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Elogio del silencio

Elogio del silencio

SERGIO SINAY (*)
Por SERGIO SINAY (*)

3 de Abril de 2022 | 08:28
Edición impresa

Septiembre de 2017 fue el mes en que cambio la vida de Michel Le Van Quyen. Una mañana de ese mes este ingeniero, doctor en neurociencia e investigador en el Instituto Nacional de Salud e Investigación Médica de Francia despertó con un descubrimiento abrumador. Su rostro estaba paralizado. Ningún músculo respondía. El diagnóstico fue breve y terminante: parálisis facial por estrés. La prescripción también. Reposo absoluto. Debía abandonar todas sus actividades (investigaciones, escritos, conferencias, viajes) durante por lo menos dos meses. Le Van Quyen, casado, padre de tres hijos, tenía entonces 50 años y siguió la orden médica al pie de la letra. Durante ese tiempo se dedicó a caminar, vagar por la naturaleza y dejar que su mente flotara libremente. Y jamás regresó a sus hábitos y su ritmo de vida anterior. De esa experiencia nació “Cerebro y silencio”, libro en el que vuelca su experiencia y analiza los diferentes tipos de silencio que existen y sus efectos en el organismo.

Bastan dos minutos de silencio para bajar el ritmo cardíaco y la presión arterial

 

Durante su cura Le Van Quyen recuperó un bien perdido en la vida contemporánea. El silencio. La quietud. El no hacer, eso que la filosofía china conoce desde hace siglos y denomina wu-wei (vacío fértil). “Siempre fui muy activo -cuenta-, acostumbrado a hacer muchas cosas al mismo tiempo. Y de pronto tuve que confrontar con el silencio. Me alejé de París, me fui a una casa que tengo cerca de la naturaleza, y allí pude cambiar de ritmo. A partir de esta experiencia personal me pregunté por qué el silencio tiene tantos beneficios para la salud y en concreto para el cerebro”.

TODOS LOS SILENCIOS

Sus investigaciones le permitieron a este científico comprobar que el silencio contribuye a la regeneración de las neuronas, que bastan dos minutos de silencio para bajar el ritmo cardíaco y la presión arterial, que aumenta la secreción de dopamina, conocida como la hormona de la felicidad, que baja la concentración de azúcar en sangre, mejora la concentración, la memoria y, en definitiva, la salud cardiovascular y metabólica. Aun así, no todo se reduce a los efectos orgánicos. “Hay distintos tipos de silencio que benefician al cerebro”, le explicó Le Van Quyen a la periodista y terapeuta gestáltica Silvia Diez en la revista española CuerpoMente. “Uno es la ausencia de ruido exterior, pero también son importantes los silencios interiores que surgen de la inmovilidad física y de la ausencia de ruido mental. Cuando mediante la meditación alcanzamos un estado de silencio en el cual disminuyen los pensamientos, se produce una relajación que conlleva muchísimos beneficios”.

No es solo el silencio exterior el benéfico. Cuando cesa el bullicio que nos rodea (bocinazos, martillazos, escapes libres, gritos, música, televisión, videos, tik tok, Spotify, boliches y un interminable etcétera) podemos acceder también al silencio interior. Un silencio hoy desconocido y temido. En el que, por fin, se dejan oír voces acalladas, que hablan de necesidades, de sentimientos y sensaciones anestesiadas, asoman sonidos del recuerdo y de la imaginación, remembranzas de voces queridas y lejanas. Un silencio que el alma necesita tanto como los oídos necesitan del silencio exterior. Y tan extraño hoy.

