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Tu nombre es el tuyo, el mío es el mío

Arzobispo de La Plata

Tu nombre es el tuyo, el mío es el mío

Escena del film "Llámame por tu nombre" dirigida por Luca Guadagnino

11 de Marzo de 2018 | 08:45
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La clave de sentido de la película de Luca Guadagnino “Llámame por tu nombre” se encuentra, a mi parecer, ya en los instantes iniciales: los títulos se inscriben sobre un fondo que es un desfile icónico de esculturas griegas. Esa referencia reaparecerá, avanzado el filme, dos veces más: en el hallazgo arqueológico del resto de una estatua de aquellos lejanos siglos, y en una proyección de los bellísimos desnudos de Praxíteles. Estoy sugiriendo que el tema que en profundidad sostiene la historia es la belleza y el eros, valores inseparables en la antigüedad griega. El relato narra el amor homosexual entre un adolescente italiano del norte, Elio, vástago de una familia judía, rica y culta, y Oliver, un adulto joven, también judío, que llega de Estados Unidos para asistir al padre de Elio, que es arqueólogo, en sus investigaciones. El posterior cambio de nombres, recogido en el título, se insinúa ya cuando el muchacho acompaña al recién llegado para ubicarse en la casa; dice: “mi cuarto se ha convertido en el tuyo”.

SENSUALIDAD

La manifestación de la sensualidad es dosificada admirablemente, desde las curiosas miradas del menor, sus espiadas clandestinas, hasta aquella medianoche, bien preparada, del encuentro sodomítico. Es el chico quien va siendo conquistado desde el impacto inicial, o quien quizá conquista al otro a pesar suyo, a medida que avanza en el deslumbramiento; el mayor muestra plegarse poco a poco. Más bien, podría interpretarse que es el adulto quien guía el proceso, aguarda el desenlace, disfruta calculadamente. De hecho es él quien convoca al momento culminante. ¿Son, sin más, homosexuales? Elio cuenta con una noviecita, con la que tiene sexo; Oliver, de regreso a su país, anunciará por teléfono a sus amigos italianos su matrimonio con una mujer. No es necesario que hablen acerca de lo que va sucediendo entre ambos; forma parte del argumento central que Elio no comprenda lo que ocurre, mucho menos entonces puede animarse a comunicarlo. El silencio es otro elemento principal del relato. Los padres del chico, como queda claro al final, sospechan, advierten, consienten, aprueban callando.

La morosidad romántica, que alarga desmedidamente la película, ofrece al espectador instancias intermedias de la creciente cercanía de los dos varones; señalo en particular la escena en la que Oliver, notando la tensión del muchacho en un contexto deportivo, toca sus hombros y su cuello en una suerte de masaje que lo afloje. El masaje es un mensaje. Era preciso a Guadagnino, el director, demorarse para indicar la progresión del enamoramiento; en el tiempo oportuno que responde al ritmo de la narración, después de los paseos en bicicleta y el nadar juntos, sobrevendrán las caricias y los besos. En la escena que considero central y a la que ya he aludido, se replican, pero en acción, los desnudos de Praxíteles. Siempre sin violencia alguna, con “naturalidad”; la seducción que se verifica entre los protagonistas parece destinada a embargar el ánimo del espectador. Se ostenta delicadamente, paso a paso, la naturalidad de lo antinatural.

PLATON Y ARISTÓFANES

Ignoro si André Aciman, el autor de la novela original –que no he leído- ha estudiado a Platón, pero la película es platónica. Pienso en dos pasajes del Diálogo “El Banquete, o Del amor”. Aristófanes explica en el primero que “cada uno de nosotros es una contraseña de hombre, como resultado del corte en dos de un solo ser”, una especie de desgracia originaria. Un trecho más adelante prosigue expresando que el ansia tiene por meta reunirse y fundirse con el amado y convertirse los dos seres en uno solo, pues “la causa de este anhelo es que nuestra primitiva naturaleza era la que se ha dicho, y que constituíamos un todo; por consiguiente, el amor –eros- es el deseo y la persecución de ese todo”. Contraseña de hombre, “sýmbolon anthrōpou”, signo de reconocimiento, como cada mitad de una tablilla que permite identificarse juntándolas. Tu nombre es el mío, el mío es el tuyo. Los pasajes citados se refieren a la unión entre efebos (15, 16 ó 17 años) o entre un adulto y un adolescente, lo cual, quien habla en el diálogo platónico consideraba más viril, propio de los valientes: “sentir predilección por lo que es semejante a ellos”. Al llegar a la plena adultez –continúa el argumento-“aman a su vez a los mancebos”. La relación varón-mujer y el engendrar hijos sería sólo una obligación legal en la organización de la sociedad griega.

Lo que se muestra en la película que voy comentando es un caso de “efebofilia”, a un paso nomás de la pedofilia. En el “Banquete” platónico se apunta que algunos contemporáneamente afirmaban que el ejercicio del amor homosexual era propio de los desvergonzados. Después de los primeros escarceos pasionales, Oliver tranquiliza a Elio: “no hicimos nada vergonzoso”. Nos encontramos aquí en el corazón del estilo de vida propio del paganismo precristiano, que según el apóstol Pablo había penetrado en las comunidades de los fieles de Roma y de Corinto, formadas en su mayoría por cristianos convertidos del paganismo. Entre los pecados que les reprocha con duras amenazas está el de los “arsenokóitai”, la perversión que consiste en tener coito varones con varones (1Cor. 6,9; 1 Tim. 1,10; cf. Rom. 1,26ss.).

