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Amantes de la adrenalina y la naturaleza, cuatro platenses cuentan sus aventuras en tierra, aire y agua. El entrenamiento necesario para estas prácticas. La función del ocio y los peligros de la adicción al riesgo
YAEL LETOILE
Por YAEL LETOILE
Hay quienes esperan todo el año para echarse en una reposera frente al mar. Nada más lejos de los protagonistas de ésta nota.
A Rómulo Carpinetti (40), Mariana Mayón (41), Pablo Carciofi (47) y Guillermina Pertino (37) los une el amor por el movimiento y la adrenalina y, cuando se trata de turismo, ellos eligen el riesgo.
Escalar una montaña, saltar o navegar un río en kayak, recorrer en bicicleta un camino de cornisa o lanzarse en paracaídas son experiencias extremas que les reportan un placer sin límites, un shock de felicidad, una liberación de endorfinas sin igual.
Para despuntar el vicio no bastan la voluntad y el arrojo, sino el adiestramiento del cuerpo y el conocimiento del terreno, pues si algo se pone en juego en este tipo de aventuras es la percepción del propio riesgo y el dominio físico sobre la naturaleza.
¿Sólo eso? Especialistas aseguran que la mayoría de los deportistas extremos creen desafiarse a sí mismos cuando en realidad lo que hacen es desafiar los límites de la vida. Ellos, sin embargo, aseguran que es una forma de salirse de la zona de confort. Si todavía no reservó balneario, lea esta nota y defina su próximo destino.
Para Luis Alberto Spinetta la montaña es la montaña; para Rómulo Carpinetti, cineasta y empleado de Parques Nacionales, la montaña es trabajo y ocio a la vez. Tanto le apasiona escalar que hace tres años buscó un modo de juntar las dos cosas que le gustan: el paisaje y la fotografía.
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El nombre del experimento es Registro Vertical, un proyecto de registro documental y fotográfico de las salidas de escalada, hoy convertido en una plataforma de redes sociales.
“Para mí es una forma de vida insuperable. Cuando empecé a estudiar cine fue porque no quería estar en una oficina ocho horas, quería vivir todo el tiempo en situaciones de crisis con el ambiente. Y eso es lo que te pasa en la montaña, estás todo el tiempo fuera de la zona de confort”, lanza recién llegado de una travesía de Tilcara a Calilegua.
Durante cinco días, caminó 100 km por senderos de montaña con una mochila de 20 kilos para producir material para Registro Vertical. “No fue riesgosa, pero sí intensísima. Son las Yungas, la selva boliviana. Arrancás en Tilcara, todo rojo, pasas a 4.200 metros y después la Puna, te quedás sin aire”, describe.
Cuando se trata de ocio, es lo mismo pero sin fotos. O casi. Las últimas vacaciones en Piedra Parada, Chubut -el paraíso de los deportistas de escalada-no pudo aguantar. “Termino sacando fotos y grabando videítos”, dice y reconoce “fue tema de terapia, pero si lo disfruto por qué me voy a andar privando”.
Para Rómulo no hay nada comparable a la sensación de estar fuera de la zona de confort. “Si en la montaña estás cómodo es porque le estás pifiando y no estás haciendo lo que deberías. La montaña te invita a desafiarte a vos mismo. No hay nadie a quien ganarle ahí, son desafíos personales”, dice.
“Me gusta porque el turismo de aventura es la adrenalina del momento. Es un peligro cuidado”
Mariana Mayón
Saltó en paracaídas
No hay nada. Vos y el vacío. Esa es la sensación que experimentó Mariana Mayón, empleada, al lanzarse en paracaídas desde una avioneta en Chascomús: su bautismo de riesgo.
Antes, hubo otras experiencias donde empezó despuntar su amor por el vértigo. Una vez, en San Luis, se tiró a una olla de río desde una roca de 5 metros, y otra, haciendo esquí en San Martín de los Andes, se fue a la pista negra, aburrida de haber hecho una y otra vez la de principiantes.
“Cuando llegué, me arrepentí, porque estaba arriba de todo y era así”, pone la mano recta para abajo, “dije, ya está, me quiebro toda, porque no podía bajar en la silla, y soy amataeur”. Cuando se tiró le temblaba todo de los nervios, del miedo y la emoción. “Pero no me caí. La hice”, se enorgullece.
