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Séptimo Día |PERSPECTIVAS

Elecciones y emociones

Elecciones y emociones

Sergio Sinay*

25 de Agosto de 2019 | 07:03
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Lo peor que puede ocurrir con las emociones es quedar prisionero de ellas. No entenderlas ni resolverlas. Como las aguas de una represa, las emociones necesitan un cauce. Si lo tienen seguirán un curso fertilizante. En caso contrario provocarán inundaciones devastadoras. No se debe reprimirlas ni negarlas, esfuerzo por lo demás inútil. “Cada emoción es una luz de tonalidad específica que se enciende e indica que existe un problema a resolver”, advierte el médico y psicoterapeuta Norberto Levy en su trabajo “La sabiduría de las emociones”. Son portadoras de mensajes que no se deben desoír.

La vida en la Argentina suele transcurrir en una suerte de montaña rusa emocional. Siempre hay un motivo, que puede ser político, económico, deportivo, social o de cualquier índole, como disparador de un torrente de emociones que, sobre todo en el orden colectivo, se afrontan de modo bastante disfuncional, con poca comprensión de sus mensajes y escasa ductilidad en su encauzamiento. A menudo la sociedad en su conjunto es capturada por una euforia desmedida y triunfalista (por una victoria en un mundial, la visita o el elogio de una personalidad mundial, una breve primavera económica, o el premio obtenido por un argentino, a costa de un esfuerzo siempre individual, en alguna actividad) que inclina a creer que el centro del mundo está en el país. Y de inmediato puede sobrevenir una profunda depresión, motivada también por un evento deportivo, un apagón económico, un acontecer político o un imponderable de orden natural. Entonces se extiende la desesperanza y la Argentina deja de ser súbitamente la tierra prometida para convertirse en el lugar del que hay que huir cuanto antes, así sea llevándose los problemas no resueltos en la valija.

DESTRUIR O CAMBIAR

El resultado de las elecciones primarias obligatorias (PASO) acaecidas el 11 de agosto pasado gatilló como pocas veces emociones extremas en amplias capas de la población. En ese exaltado menú aparecen con particular nitidez dos emociones. La ira y la depresión. Aunque la depresión suele entrar en el catálogo de las patologías mentales (y por lo tanto medicables), merece ser considerada también como la expresión de una tristeza profunda y desesperanzada. Una manifestación del alma y no únicamente de la mente.

Las emociones no se eligen. Se manifiestan. Lo que sí depende de nosotros es comprenderlas y gestionarlas. En el caso de la ira, como explica Levy, esta surge de la frustración. Algo que esperábamos no ocurrió, una promesa no se cumplió, una esperanza fue desbaratada, un obstáculo se interpuso en nuestros planes o proyectos. Toda la energía que estaba depositada en esas expectativas queda embolsada, empantanada. Puede volverse en contra de uno mismo o desparramarse de manera destructiva alrededor, dañando incluso a otros. O puede dar nacimiento a nuevas respuestas para aquellos planes y proyectos. Acaso también resulte funcional para ampliar la mirada, salir de un lugar en el estábamos paralizados a la espera de un acontecimiento externo que nos desbloqueara. La ira es una energía a disposición de quien la siente. Pero debe ser gestionada. Por sí sola no resuelve. En términos deportivos, no se juega mejor cuando se está enojado, sino cuando se piensa y se entiende el juego. Lo que el enojo puede hacer es proporcionar energía física, disposición a la acción, pero no claridad para desarrollarla. Quien toma decisiones guiado por la ira se abona a la equivocación. Peor aún, a la equivocación irreparable.

A la inevitable descarga inicial de ira (el grito, el golpe, el insulto, el objeto arrojado al piso, etc.) es imprescindible que le siga un aprendizaje de la gradación y la dirección de ese impulso, señala Levy. La ira no debe vivirse en términos de todo o nada. Graduarla, saber cuánto, hasta dónde, en qué contexto, es, según este psicoterapeuta, una gran conquista evolutiva. No se trata de tragarla, hay que manifestarla, darla a conocer. Pero después resulta prioritario convertirla en el inicio de una respuesta resolutiva a la situación que la creó. En el caso concreto de los enojos electorales, el voto es una manera, como quedó claro, de manifestar enojo, pero no es resolutivo morder ese enojo sin soltarlo. Esto vale para quien está iracundo por las promesas incumplidas o para quien se enoja con el resultado de las elecciones y con quienes votaron distinto de él o ella.

La cuestión es trabajar en una solución para los efectos que, ante todo en el orden personal, fueron producidos por aquello que provoca el enojo. O vivir con la ira el resto de los días, perdiendo tiempo precioso e irrecuperable de la propia vida. La ira se puede convertir en una enfermedad crónica que nos lleve a vivir en el resentimiento, dice el psicoterapeuta y teólogo Thomas Moore en su ensayo “En busca de una religión personal”, o puede transformarse en un impulso constructivo que nos incline a modificar situaciones anquilosadas. Como todas las emociones, insiste Moore, la ira necesita de un proceso alquímico de transformación. Ese proceso puede mutar el sentimiento inicial en una emoción sanadora, que remueva obstáculos tóxicos para nuestra vida.

UN OPORTUNO RECORDATORIO

En el caso de la depresión, Moore considera con razón que su presencia puede conducirnos a preguntas esenciales y postergadas. ¿Estamos deprimidos por eso a lo cual le atribuimos nuestro estado o este es solo el síntoma de algo más profundo, vinculado con el sentido o ausencia de sentido que percibimos en nuestra vida? A veces, de acuerdo con este autor, la depresión se instala, más allá de cuál sea su disparador, para ponerle un poco de peso a esa vida, para advertirnos de que la estábamos transcurriendo con demasiada liviandad, rozando apenas su superficie, olvidados de cuestiones trascendentes. Podemos afrontarla con analgésicos, como si se tratara de la enfermedad de un órgano, o podemos pensarla como un síntoma existencial. Los procesos electorales pasan, los candidatos también (¿cuántos hemos visto y a veces olvidado a lo largo del tiempo?), pero nuestra vida sigue y es la única que tenemos. Quien cree que es el resultado de unas elecciones el que lo deprime, acaso este fijando la mirada en el árbol y no en el bosque. “Algunas personas, escribe Moore, se sienten deprimidas porque les falta una meta y sus relaciones son débiles y precarias. Temen por su felicidad y desean desesperadamente sentirse animadas. El vínculo entre depresión y espiritualidad es muy estrecho”. Más estrecho, quizás, que el vínculo entre depresión y elecciones. Conviene recordar, además, que espiritualidad es más que religiosidad, aunque la incluya.

También el miedo asoma en muchos en estos días. Levy lo define como la reacción ante la percepción de una amenaza. Y, en su calidad de alerta, hay que prestarle atención. Pero para que no sea paralizante es preciso registrar con claridad la realidad de la amenaza, su proporción, su vigencia y también hacer un balance los propios recursos, que pueden ser suficientes para afrontarla. Como con cada emoción, se trata de agudizar el oído interno, tomarla como portadora de un mensaje y gestionarla con el aporte de la razón, otro gran instrumento.

Lo peor que puede ocurrir con las emociones es quedar prisionero de ellas

 

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