FREUD Y PERVERSIONES

Empleo intencionadamente la terrible palabra que significa una viciosa perturbación de la realidad. Sigmund Freud, en su “Introducción al psicoanálisis” enumera una lista de perversiones sexuales –así las llama- entre las cuales ubica a la sodomía. Un judío sabía muy bien de qué se trata, a saber: del episodio narrado en el Libro del Génesis (Bereshit 38,9), la abominación cometida por los habitantes de la ciudad de Sodoma, que a causa de esa violación de la naturaleza mereció ser destruida por fuego del cielo. Oliver, Elio y su familia son judíos paganizados. Al comienzo casi de la obra, los dos protagonistas hacen referencia a la estrella de David que pende del cuello del primero; es una identificación cultural, no religiosa. No se nombra a Dios en el filme, al Dios de la Alianza, que ha dado al pueblo elegido la Torá, los Nebiyîm y los Ketubîm. Muchos libros, amplia erudición literaria, pero la Biblia no aparece. Las velas encendidas hacia el final, con ocasión de la fiesta de la Janucá, no representan para ellos más que una costumbre tradicional a observar, no una manifestación de fe. San Pablo y Freud se encuentran en inesperada compañía. El genial y controvertido pensador del siglo XX afirmaba el carácter perverso e impúdico de la sodomía porque según él –como según la moral católica- una finalidad esencial de la relación sexual, que no se puede descartar, es la comunicación de la vida. Varón con mujer, por consiguiente.

La película muestra gratuitamente, además de los gestos de cariño y el disfrute compartido de la naturaleza y la música, suciedades como la inverosímil masturbación del muchacho con una fruta, ¡y el posterior intento del otro de comérsela! Un rebuscamiento excesivo, que no se justifica en la exploración hedónica de un adolescente que se inicia. El adulto, como ya indiqué, parece guiar el proceso; advierte lo que le ocurre al chico, aguarda el desenlace y disfruta quizá cínicamente. O es un abusador, o es tan inmaduro como el menor.

DIMENSIÓN MORAL, AUSENTE

La dimensión moral está ausente, aunque la reconstrucción ambiental de los años ochenta del siglo pasado es impecable, incluyendo las alusiones a la política italiana de la época. El final presenta, cuando el amante ya ha partido, un monólogo del padre, el arqueólogo, que intenta consolar al hijo, triste y silencioso. Es una moralina inconcebible; el padre, en una tardía función deseducativa, expresa su nostalgia: él hubiera deseado experimentar lo que ha vivido Elio, pero no se atrevió. Menciona la enseñanza que puede hallarse en la naturaleza, donde se alternan el verano y el invierno, como en el hombre el gozo y el dolor del corazón. Ella encuentra nuestro punto débil y nos deja en quiebra a los treinta años, así afirma. La naturaleza está bien fabricada, podemos decir corrigiendo el argumento. “Dios miró todo lo que había hecho, y vió que era muy bueno”(Génesis 1,31). Creó al hombre a su imagen; del costado del varón dormido en un profundo sueño sacó a la mujer, y se la presentó. El la recibió con alegría: ésta es hueso de mis huesos y carne de mi carne, es varona (ishá), porque ha sido sacada del varón (ish). “Los dos, el hombre y la mujer, estaban desnudos, pero no sentían vergüenza”(ib. 2,25). Cada uno con su nombre propio: él Adam, porque fue formado de la adamá, la arcilla del suelo; ella Jawwá, Eva, por ser la madre de todos los vivientes.

SOLEDAD

Al igual de lo que sucede en “Nadie nos mira”, película argentina que comenté en EL DIA el 4 de junio del año pasado, el camino de los protagonistas se empantana en la tristeza. Nicolás Lencke termina mirando silencioso a la esquiva New York antes de volver al pago. Elio, lloroso, también sin palabras, contemplando el fuego, que consume todo. En los dos casos la aventura amatoria “contra naturam”, paralela, acaba en la soledad, con sabor amargo. Platón no comentó –que yo recuerde- el desdichado fin de aquellos lances amatorios. Se dice que la novela de Aciman ha conquistado Hollywood. Esta Meca del Cine, y el Oscar al que se aspiraba, si el filme o el juvenil actor lo hubieran ganado, otorgarían fama a una obra que probablemente hubiera pasado inadvertida. La producción de “Llámame por tu nombre” debe haber sido costosísima, ¿cómo se ha de recuperar la inversión? En la función a la que asistí éramos seis espectadores, y en el caso anterior, el del año pasado, solamente dos. Tengo una sospecha: hay gente, y dinero, empeñados en hacer pasar por natural lo que no lo es, comprometidos en la estafa a la verdad. ¡Apta para mayores de 13 años, dice el cartel! Es verdad que cualquier chico tiene a su alcance, con su telefonito, toda la basura del mundo, pero si la autoridad encargada de la calificación considera que lo que yo he visto, una vista muy bella y por eso más dañina, resulta adecuada para que con ella se intoxiquen los adolescentes o los niños, el Estado se suma al complejo circuito de desnaturalización de la naturaleza, de la elegante promoción de la mentira. ¿Quién maneja el conjunto? El Padre de la mentira. Es más que una sospecha; no me cabe duda.

 

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