“Me gusta porque el turismo de aventura es la adrenalina del momento. Es un peligro cuidado. No es que uno se tira al vacío solo sin ninguna precaución. El paracaidismo se hace con guías y está todo sabido”, confía.
Ella lo hizo con una empresa que funciona en el Club de Aeromodelismo de Chascomús y el único requisito para saltar fue que hubieran buenas condiciones climáticas. Como la primera vez había viento y estaba nublado, tuvo chances para mirar algunos videos y conocer detalles, antes del día D.
“Son 40 segundos de caída libre y ahí se abre el paracaídas y después empezás a bajar lentamente. Eso, en total, son dos minutos. Todo rápido. No hay nada, vos y el vacío. Y el viento y la velocidad que te corta la cara”, cuenta “como hacía mucho frío, sentí que no podía respirar. Y cuando se abre el paracaídas, sentís alivio por dejar de caer y flotar”.
¿Si tuvo miedo? “El miedo siempre está pero no importa, lo que uno quiere es experimentar es el momento de adrenalina, del temor a lo desconocido”, explica hoy, tras haber sumado otro orgullo extremo: recorrió en Bolivia el afamado Camino de la Muerte, que une La Paz, a 4700 metros sobre el nivel del mar, con Coroico, en la selva boliviana.
“En la montaña vivís situaciones de riesgo con el ambiente, estás todo el tiempo fuera de la zona de confort”
Rómulo Carpinetti
Montañista
El bautismo en kayak de Pablo Carciofi, técnico en Seguridad e Higiene y dos hijos, fue en el río Atuel en Mendoza 30 años atrás, en una competencia de slalon.
En medio pasó el trabajo, la familia, los chicos. Hasta hace cinco años, cuando atendió el llamado interior a saldar esa cuenta pendiente: “necesitaba adrenalina”, dice.
“El kayak en aguas blancas lleva implícito el riesgo. Lo hago porque me gusta desde chico, especialmente bajar ríos y conocer lugares a los que no llegás sino es remando. Ahí no hay turismo, ni gente común, si no vas por el río no los conocés”, se entusiasma.
Es el caso de los ríos San Pedro y Siete Tazas en Chile, a los que sólo se puede acceder navegándolos. Estas aguas presentan distintos niveles, con una clasificación que va de 1 a 6, según el grado de dificultad.
Pablo llegó a remar en las aguas del río Sosa, en Tucumán, que es nivel 4. Todavía no hay quien haya navegado en nivel 6. Para eso, se preparó física y técnicamente en la escuela de kayak en pileta de la UNLP, donde incorporó las prácticas de autorescate y remo necesarias para desarrollar la actividad como aficionado.
Desde entonces forma parte de un grupo de amigos con el que dos o tres veces al año van a bajar ríos de distintas categorías, con saltos y rápidos, con quienes ya prepara su próxima expedición: Río Grande, en Mendoza, una remada de tres días desde la Cordillera hacia el lado argentino.
¿Qué es lo que más le gusta de la actividad? “Los 10 minutos antes, las tres horas del medio y el final. Aunque muchas veces te preguntás qué carajo hago acá. Porque cuando la cosa se pone jodida y pasás rápidos que están al límite de tu capacidad técnica te surge la pregunta”, admite.
Guillermina Pertino es comerciante y formó parte de la primera expedición de turismo aventura a remo por el río Bermejo, junto a otras 20 personas. Fue en julio, la época en que el río tiene menor caudal, ya que en verano se vuelve intransitable.
Con la guía de dos lugareños, hicieron casi 100 km de navegación desde la Yunga salteña hasta Las Peñas, con el atardecer de fondo. Fueron tres noches acampando en playas de arenas blancas; juntaban leña, armaban el fuego y cocinaban. “Eran noches estrelladas y amaneceres bellísimos”, revive.
¿Los riesgos? “Prácticamente no hay riesgos”, asegura Guillermina, “lo único que tenés que saber es remar. Hay dos guías locales, hay kayakistas, una lancha de apoyo, no hay riesgo porque vas acompañado pero esto mismo hacerlo solo es una locura”, asegura más cerca de la aventura que del deporte extremo.
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Guillermina Pertino fue parte de la primera expedición a remo en el Río Bermejo en Salta
Pablo Carciofi en plena práctica de kayak en el salto del indio del Río Los Sosa en Tucumán
Mariana Mayón, en el momento de su salto en paracaídas en Chascomús
A Rómulo Carpinetti apasiona escalar montañas
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