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Cadáveres exquisitos

Cadáveres exquisitos

Bruno Carpinetti

10 de Noviembre de 2019 | 07:37
Edición impresa

“Los animales que yo mato sufren menos que los que mueren en la naturaleza”, con esta provocadora frase Bruno Carpinetti, antropólogo social, guardaparque y profesor de Ecología y Recursos Naturales en la Universidad Nacional Arturo Jauretche inicia su encendida crítica a los antiespecistas y veganos.

Carpinetti tiene una chacra en la que mata con sus propias manos unos cuatro animales por año para consumo familiar. Asegura que no compra carnes de feed lot porque, si en algo coincide con los veganos, es en el maltrato que les da la industria: “Los animales que yo crío están felices, no sufren, y eso hace que posean una mejor calidad alimentaria”.

Explica que la vaca, por ejemplo, sufre menos en manos de un humano que en las fauces de un oso o de un tigre, otros de sus potenciales depredadores. Y que una liebre padece menos con el tiro de un cazador que entre los dientes de un hurón. Se irrita cuando habla de los veganos: “Proponen comer vegetales como si no supieran la cantidad de pequeños vertebrados, insectos y microorganismos que se matan cuando arás un campo para cultivo”.

En sus artículos “De carne somos” y “Cadáveres exquisitos”, publicados en la Revista Mestiza de la Universidad Jauretche, dice que el gusto por la carne es causa y efecto de la evolución de nuestra especie: “Tanto el incremento del tamaño del cerebro como el desarrollo de relaciones sociales más complejas, es un producto evolutivo de la caza cooperativa de grandes mamíferos y el consiguiente acceso a cantidades importantes de proteína animal”. Afirma que “la dieta omnívora, con una presencia importante de elementos cárnicos, fue la que nos permitió desarrollar encéfalos de gran tamaño, con todo lo que ello supuso para el ser humano: aunque puede sonar excesivo, no es aventurado afirmar que comer carne fue lo que nos hizo verdaderamente humanos”.

Cree que los veganos son funcionales a un sistema empecinado en ocultar la muerte, que no es otra cosa que parte de la vida, su opuesto complementario. Para que sus hijos aprendan a valorarla, incluso, los invita a participar de las “carneadas”, que implican el sacrificio y procesamiento de los animales que van a comer. Dice también que, a medida que los ciudadanos de los países desarrollados y enclaves urbanos se alejaron de la estrecha relación que los campesinos poseen con los animales, ha crecido velozmente su idealización. Y agrega que el carácter “cruel” y “brutal” de la “Ley de la selva” que los veganos atribuyen a los que comen carne “es una construcción social urbanita, moderna y occidental, hija más de Disney que de Darwin”.

 

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