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Cumplir años o vivir años

Cumplir años o vivir años

SERGIO SINAY (*)
Por SERGIO SINAY (*)

20 de Octubre de 2019 | 08:30
Edición impresa

“Menahem Pressler sale al escenario andando con muchísima dificultad, apoyado en un bastón y del brazo de Annabelle Whitestone, que debe ayudarle a sentarse también en la silla, donde previamente se ha colocado un cojín especial. La operación no es fácil, y lleva su tiempo, pero una vez acomodado y abierta la tapa del piano, Pressler parece en su líquido elemento”. El 18 de mayo de 2018, Luis Gago describía de esta manera en el diario español “El País” el inicio del recital sobre obras de Mozart, Schumann, Chopin y Debussy que había tenido lugar la noche anterior en el Auditorio Nacional, de Madrid. Su protagonista, Menahem Pressler es un pianista que cumplió 95 años el último 16 de diciembre. Nacido en una familia judía alemana, él y sus padres alcanzaron a huir del nazismo en 1939 y se afincaron en Estados Unidos. Sus abuelos, tíos, primos y demás familiares no pudieron hacerlo y murieron en campos de concentración. Posteriormente Pressler se formaría como pianista en Israel desde muy joven y comenzaría a dar clases de su instrumento en la Universidad de Indiana a partir de 1955. En ese mismo año fundó el Beaux Arts Trio, con Daniel Guilet en violín y Bernard Greenhouse en violoncelo. Aunque cambió de integrantes, con excepción del propio Pressler que permaneció siempre, el trío fue durante mas de medio siglo una referencia ineludible para los amantes de la música en todo el mundo. Dio su concierto de despedida, antes de desintegrarse, el 23 de agosto de 2009 en Leipzig, Alemania.

Menahem Pressler siguió tocando, y lo hace aún hoy. Como dice Luis Gago en su crónica, la música es su líquido elemento. “Comienza a tocar, siempre con partitura y pasapáginas, el díptico formado por la Fantasía y Sonata en Do menor de Mozart, escribe Gago, y al momento resulta evidente que puede tocar el piano, y muy bien, a la vez que a menudo, al llegar a determinados pasajes, no puede mantener el tempo que él mismo había establecido poco antes y se ve obligado a recular o, con más frecuencia aún, que hay algunas notas que quedan mudas debido a la falta del peso suficiente del dedo al pulsar la tecla. En ocasiones el sonido es tan leve que parece salido casi de un clavicordio”. Al público que colma las salas en cada uno de sus conciertos, esas falencias poco le importan. “El gesto quizá para recordar no son tanto sus interpretaciones como el hecho de ver a este hombre frágil, con enormes problemas de movilidad, que, cuando se sienta por fin ante el teclado, se transfigura. Como llegado a su casa, a su hogar, al lugar del que nunca parece haberse alejado durante estos eternos 94 años”.

HUIR O AVANZAR

En 2014, el año en que el pianista se unió como solista a la Orquesta Filarmónica de Berlín (todo un acontecimiento, que el mundo de la música esperaba con ansiedad), la directora germana Grete Liffers filmó “La vida que amo”, un bellísimo documental sobre la vida de Pressler, a quien en el film se ve caminar y desenvolverse aún con soltura. Mantiene allí la lucidez que lo acompaña hoy, mientras su actividad no cesa. La película puede rastrearse en You Tube y suele ser exhibida en el canal de cable Allegro, un remanso en medio de la preponderante chatarra televisiva existente. Mientras se sigue la película, que muestra a Pressler en sus ensayos y conciertos, en reflexiones sobre lo que significa la música para él, en sabias cavilaciones sobre lo que aprendió de la vida y en chispeantes conversaciones con los entrevistadores que lo convocaron a la experiencia fílmica, surgen las palabras que el antropólogo francés escribió acerca de la vejez en su libro “El tiempo sin edad”. Allí dice Augé: “Es verdad que la edad avanzada frena algunas actividades, pero no ejerce ninguna acción perjudicial en el espíritu de quien no ha descuidado mantener la vitalidad. En una palabra, dime cómo envejeces y te diré quién fuiste”.

Mientras a los jóvenes se les dice “jóvenes” sin ningún remilgo ni pudor, dice el antropólogo francés, cada vez que hay que referirse a un viejo empiezan las vueltas y los eufemismos del tipo “abuelo”, “persona mayor”, “tercera edad”, como si la palabra viejo provocara miedo y como si se intentara un exorcismo para no nombrarla y evitar de esa manera lo inevitable: si nada se interpone antes en el camino, todas las personas llegarán a viejas. Y ante esta evidencia no les vendría mal preguntarse cómo están viviendo sus vidas. Si lo hacen corriendo compulsivamente hacia atrás, hacia una juventud tan perenne como artificial, o si avanzan en la dirección del tiempo, de la maduración, del aprendizaje y de la conversión de las experiencias vividas en sabiduría.

Respecto de este interrogante, Augé establece una interesante diferenciación. Una cosa es la edad alcanzada en años, un dato meramente cronológico, y otra los años cumplidos. La palabra cumplidos puede entenderse aquí como completados, realmente vividos, experimentados, cargados de contenido. Años que avanzaron en dirección de propósitos existenciales, durante los cuales hubo inconfundibles momentos de sentido, esos momentos por los cuales toda una vida mereció ser vivida, no simplemente transitada.

LA LECCIÓN DEL GATO

Entrevistada por el periodista Lluis Amiguet en el periódico barcelonés “La Vanguardia”, la filósofa Marina Garcés aporta una idea que bien se puede conectar con todas estas cuestiones. A menudo, señala, damos por sentado que la vida es prosperidad y crecimiento ilimitado, pero eso no es obvio. Que se trata de tener más, de divertirse más, de ser más joven (o aparentarlo). “Creer que ir a más es ir a mejor es entender mal los conceptos”, dice Garcés. “Y eso ha hecho nuestra cultura. Hemos hecho reduccionismo cuantitativo. Al final, nos hemos subordinado a una cultura contable que se considera sofisticada”. ¿Se trata, entonces, de llegar a vivir más años o mejores años? ¿Se trata de ser o parecer más joven por el medio que sea (siempre artificial) o de vivir lo mejor de la edad real que se tiene?

Ver y escuchar a Menahem Pressler con la mente y el corazón abiertos produce una gozosa sensación. A sus 95 años este hombre es inspirador, aun en los momentos en que el inevitable deterioro físico aflora, estimula el deseo de poder, como él, encontrar un camino de sentido, el amor por algo o por alguien que permita andar por la vida dejando una huella. Cuenta Augé en su libro que supo tener gatos a lo largo de su vida. Cuando el que tenía moría lo remplazaba por otro. Hasta que hubo uno al que no remplazó. Ocurrió cuando advirtió que él trataba a los gatos como mortales mientras se sentía inmortal. El último gato le enseñó que también él moriría, que ya era viejo como el animal. Y tenía dos caminos: abrirse al mundo o replegarse en una falsa idea de inmortalidad, en una compulsiva búsqueda de juventud. Optó por lo primero, porque tener más edad es experimentar nuevas relaciones humanas, un privilegio que muchos no conocerán, algunos por no llegar y otros por llegar de espaldas a su edad, intentando huir de ella. Menahem Pressler, de frente al tiempo, dice en final del documental: “Nunca busqué la perfección, siempre la belleza. He vivido la vida que me tocó y estoy agradecido por ella”.

 

(*) El autor es escritor y periodista. Su último libro es "La aceptación en un tiempo de intolerancia"

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