juan conoció en un baile, en el club YPF; una asidua y activa colaboradora con cooperadoras de entidades educativas y comunitarias, y madrina del Jardín de Infantes Nº8.

la tercera generación

“En el ‘57 nació Adriana, un año después yo, y en el ‘60 Carlos” precisa Alejandro: “y por el lado del tío Alberto eran tres también nuestros primos, Diana del ‘56 y los mellizos, Jorge y José Luis, del ‘59. Y del otro tío, dos chicos del ‘62 y ‘64. Todos más o menos de la misma edad, crecimos muy juntos, siempre en la plaza que era como el patio de casa. Jugábamos mucho al fútbol, y había mucha más superficie para hacerlo porque la plaza era chata. Siempre venía un hombre grande, en bicicleta, a mirar los picados, y si veía a alguno que andaba bien lo anotaba y hablaba con los padres para llevarlo a probar a un club ‘grande’... ¡pero a nosotros nunca nos señaló!” (se ríen a carcajadas) “Un buen día llegó el famoso circo Sarrasani, en los ‘70, y excavó la ‘olla’ de 25 y 65, un gran foso para acomodar sus gradas y rampas; fue el primer desnivel de la Castelli. Tiempo después, se anunció un mega proyecto para crear una especie de complejo deportivo, y empezaron a traer escombros, cascote y tierra. Cuando eso quedó en la nada, las montañas se taparon, creció el pasto y se consolidó la forma actual, que dentro de todo tiene su atractivo. Lo único malo es que desaparecieron varias canchitas, y cuando caían los más grandes del barrio, si estabas ocupando alguna te sacaban carpiendo”.

Carlos es de Racing pero tira para Gimnasia, y Adriana es pincha. Alejandro es mens sana, pero no de tablón. “Habré ido seguido a la cancha hasta los once o doce años” recuerda: “un día jugaba el Lobo contra Boca, y a papá que era tripero se le ocurrió llevarnos abajo de la barra brava. Inolvidable, y bastante temible también”.

En el universo barrial, la tradicional Escuela 42 “Leopoldo Herrera”, de 22 y 63, es otro mojón que conecta generaciones. “Mi papá, cuando lo dejaba el laburo, porque a veces ayudaba con el carro de reparto, cursaba en la 42, como casi todos los de su generación, y después la nuestra, en este barrio” destaca Alejandro. Carlos complementa: “era otro mundo, otro nivel educativo de la escuela pública, otra jerarquía y cercanía de los maestros, ayudados por el respeto y la valoración que tenían los padres y nos transmitían a nosotros”.

“También aprendimos a querer el trabajo desde chicos y andábamos por el negocio preguntando qué hacer. Cuando ves que tus papás quieren lo que hacen, vos sentís lo mismo. No es una carga, sino un deseo de trabajo. A veces cuando llegaban cajas llenas de piezas para clasificar, que era algo al alcance y sin peligro, nos ‘encargaban’ ordenarlas y estábamos chochos” relatan los hermanos.

aulas y “sabandijas”

En la adolescencia, los Guanzetti optaron por diferentes caminos educativos. Alejandro eligió el Industrial Albert Thomas, y Adriana y Carlos el Comercial San Martín. “Él era medio sabandija, andaba por todos lados” acusa jocosamente Carlos: “yo era más tranquilo”. Alejandro recoge el guante: “de vez en cuando nos íbamos con los amigos del curso al centro, y nos movíamos por el bar Astros, de 48 entre 7 y 8, al lado de galería Rocha; o el Fiumicino, sobre la entrada de 49, entre la París y la galería. También el Rivadavia, para jugar al billar, donde está ahora la galería de ese nombre; tenía billares y mesas de ajedrez. Íbamos a un bowling que había al lado de la galería San Martín, y al local de Cáritas en 50 entre 7 y 8, en cuyo subsuelo había mesas de ping-pong y se llamaba ‘El Curvón 50’, porque había una gran pista en 8 de Scalextric con cuatro carriles; arriba tenían metegoles y flippers, un juego muy primitivo de un submarino con un periscopio... Era un gran punto de reunión para pibes ‘rateados’ de la secundaria”. Tiempo después, Alejandro supo frecuentar las pistas de Barras y El Ágora -ambos boliches en 8 entre 44 y 45- Chatarra, Macondo y Siddharta, entre otras. “Tenía 14 pero decía que iba a acompañar a mi hermana, que tenía un año más, y me enganchaba en todas” admite.

