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Arquitectura, farolas, estatuas y fuentes inspiradas en el academicismo francés impregnan la Ciudad de un aire parisino desde su plan original. Cómo influyó el higienismo europeo y la mítica Villa Francia que describe Julio Verne
MARISOL AMBROSETTI
Por MARISOL AMBROSETTI
Edificios como la residencia del Gobernador o el petit hotel de diagonal 80 y 46, fuentes como “Las cuatro estaciones” de Plaza Moreno, las pequeñas estatuas de la Libertad de las escaleras de Casa de Gobierno y otras tantas piezas de la fundición Val d´Osde que decoran la Ciudad nos “hablan” todos los días de la poderosa influencia que ejerció Francia en La Plata desde el momento mismo de su planificación, cuando empezó a nacer en la mente de sus fundadores.
Parte de ese influjo viene de la fascinación de nuestros próceres por los ideales del Iluminismo y la Revolución Francesa, que ya era intensa un siglo antes de la fundación de La Plata. A su vez, la aristocracia de este “granero del mundo” siempre miró deslumbrada la estética europea en general y la parisina en particular. Las múltiples formas que adquirió esa influencia fue el tema central de una jornada reciente organizada por la Alianza Francesa, el Comité Argentino del Consejo Internacional de Monumentos y Sitios (ICOMOS) y el Consejo Internacional de Museos ICOM, delegación La Plata.
“El estilo afrancesado nace en L´ École de Beaux Arts, pero en el país y en La Plata los estilos europeos llegaron de manera posterior a su surgimiento en Europa y se fueron mezclando, por eso no hay estilos puros y se habla de eclecticismos”, explica Marcela Nacarate, arquitecta especializada en Patrimonio y una de las disertantes de la jornada. Un claro ejemplo de esa mezcla, señala, es el Pasaje Dardo Rocha, que nació italiano como terminal ferroviaria y terminó afrancesado después de una intervención en el techo, que hoy muestra la típica mansarda, ese piso extra con tejuelas de laja generalmente negras y pequeñas ventanas que algunos llaman altillo o buhardilla.
De paseo por el centro platense, si una levanta la vista, encuentra los techos con mansarda tan característicos del academicismo francés, no sólo en el Pasaje Dardo Rocha, sino también en Casa de Gobierno, en la Legislatura y en la mayoría de los grandes edificios. Nacarate detalla que este estilo se organiza, en general, en tres elementos distintivos: el basamento con escalinatas, la planta baja elevada y el remate del techo con mansarda. A su vez, en edificios como el petit hotel de diagonal 80 o en el de la esquina de calle 9 y 48, sobre la librería, “ya no se usa tanto la baranda con balaustrada sino el hierro forjado para los balcones, que también es típico de este estilo”.
La residencia del Gobernador, sobre calle 5 entre 51 y 53, es un claro ejemplo de esa arquitectura. Nacarate aclara, no obstante, que “hoy no tiene la fachada original, sino una intervención que data de los años 30 y que estuvo a cargo de uno de los arquitectos más notables del país: Alejandro Bustillo, el mismo que hizo el Llao Llao en Bariloche y el Casino y Hotel Provincial de Mar del Plata”.
No se trata solo de arquitectura y ornamentación urbana. La influencia francesa, aseguran los expertos, aparece desde el inicio del plan de Dardo Rocha y Pedro Benoit, quienes, según cuenta la leyenda, eran amigos de Julio Verne y para planificar esta capital se habrían inspirado en “Villa Francia” o “Franceville”, la ciudad inventada por el escritor francés en su novela “Los quinientos millones de la Begun”.
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En el país y en La Plata los estilos europeos de arquitectura se fueron mezclando
Pero ¿Cómo era esa ciudad nacida de la prolífica inventiva de Verne? Para empezar, hay que decir que en la ficción estaba pensada para ser creada en Estados Unidos desde cero, sobre una cuadrícula híperordenada. Desde el centro partían cuatro ríos, como las diagonales que atraviesan Plaza Moreno. Tenía calles arboladas y anchas avenidas con boulevares y, cada tanto, aparecía un parque. Todo esto coincidía con los cánones del higienismo, la corriente europea que empezó a plasmar formas más saludables de vivir en la ciudad, a partir de la convicción de que el hacinamiento, la falta de alcantarillado y saneamiento eran el caldo de cultivo ideal de las devastadoras epidemias que arrasaron poblados enteros, como las de cólera y fiebre amarilla.
“Si bien no hay pruebas de que Rocha y Benoit se hayan siquiera inspirado en aquella ficción, bien se sabe que admiraban Francia y, lo curioso, es que la obra de Verne se publica tres años antes de la fundación de La Plata”, comenta Nacarate.
Para ese momento, además, los fundadores ya conocían los beneficios de los planes estratégicos basados en los principios del higienismo. El más famoso fue el que encaró el famoso Barón Haussman entre 1852 a 1870 para sanear la intrincada y hedionda París. Bajo las órdenes y anuencia de Napoleón III, Haussman demolió manzanas enteras, abrió grandes avenidas que conectan hitos y creó saludables espacios verdes que transformaron para siempre la capital francesa.
