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Máximas imperfecciones: deslices en las monarquías

A través de anécdotas reales —manchas de comida, ropa interior expuesta, picaduras de insectos o coincidencias de vestuario— se pone en evidencia que incluso las figuras más controladas y estilizadas, como las reinas y princesas, son humanas y cometen errores

Máximas imperfecciones: deslices en las monarquías

La reina Letizia se toma con humor llevar el mismo vestido que una invitada

VIRGINIA BLONDEAU
Por VIRGINIA BLONDEAU

10 de Agosto de 2025 | 05:15
Edición impresa

Nobody is perfect. En este mundo globalizado y multicultural nos permitimos la licencia de comenzar esta reseña con una frase que, en inglés, parece tener más contundencia. Nadie es perfecto (aunque lo parezcan).

Reinas y reyes tienen la agenda milimétricamente ordenada, un equipo de personas que revisan su aspecto y otro equipo con el que revisan cada paso que van a dar y cada palabra que van a decir. Nada puede salir mal y sin embargo, sale mal. Las metidas de pata no suelen ser graves ni recurrentes pero que las inmortalicen treinta fotógrafos y las registren en directo cadenas de televisión de todo el mundo, no ayuda a que pasen desapercibidas.

Manchas en el vestido de Isabel II

En los estilismos, las damas de la realeza guardan algunos secretos que, en un descuido, salen a la luz. Como, por ejemplo, el alfiler de gancho que le vimos a Máxima en un vestido que estrenó en Chipre hace unos meses. La reina no quiso mostrar tanta pierna y optó por unir, disimuladamente, las telas cruzadas de la falda con el fiel elemento pero… Algo falló y todos lo vimos.

Piernas sí que mostraron dos, entonces, jóvenes princesas inexpertas a las que ráfagas imprevistas les jugaron una mala pasada.

Letizia hacía apenas un año que se había casado con el príncipe de Asturias cuando, como dice la canción de Joaquín Sabina, “la virgen de los vientos” le levantó la pollera dejando expuesta su ropa interior. Se ve que su suegra no le había contado que en actos al aire libre hay que usar o falda estrecha o enagua o unas pesas que se colocan en el dobladillo.

Máxima y su alfiler de gancho

A Kate le pasó exactamente lo mismo bajando de un avión en Nueva Zelanda. Con una mano sostenía a Jorgito, de pocos meses, y con la otra trataba desesperadamente de que el vestido acampanado no se levantara más de la cuenta.

Letizia aprendió la lección y salió airosa hace unas semanas cuando, en un acto, el vestido de volados estuvo a punto de flamear con un ventarrón. Pero… Solo se salió de lugar un volado y nada pasó porque la reina tenía enagua debajo.

La pobre Kate pagó caro el derecho de piso. En su largo noviazgo con el príncipe Guillermo los fotógrafos parecían encantados de dejar testimonio de sus descuidos y así fue como le conocimos todas sus prendas interiores y algo más.

Meghan con la etiqueta en el vestido

Aunque el mayor de los papelones fue el de su concuñada, la efímera Meghan Markle. En su primera (y última) gira en representación de la reina Isabel II no solo dejó en evidencia que detrás de una falda azul transparente había un culote del mismo color sino que otro día olvidó sacar la etiqueta del ruedo del vestido y todos supimos la marca y especificaciones.

Si alguna vez han ido a una fiesta con ese vestido que aman y algún despistado les volcó aceite, sepan que no están solas. A la gran reina Isabel II le pasó lo mismo y ella, tan perfecta, aguantó toda la fiesta con los manchones en ese impoluto vestido aquamarina que ya nunca volvimos a ver.

Un papelón sin remedio es llegar a una reunión y que otra invitada tenga puesto el mismo vestido. Si les ha pasado, tampoco están solas: hace tres años la reina Letizia llevó a una entrega de premios un vestido blanco y negro de Mango. Fue mayúscula su sorpresa cuando una de las galardonadas subió al escenario con el mismo modelo. “Parecemos gemelas” dijo la reina y con humor, lo que era un papelón se convirtió en una simpática anécdota.

Su sobrina, en cambio, no se puso tan contenta cuando le pasó lo mismo. Resulta que en esas fiestas rutilantes de verano marbellí, hace un par de años, Victoria Federica de Marichalar, hija de la infanta Elena, apareció con un vestido de lamé corte sirena de la firma Amen Style. Se sentiría moderna, elegante y única en uno de sus primeros vestidos de alta costura. Claro que toda la alegría se vino abajo cuando supo que la condesa Gunilla von Bismark, una señora que ya había pasado los 70, había tenido el tupé de llevar el mismo vestido. A la alemana poco le importó pero dijeron que Victoria Federica huía y se escondía para evitar el encuentro.

Victoria Federica y Gunilla Von Bismark

Pero no solo el viento y las señoras pizpiretas son las culpables de los royal bloopers. También las avispas. La semana anterior los reyes de Dinamarca llegaron al castillo de Graasten para pasar sus vacaciones. Los vecinos y el alcalde les dieron una cálida bienvenida y mientras estaban saludado pudimos ver a la reina Mary rascándose la pierna e incluso desesperada por levantarse la falda. Los movimientos un poco espasmódicos llamaron la atención del rey quien sugirió que alguien le diera un vistazo. Salvo el susto y la picazón, no hubo consecuencias y el acto siguió normalmente.

Ahora bien… un consejo. Aunque tengan en común alguna de estas metidas de pata, si alguna vez se cruzan con Máxima, Letizia o Kate, por favor no se los recuerden. La ilusión de la perfección siempre está.

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