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Séptimo Día |LA FASCINACIÓN QUE EJERCEN LOS AUTÓMATAS

“Los robots que van a sustituir, gobernar y someter al hombre”

Historias de los inventos que mataron a sus inventores. La extraña relación de los seres humanos, ahora desafiados por el incontenible avance de la Inteligencia Artificial (IA)

“Los robots que van a sustituir, gobernar y someter al hombre”

El avance de la inteligencia artificial y los robots plantea importantes desafíos para la humanidad / freepik IA

MARCELO ORTALE
Por MARCELO ORTALE

24 de Marzo de 2024 | 05:19
Edición impresa

Los inventos le sirvieron al hombre para desarrollarse hasta hoy. Y ahora mucho más, con la flamante IA (Inteligencia artificial), un invento que no es individual, que es fruto de un colectivo científico nacido al calor de la computación y que se encamina hacia un porvenir que parece no encontrar fronteras.

Primero se vaticino que vendría la robótica, en la actualidad ya en plena vigencia. Ahora aseguran que los robots tendrán sentimientos, que sentirán amor y odio igual que las mujeres y varones de la Tierra. La IA es la última maravilla y, sin embargo, hace temer porque no tiene límites. Porque ni siquiera quienes impulsan y procesan ese fenómeno se atreven a predecir adónde llegará.

En su peregrinaje el ser humano inventó la rueda, descubrió y usó el fuego, la electricidad, la energía a vapor, el motor a combustión, las armas para matar, los medicamentos para curar. Creó la imprenta, la radio, la TV y después el universo digital.

Todo lo que traslada por tierra, mar o aire, fue inventado por ese extraño ser racional, siempre lleno de curiosidad y de ansias por encontrar nuevas salidas. Ha sido insaciable hasta ahora la inventiva humana, hasta llegar a la Luna, hasta ponernos al borde del asombro o del exterminio global.

Es claro que un aforismo popular advirtió desde hace siglos que los inventos suelen matar a sus inventores. Sería imposible enumerar a todos y cada uno de los inventores que terminaron víctimas de su propio invento, en una serie que se inició hace siglos y que no concluye.

Se puede elegir, por ejemplo, al sastre parisino Franz Reichelt (1878-1912), que inventó un “chaleco-paracaídas”. Era famoso como modisto, de manera que insistió y logró vencer la resistencia policial y del Ayuntamiento para que lo autorizaran a saltar desde la empinada Torre Eiffel, construida pocos años antes.

Se inspiró en un diseño de Leonardo Da Vinci. Se trataba de un traje que, al alzar ambos brazos, extendía una suerte de ala de murciélago. Reichelt pretendió que sirviera para uso de los pilotos de los primeros y precarios aviones de dos alas, con los que se había iniciado la aeronáutica moderna. Si se plantaba el motor, si perdían gobernabilidad, los pilotos se arrojarían de la cabina, bajarían planeando con suavidad con su milagrosa prenda y salvarían sus vidas.

Lo curioso de este experimente es que fue filmado enteramente por lo que se considera el primer video de la historia que grabó un desenlace humano no afortunado, precisamente. Quien quiera verlo puede hacerlo en Wikipedia. Se lo ve a Reichelt entrando en calor y haciendo flexiones, subido luego a una baranda de la Torre sobre la que aguarda como un minuto antes de arrojarse al vacío, con el público parisino viendo el espectáculo. La escena es chaplinesca, pero el final no.

Las alas del sastre no se abrieron, pero sí las del desastre: cayó en picada desde 60 metros y las pericias determinaron que al estrellarse –cuando, como diría Cervantes, dio su espíritu- dejó en el suelo de la capital de Francia, en febrero de 1912, un pozo de más de 30 centímetros de profundidad. En su homenaje se compuso una canción que fue muy popular entonces en las cuevas de París, titulada “Personne ne pourra jamais voler” (Nunca nadie podrá volar jamás).

Casi dos siglos antes, otro parisino, el doctor y diputado Joseph Ignace Guillotine pasó a la historia por dos errores: uno, que fue el creador de la guillotina –ese temible artefacto jacobino que cortaba cabezas-cuando lo único que hizo fue proponer que se la utilizara.