Pese a la innegable influencia gala sobre los fundadores de la Ciudad, el escritor y autor de “Misterios de la ciudad de La Plata”, Nicolás Colombo, observa que, en realidad, solo dos arquitectos nacidos en Francia pisaron suelo platense y dejaron construcciones. Es que, en rigor, Pedro Benoit, quien trazó los planos de la Ciudad e intervino en decenas de edificios emblemáticos como la Catedral, el Observatorio, la iglesia San Ponciano no había nacido allí, sino que era hijo de un francés exiliado.
Varias décadas más tarde, a mediados del siglo XX, el arquitecto Le Corbusier mandaba planos y precisas instrucciones por correo para construir la casa que le había encargado el doctor Curutchet. La vivienda, hoy Patrimonio de la Humanidad, es símbolo de arquitectura vanguardista y moderna, “pero Le Corbusier tampoco era francés como muchos creen, él se nacionalizó francés, pero era suizo”, observa Colombo y detalla que los únicos dos arquitectos franceses de pura cepa que dejaron su impronta en La Plata fueron Gustav Duparc y Emilio Coutaret.
“El primero, Duparc, construyó el Palacio Uriburu, que pertenecía a Francisco Uriburu, ministro de Hacienda y legislador, cuya hija era la esposa de Luis Castells y a quien le debe su nombre Villa Elisa”. Colombo cuenta que nada queda de aquel palacio señorial emplazado por entonces en medio de la nada, porque en la década del ´60 se incendió. Hoy allí funciona un camping del gremio Luz y Fuerza: “pero si vas a Buenos Aires en tren y mirás a la derecha, pasando la estación de Villa Elisa, se ve el portón de acceso, y todavía conservan el aljibe de la construcción original y unas grutas similares a las del Paseo del Bosque”.
La influencia francesa aparece desde el inicio del plan de Dardo Rocha y Pedro Benoit
Ahora bien, Colombo aclara que el arquitecto francés más prolífico para la Ciudad fue, en realidad, Emilio Coutaret, quien junto a Emilio Ceferino Corti, hizo decenas de obras públicas y casas particulares: “Participó en el diseño de la Catedral de La Plata junto a Benoit, - de estilo neogótica, inspirada en la francesa de Amiens y en la alemana de Colonia-, diseñó el edificio del Jockey Club, la Asociación Sarmiento y la Sociedad Francesa de Beneficencia”. También hizo obras particulares como la residencia de Oreste Santospago de calle 7 y 42 o la casa de avenida 53 entre 5 y 6.
“Construyó además varias bóvedas en el cementerio de La Plata, la suya, por ejemplo, tiene forma de obelisco y es autor de una famosa pintura ubicada en el hall de entrada del Museo de La Plata y del primer escudo del Club Gimnasia y Esgrima La Plata”, detalla Colombo.
Para estar a la altura de las grandes ciudades europeas, La Plata debía mostrar arte y refinamiento en sus edificios, plazas y parque. Por eso, los fundadores miraban con detenimiento los catálogos de las fundiciones de hierro francesas y elegían esculturas, jarrones, glorietas, farolas y estatuas.
Es que después de darle un uso utilitario en rieles y puentes, el hierro también empezó a aplicarse en obras de arte y así surgieron las fundiciones principalmente en Francia. “Contratando a los mejores artesanos, artistas y escultores de la época, se comenzó a realizar un variado surtido de piezas, que rápidamente se exportaron al mundo entero”, cuenta la arquitecta Marcela Nacarate.
Le Corbusier no era francés como muchos creen, él se nacionalizó francés, pero era suizo
Así la llamada “Ruta del Hierro” llegó al país y cobró auge durante el gobierno de Marcelo Torcuato de Alvear (1922-1928) para decorar y embellecer espacios públicos y residencias privadas de la Ciudad de Buenos Aires y del resto del país. La más famosa, con sede en Constitución, fue la fundición Val d´Osde.
“La ciudad de La Plata no se quedó atrás y también adquirió parte de estas piezas, que aún hoy complementan el mobiliario urbano de nuestros espacios públicos y edificios institucionales”, dice Nacarate y menciona las estatuas que representan las Cuatro Estaciones en Plaza Moreno, la glorieta utilizada como Pabellón de la Música en Plaza San Martín, los maceteros con rostro de sátiro de Plaza Moreno; el copón con motivos florales del Palacio Municipal y las dos pequeñas estatuas de la Libertad de Casa de Gobierno.
En definitiva, concluye Nacarate, “desde el trazado urbano hasta los pequeños detalles de mobiliario artístico pasando por el aporte de la masonería y el mito de la contribución de Julio Verne y su inspirada Villa Francia, lo francés nos interpela y nos invita a conocer su influencia tanto en la ciudad como en toda nuestra región”.
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El petit hotel de diagonal 80 y 46 / Roberto Acosta
El Pasaje Dardo Rocha nació italiano y terminó afrancesado tras de una intervención en el techo / R.Acosta
El edificio de diagonal 80 y calle 49 / Roberto Acosta
Las farolas de estilo francés que hay en la Ciudad / Fabio Scopel
Palacio Uriburu de Villa Elisa, una obra del arquitecto Gustav Duparc
Una de las estatuas de la libertad encargadas por catálogo (derecha) para la casa de gobierno provincial
La residencia del gobernador bonaerense / Fabio Scopel
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