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¿Quién vota por la educación?

¿Quién vota por la educación?

SERGIO SINAY
Por SERGIO SINAY

16 de Junio de 2019 | 08:47
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A comienzos de este año el Grupo de Opinión Pública, un equipo de profesionales dedicados al estudio de la realidad política y social, dio a conocer su informe de Medición de Humor Social. De su encuesta, efectuada en la Capital Federal y el conurbano bonaerense, surgieron los principales temas de preocupación de los argentinos. La lista estaba encabezada por la inflación (mencionada por el 60% de los encuestados), a la que seguían la inseguridad (57%), el trabajo (40%), la educación (23%), los salarios (20%) y la corrupción (17%). Si esta investigación se toma como una radiografía, se advierten en ella síntomas preocupantes. Uno de ellos es que a menos de dos de cada diez personas les preocupe el tema de la corrupción, ese tumor maligno que atenta contra la salud y el futuro de la sociedad de manera flagrante. Pero acaso el más alarmante es la educación, tema de inquietud para solo dos de cada diez argentinos.

Como en la política y en el ejercicio del gobierno el marketing, el oportunismo y la mirada corta vienen desplazando desde hace años a los programas, las visiones y los proyectos convocantes vinculados al destino común de la sociedad, es muy posible que, en los meses próximos, una vez abierta la temporada de caza electoral, se oiga a los diversos candidatos repetir discursos de ocasión acerca de los temas que encabezan la lista de preocupaciones. Se prometerá el fin de la inflación, la erradicación de la inseguridad y la creación de puestos de trabajo, además de felicidad y buenaventura para todos. Como cada cuatro años, el carrusel gira sobre sí mismo y, es probable que quien saque la sortija se olvide de todas sus promesas tan pronto como baje del caballito o el autito en el que se había montado para la campaña. Lo grave es que, nuevamente, la educación resulte un tema relegado en la lista de prioridades.

ES LA EDUCACIÓN, ESTÚPIDO

Si se observa con atención la lista de preocupaciones, se advertirá que está encabezada por cuestiones urgentes. Acaso la educación no lo sea. Pero es importante. Y mientras lo urgente se refiere al momento y suele desvincularse del futuro, lo importante es trascendente, afecta al presente y al porvenir, al todo y a sus partes. Por regla general la concentración en lo urgente suele postergar lo importante. Del mismo modo, muchas urgencias nacen de haber olvidado la atención de lo importante. Cuando no se atienden los síntomas y se desprecian los tratamientos (lo importante) se termina en una intervención quirúrgica (lo urgente). La importancia de la educación radica en que su desprecio, su subvaloración, la desidia en su cuidado y en la comprensión de su función es factor fundamental en la aparición de cada uno de los problemas de que preocupan a la sociedad. Visionario y lúcido, Sarmiento lo expresó con claridad: “Todos los problemas son problemas de educación”.

La educación es un tema de inquietud para solo dos de cada diez argentinos

 

En su ya clásico e imprescindible libro “La tragedia educativa”, el doctor Guillermo Jaim Echeverry, ex rector de la Universidad Nacional de Buenos Aires y miembro de la Academia Argentina de Educación, puso el dedo en la llaga al analizar de qué manera se combinan la negligencia de los gobernantes y la indiferencia de una mayoría cuántica de padres (según los cuales el problema es de los otros, no de sus hijos ni de ellos mismos) para generar esa tragedia que luego se refleja en los múltiples y crónicos problemas de la sociedad. La educación es mucho más que los días de clase que se dictan o los programas y cuestiones curriculares de los que tanto se habla. Ricardo Moreno Castillo, doctor en matemáticas y pedagogo madrileño, dice en su libro “De la buena y la mala educación”: “La educación es la piedra angular de la convivencia y el progreso, y en este sentido todos somos responsables de que sea amplia, coherente y equitativa; pero a nivel individual todos somos responsables de la educación de nuestros hijos en la medida en que eso constituye la base del futuro”.

En tanto la educación prepara a las personas para su realización personal, no se puede resolver sacándosela de encima (en el caso de los gobiernos) ni tercerizándola, en el caso de los padres que depositan en la escuela buena parte de su responsabilidad (por lo demás intransferible). La educación es más que estadísticas y cupos. Una pregunta la atraviesa: ¿para qué educar? La respuesta más integradora dirá que para comprender el mundo, para poder existir en él, para entender los fenómenos y experiencias que vivimos, para pensar más allá de nuestras narices, para contar con recursos que permitan trazar y protagonizar proyectos de vida trascendentes. “La ciencia y la técnica por sí solas no significan progreso si no están acompañadas por un pensamiento que marque sus límites y explore sus posibilidades más humanas”, apunta Moreno castillo en una de sus conferencias. Y, entre los muchos riesgos que acechan hoy a la desatendida y desprotegida educación, está la de convertirse en un mero proceso de entrenamiento técnico. Una actividad destinada a proporcionar mano de obra, en el sentido más amplio de estas palabras, a los intereses económicos, industriales y tecnológicos predominantes en la sociedad contemporánea. Es decir, especialistas en un único tema e ignorantes de todo lo demás que conforma el mundo y la vida.

CONOCIMIENTO SIN EDUCACIÓN

Hace dos décadas, en un ensayo de poderosa vigencia titulado “La sociedad inconsciente”, el historiador, economista y novelista canadiense John Ralston Saul advertía sobre este peligro. Las universidades, en donde debería imperar el humanismo como cimiento de la formación de profesionales de cualquier disciplina, están cada vez más preocupadas por alinearse al servicio de las fuerzas específicas del mercado, prevenía Ralston Saul. Eso lleva a practicar un tipo de educación en el que el acento está puesto en la transmisión de conocimientos fragmentarios. “Un estudiante que adquiera muchas habilidades técnicas, pero sin el hábito de pensar, carece de educación y se le hará difícil ejercer como ciudadano”, sentencia el pensador canadiense.

Aprender a pensar, interviene Moreno Castillo, requiere conocer cómo ha venido pensando la humanidad, “de lo contrario corremos el riesgo de presentar como novedoso lo que se ha dicho hace siglos o de proponer como buenas unas ideas que ya hace tiempo se han demostrado impracticables”. Educar es un emprendimiento filosófico, porque, como dice este pedagogo, el quehacer filosófico consiste en el arte de reflexionar sobre todos los demás quehaceres. Y sobre la vida que vivimos y que pretendemos vivir.

Como se ve, dar a la educación las características de una preocupación secundaria, que puede esperar, no es bueno ni en la vida pública ni en la privada, ni en los gobiernos ni en los hogares. Sin embargo, ocurre. Y una de las consecuencias de esto es contar con menos recursos para afrontar los otros temas de preocupación o, mejor, para evitarlos. Tanto en el plano de los gobernantes como en el de los ciudadanos una cuestión decisiva aguarda respuesta: ¿qué es educar? ¿vamos a educar? Y, por fin, ¿vamos a educar para vivir o solo para sobrevivir? Preguntas para padres y para candidatos electorales. Las respuestas no pueden ser palabras, deben ser acciones.

 

(*) El autor es escritor y periodista. Su último libro es "La aceptación en un tiempo de intolerancia"

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