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Toni Cerdà
A casi 9.000 kilómetros de distancia, Christian Bajard y Sonia Bonato son dos caras muy distintas de una misma moneda: el acuerdo comercial entre la Unión Europea y el Mercosur, que los agricultores franceses consideran un “peligro” y los brasileños, una “seguridad”.
“El acuerdo con el Mercosur puede poner en peligro la agricultura francesa”, sentencia Bajard, mientras visita como cada mañana a sus vacas charolesas en Saint-Symphorien-des-Bois, en el centro-este de Francia, corazón de la cría del ganado de carne.
El paisaje, que una iniciativa local busca declarar Patrimonio Mundial de la Unesco, es bucólico. Su rebaño de unas 250 reses, compuesto de vacas nodrizas y terneros, pasta unos ocho meses al año en pequeños prados limitados por sotos, entre verdes colinas.
Tras su abuelo y su padre, este ganadero de 53 años dirige la explotación, que cuenta ahora con 145 hectáreas repartidas en varias parcelas, pero teme que esto desaparezca con la llegada “masiva” de carne desde granjas de Sudamérica que pueden llegar a criar entre “5.000 y 10.000” reses.
La “competencia desleal” desde los países del Mercosur -Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay- es el principal temor en Francia, primer productor europeo de carne bovina, si la UE finaliza un acuerdo comercial con ese bloque, que podría sentar además un precedente para otras regiones.
“Traer carne de otros lugares que no cumplen las mismas normas [de producción], cuando ya estamos luchando por tener ingresos” pese a contar “con el apoyo” de las ayudas europeas es “hipócrita”, denuncia el también miembro del sindicato Federación Nacional Bovina.
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La ganadería en Francia está bajo presión. Su cabaña vacuna se redujo un 10% en seis años hasta unos 17 millones de reses y el Tribunal de Cuentas enfureció a este influyente sector en mayo, al abogar por una mayor reducción para cumplir con los objetivos climáticos.
En este contexto, la FNB y la patronal Interbev urgieron en junio al presidente francés, Emmanuel Macron, a mantenerse “firme” contra dicho acuerdo, cuya sombra planeará la próxima semana durante una cumbre de mandatarios europeos y latinoamericanos en Bruselas.
La UE y el Mercosur lograron un acuerdo de principio en 2019 para ampliar la cuota de carne de vacuno importable desde el bloque sudamericano con menores derechos de aduana y facilitar el comercio de soja, que sirve en Europa para alimentar a los animales de granja. Del otro lado del Atlántico, el capítulo agrícola del pacto se ve esperanzador, máxime cuando el mercado europeo de unos 450 millones de consumidores es sinónimo de “seguridad” económica, en palabras de Sonia Bonato, que desde hace 27 años siembra soja en Ipameri, en el estado brasileño de Goiás.
Acabada la última cosecha, el color terracota inunda su hacienda, pequeña respecto a otras de las región y donde quedan en pie los campos de maíz de cobertura. Gallinas y perros comparten terreno con unas cuantas reses que Sonia y su marido Nilton tienen para sacar leche.
La soja es el principal cultivo exportado por el gigante sudamericano a la UE y, a diferencia de los otros países, sus productores estiran la temporada hasta en tres zafras.
“Es una seguridad para nosotros hacer que nuestra producción tenga quien la compre (...) No tenemos personas suficientes [en Brasil] para consumir todos los alimentos que producimos”, afirma esta mujer de 66 años.
Pero ante la deforestación de la Amazonía por el gobierno del presidente ultraderechista Jair Bolsonaro (2019-2022) en Brasil, los europeos exigieron al Mercosur nuevos compromisos sobre reglas ambientales, que son objeto de duras negociaciones y reproches cruzados, para la aprobación final del acuerdo.
Christian Bajard desglosa las principales críticas: las exigencias menores en Sudamérica sobre el uso de insumos agrícolas o sobre la trazabilidad de la carne, entre otras.
“Creo que los agricultores uruguayos o brasileños pueden entender que comerciar con las mismas reglas tiene sentido”, subraya.
Desde Brasil, Bonato, que lleva una cadena dorada de la que cuelga una cabeza de ganado, dice que no le preocupan las nuevas exigencias ambientales y afirma que la “muy rigurosa” normativa local y el marco internacional en cuidado ambiental actualmente ya aseguran un “buen producto”.
De las 131 hectáreas de su hacienda, en el corazón de la producción agrícola de Brasil, 36 son de área preservada a los márgenes de arroyos, para cumplir con las normas locales y preservar agua.
La productora atribuye las críticas al agronegocio brasileño a personas que desconocen el campo y a una “narrativa” que equipara, falsamente según ella, una minoría que quema y tala la selva ilegalmente con la mayoría del sector.
Pero sobre los pesticidas, que llama “defensas agrícolas”, estima que son necesarios en Brasil como un “remedio” para que las plantas no mueran y aboga por una “transformación” paulatina hacia el uso de productos menos agresivos.
“Brasil es un país tropical, y favorece más la infestación de insectos, parásitos y hongos en las plantas” que en Europa, dice. “No podemos cambiar de una vez porque la producción cae mucho (...) Pero no es imposible cambiar”, concluye.
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