Y la otra leyenda consiste en que murió víctima de su invento. En realidad, este Guillotine murió en su cama, víctima de la enfermedad de carbunco (enfermedad infecciosa de la piel). Fue otra persona, que se llamaba M.V. Guillotine y que era médico de Lyon, la que sí murió guillotinada.

Para la comidilla parisina tantas coincidencias eran tentadoras y nadie dudó desde entonces en que el guillotinado fue el primer Guillotine, el que había propuesto en la patria de los derechos humanos utilizar nada menos que ese horrible método de ejecución.

 

En Japón ya abundan los robots que cuidan a personas de edad o enfermas

 

Y para no irse de París, cómo no mencionar el caso de Marie Curie (1867-1934), que murió de anemia aplásica causada por las radiaciones a las que estuvo expuesta durante años en sus estudios sobre la radiactividad y las radiografías. Ella fue Premio Nobel de Física 1903 y de Química en 1911 por haber investigado y descubierto lo que después la mató.

Vale aquí mencionar de pasada una lista –meramente ejemplificativa de los inventores que murieron víctimas de sus inventos: -Aleksander Bogdánov (1873–1928); William Bullock (1813-1867); Cowper Phipps Coles (1819-1870); Otto Lilienthal (1848-1896); Thomas Andrews, (7/2/1873 - 15/4/1912), diseñador del Titanic, que falleció en su hundimiento.

Marie Curie / Web

-Se puede seguir con Thomas Midgley (1889 –1944); William Nelson (murió en 1903), inventor y empleado de General Electric, cayó rodando en una colina mientras estaba probando un nuevo motor que había inventado para su bicicleta; Jean Vlaicu (1882 - 1913); Henry Winstanley (1644-1703) murió en una tormenta dentro de un faro que él mismo inventó, allí dijo sus últimas palabras: “Es la mayor tormenta que ha habido nunca”.; Charles Justice murió electrocutado el 9 de noviembre de 1911 en la silla eléctrica que había ayudado a construir e instalar en la prisión. Y el más reciente Stockton Rush (1962–2023), piloto, ingeniero y hombre de negocios que supervisó el diseño y la construcción del sumergible Ocean Gate Titan, destinado a llevar a los turistas a ver los restos del Titanic. En junio de 2023, la nave implosionó en ruta hacia el Titanic, matando a Rush y cuatro pasajeros.

MIEDO

Se llama “Automatonofobia” y es el miedo humano a toda figura que falsamente representa a un ser sensible. Incluye a los muñecos de ventrílocuo, a criaturas animatrónicas, a maniquíes y estatuas de cera. Este miedo puede manifestarse de muchas maneras y se puede convertir en preocupación en el caso de los robots.

Porque ahora se habla de robots dotados de sentimientos. En Japón ya abundan los robots que cuidan a personas de edad o enfermas. Se los denomina “robots emocionales”, por la estrecha interacción que traban con los seres humanos. Claro que estos androides, también conocidos como ciborgs (especie de centauros con naturalezas orgánicas y cibernéticas), que prometen un futuro lleno de interrogantes, se encuentran incorporados a la literatura. No sólo a la literatura moderna, sino a la muy antigua, a la clásica.

Un caso lo dio el mito de Pinocho, el muñeco de madera que convive de igual a igual con los seres humanos. Y ni hablar del pretérito Pigmalión, a quien Ovidio hace que se enamore de la estatua de mujer que esculpió tallándola en marfil. La figura se llamó Galatea se volvió humana y terminó convirtiéndose en amante de su escultor.

“La fascinación de la humanidad por los autómatas ha sido extraña y obsesiva. La Antigüedad los concibió como sirvientes y esclavos al servicio de sus amos. La modernidad, sin embargo, ha incubado los terrores de una inquietante pesadilla: la omnipotencia de los robots que van a sustituir, gobernar y someter al hombre”, es una declaración emitida al realizarse en Canfranc, Pirineos de Aragón, una reunión de escritores y editores que analizaron las historias de estos seres de la literatura, entre los que no pudo faltar el horrendo Frankenstein.

Franz Reichelt

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