“Cuando mediante la meditación alcanzamos un estado de silencio en el cual disminuyen los pensamientos, se produce una relajación que conlleva muchísimos beneficios”

Michel Le Van Quyen
Ingeniero

“El mundo moderno murmura”, dice el escritor estadounidense John Biguenet en su breve y bellísimo libro “Silencio”. Y agrega: “Lo que entendemos por silencio es apenas el rumor que toleramos como ruido de fondo o ruido blanco”. Nos rodean ruidos y nos cercamos voluntariamente con ruidos para no oír voces de adentro y para no vincularnos a quienes nos rodean. Como si no bastara bloquear la mirada encadenándola a la pantalla de los celulares y las computadoras, achicando así al mínimo nuestra visión del mundo y de los otros, tapamos también nuestros oídos con auriculares que alejan las voces del prójimo y nos ahogan en bullicio mientras nuestros tímpanos sufren y nos auto condenamos a un silencio disfuncional: el de la paulatina pérdida de la audición. Silenciados, pero no silenciosos.

El pianista ruso Sviatoslav Richter (1915-1997), reconocido como uno de los más grandes del siglo veinte, solía decir que escuchando la sonata de Liszt aprendió lo esencial de la música: el valor de los silencios. Cómo hacer que los silencios se oigan. Contaba al respecto un truco que solía usar. “Uno sale al escenario y se sienta. Sin moverse, y en silencio, cuenta hasta treinta. En el público se genera una especie de pánico. ¿Qué está pasando? Y sólo después de ese largo silencio, suena el primer Sol”. El médico, psiquiatra y psicoanalista Luis Chiozza, profundo pensador y sensible estudioso de la íntima relación entre cuerpo y mente (psique y soma), reflexiona en esa misma dirección en su último trabajo titulado “Soñar y decir también es hacer”. Escribe Chiozza: “Si atendemos a lo que sucede en una partitura musical, nos damos cuenta de que el silencio, en el acto comunicativo, no puede ser menos valioso que la palabra”. Las palabras obtienen su sentido pleno, observa este pensador, gracias al silencio que las precede “y a otro, igualmente trascendente, que las sigue y redondea su sentido”. Tanto cuando nos incomunicamos a través del ruido y el estruendo, como cuando hablamos sin respirar ni escuchar al interlocutor, perdemos la posibilidad de captar esta sutil presencia del silencio.

MAS ALLÁ DEL RUIDO

En la búsqueda de ese silencio desterrado de la vida contemporánea el explorador, abogado y editor noruego, Erling Kagge, permaneció 50 días caminando solo por la Antártida para alejarse del ruido ambiental. Resultado de esa experiencia es el libro “El silencio en la era del ruido”. Al presentarlo, Kagge recordó que “no había allí ninguna clase de ruido aparte del que yo mismo hacía, y esa experiencia, sin duda, me hizo aprender mucho sobre el silencio”. Desde esa vivencia afirma: “No se trata sólo de evitar el ruido exterior, sino de encontrar el silencio interior para neutralizar todo aquello que nos perturba”. Kagge invita a desconectar cada día un rato y no estar siempre accesibles. Solo de ese modo, concluye, es posible contemplar la vida y maravillarse ante ella. “Es una de las formas más puras de felicidad que se me ocurren.”, sentencia.

El silencio aumenta la secreción de dopamina, conocida como la hormona de la felicidad

 

Se habla en estos días del “silencio incómodo”, una técnica aplicada por personajes como Tim Cook, Jeff Bezos, Elon Musk, Steve Jobs y otros CEOs de grandes empresas y corporaciones que regulan nuestras vidas. Consiste en tomarse largos segundos y hasta minutos antes de responder a una pregunta o iniciar una charla. Sin embargo, ese silencio es pura manipulación, una forma de control sobre el auditorio o el interlocutor, un silencio perverso (muy celebrado como herramienta de management) que nada tiene que ver con el silencio necesario y sanador del que se ocupan Le Van Quyen, Biguenet, Kagge, Chiozza y otras personas que, desde diferentes disciplinas, elevan y elevaron sus voces por sobre el griterío de un mundo tan sordo a las verdaderas necesidades humanas y tan propenso a llenar con ruido el vacío existencial.

 

(*) Escritor y ensayista, su último libro es "La ira de los varones"

 

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