“Cuando ves que tus padres quieren lo que hacen, sentís lo mismo, y trabajar no es una carga, sino un deseo”

Carlos Guanzetti, comerciante

Mientras tanto, los emprendimientos familiares no cesaban. En 1963, Juan y Alberto habían constituido la sociedad que da nombre a su empresa, y fueron parte de un experimento bastante fallido. “Se armó la Corporación Financiera La Unión, con varios socios importantes de la zona, actores del mercado de materiales que querían crecer, como Di Domenicantonio, Scanferla, Bellone, Masi...” cuenta Carlos: “no tuvieron mejor idea que poner una fábrica de cal al lado de las vías, en Ringuelet, frente a la disco Mapuche, en el Centenario. Y trajeron un horno de Alemania, espectacular, pero el detalle era que había que adaptarlo para que funcionara a gas, porque a carbón no cerraban los números. Iban a traer la piedra caliza en barcazas, molerla y cocinarla. ¿Resultado? El horno nunca arrancó a gas, y se desmoronó todo el plan. Las construcciones fueron dinamitadas, y a fines de los ‘80 el grupo Escombros hizo una performance artística ahí”.

En 1981, Alejandro se casó con Laura Araujo, una platense que había regresado a una pensión de la Ciudad a estudiar medicina, tras un paso por la localidad precordillerana salteña de Campo Quijano. Radicados en la zona de 137 y 78, tuvieron cinco hijos: Alejandro, Cecilia, Gabriela, Juan Sebastián y Franco, quienes se prolongaron en diez nietos. Alejandro enviudó en 2016. Carlos, que vive por 66 y 30, formalizó su enlace en el ‘86 con Ana Claudia Pinto, “hermana de un muchacho, casado con mi prima, que trabajó unos años acá”; los hijos que llegaron fueron dos -María Fernanda y Carlos Ignacio-, y por ahora, una nieta. Casada con Oscar Olivero, Adriana tuvo a Oscar, Juan Pablo y Verónica.

La cuarta generación de Guanzetti platenses, como no podía ser de otra manera, tiene sus representantes detrás de los mostradores y en los salones del negocio que década tras década fue sumando superficies, primero junto a la esquina primigenia, luego enfrente, cruzando la calle 24, y luego en 24 y 64, para usar como taller de los camiones, circa 1979-80. “Juan Pablo, Oscar, Cecilia y Carlos Ignacio trabajan acá” relata Alejandro, quien desde 2003 y junto a Carlos continúa con el legado de jerarquizar y dar continuidad a la empresa heredada.

“Creemos que las entidades intermedias son esenciales para promover el progreso de la gente”

Alejandro Guanzetti, comerciante y dirigente

“Ofrecer una fuente de trabajo a cuarenta familias es un orgullo”, pone de relieve Alejandro, actual presidente de la Federación Empresaria (FELP), entidad que ya había conducido de 2007 a 2009 y entre 2009 y 2011. También presidió la Asociación de Propietarios de Camiones de La Plata, el Rotary Club de Los Hornos, y la Asociación de Comerciantes e Industriales en Materiales de Construcción (ACIMCO). “Nuestro padre estaba relacionado con muchos dirigentes de clubes de barrio, por ejemplo, el socio fue presidente de Capital Chica, y colaboraba con cooperadoras y todo tipo de instituciones”, indica: “nosotros creemos, como lo hacía él, que las entidades intermedias son esenciales para establecer vínculos, preservar valores, defender y promover el progreso de la gente”.

INUNDACIÓN Y DESPUÉS

Una de esa colaboraciones, muy recordada en el barrio, se gestó con la Asamblea de Inundados de plaza Castelli tras la fatídica noche del 2 de abril de 2013, cuando el antiguo valle del soterrado arroyo Regimiento se llenó de agua sucia y violenta, una laguna en medio de la madrugada que sepultó bienes y vidas. “Abajo del salón principal tenemos un gran depósito, de 20 metros por 20, que estaba repleto de muebles, muchos de melamina, y mercadería” repasan Carlos y Alejandro Guanzetti: “el agua entró haciendo estallar las vidrieras y tapó todo. Tuvimos que poner dos bombas a trabajar las 24 horas unos días para desagotarlo. Fue la mayor pérdida que tuvimos, y sin ninguna compensación del Estado, ni exención de impuestos, ni nada. De todos modos, hay gente que con créditos crece, y otra que se funde. Pero acá hubo vecinos que perdieron familiares, ¡cómo no íbamos a donar materiales para un monumento recordatorio! A nosotros no nos quedó otra que vaciar el sótano, tirar todo, y darle como siempre para adelante”.

 

 

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la fachada de los galpones sobre calle 24, en tiempos de una diagonal 74 empedrada

las ampliaciones del corralón, una constante en el paisaje barrial

el reparto de materiales arrancó con carros, y luego se adquirió una flota de camiones

Alejandro y carlos guanzetti (de izquierda a derecha), en el corralón de 24 y 65

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