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Príncipes azules: a los que les costó encontrar el amor

Nacieron en la segunda mitad del siglo XX y vivieron una vida bastante mediatizada, por lo que todo el mundo sabía todo lo que hacían, incluyendo sus amoríos. Finalmente lograron sentar cabeza y formar su familia

Príncipes azules: a los que les costó encontrar el amor

Felipe y Letizia

VIRGINIA BLONDEAU
Por VIRGINIA BLONDEAU

7 de Febrero de 2021 | 09:16
Edición impresa

En los `90 fueron los príncipes azules más codiciados del mercado matrimonial de la realeza. Hoy son reyes y padres de familia que gozan de su dorada madurez. Todos han sabido capitalizar las enseñanzas de una juventud intensa y la experiencia de vida mundana de sus esposas plebeyas.

Nos estamos refiriendo a los reyes Felipe de Bélgica, Guillermo Alejandro de los Países Bajos y Felipe VI de España.

Nacieron en cuna de oro y con el destino marcado; disfrutaron de privilegios pero, sin embargo, soñaron con ser libres. Eran amigos entre ellos, se sentaban juntos en las bodas de los parientes reales y fueron los primeros en usar redes encriptadas para que no trasciendan sus conversaciones picantes. Protagonizaron algún que otro escándalo pero navegaron en aguas bastante protegidas para mantener la imagen más o menos intacta.

El mayor de ellos es Felipe Leopoldo Luis María de Bélgica, el único que, a la hora de su nacimiento no estaba predestinado a ser rey. Nació en abril de 1960; su madre, Paola, tenía 23 años y su padre, el príncipe Alberto, poco más. En Bélgica reinaba su tío Balduino quien estaba a punto de casarse con Fabiola, una aristócrata española; ambos eran tradicionales, ultra católicos y con grandes deseos de llenar el palacio de niños que alejarían a Alberto y a Felipe del trono. Pero… por más empeño que pusieron (una vez casados, claro), la doliente Fabiola perdió uno a uno sus cinco embarazos y el matrimonio volcó todo su afecto e ilusión en su sobrinito Felipe. Al chico no le vino nada mal ya que sus padres estaban más interesados en viajes, fiestas y alocados veranos en la Costa Azul que en asumir deberes parentales y reales. Además durante años llevaron vidas separadas y si no se divorciaron fue porque los reyes Balduino y Fabiola intercedieron.

Los belgas estaban absolutamente seguros que cuando el rey Balduino falleciera lo iba a suceder directamente Felipe, su sobrino, pero no pudo ser. El rey murió repentinamente de un ataque al corazón y el trono le correspondió a su hermano Alberto. Felipe se convirtió en heredero. Fue, en apariencia, un joven tranquilo, nunca un escándalo pero tampoco nunca una novia… y las sospechas de homosexualidad sobrevolaban el palacio. Hasta que, por fin, a sus casi 40 años anunció que se casaba con Matilde, una aristócrata belga. Después de la boda, en 1999, ella puso manos a la obra y transformó a su marido, un patito feo bastante simplón, en cisne.

Guillermo Alejandro coqueteaba con modelos, actrices, deportistas y sobre todo, con la cerveza

 

Felipe adelgazó, cambió el corte de pelo, fue al sastre y se convirtió en un cuarentón de buena planta que, por fin, sonreía. Era, y es, la imagen de un hombre que ha alejado sus demonios y encontrado su destino. Mucho más desde que, en 2013, su padre abdicó acuciado por los escándalos y Felipe se convirtió en rey de los belgas.

Vecino de Felipe aunque siete años menor es Guillermo Alejandro, el rey de los Países Bajos desde 2013 cuando abdicó su madre, la reina Beatriz.

Alex, como le dijeron siempre sus amigos, nació en 1967 cuando reinaba su abuela Juliana. Hacía 77 años que la cabeza de la monarquía tenía nombre de mujer así que el nacimiento de un varón significaba un cambio radical en una casa real tan matriarcal. Creció feliz y muy unido a sus dos hermanos menores hasta que, comenzando la adolescencia, se dio cuenta de que iba a recibir una educación diferenciada y de que su destino estaba marcado. Las travesuras se convirtieron en rebeldía mientras la prensa lo seguía a sol y sombra para pescarlo en sus aventuras. Será por eso que hoy es tan celoso de la intimidad de sus hijas y no permite ningún tipo de intromisión en sus vidas privadas. Su hermano Friso contó en una ocasión que cuando descubrió que su hermano iba a ser rey dejó de pegarle en las típicas peleas entre hermanos y lo cuidaba muchísimo por temor a que le pasara algo y tuviera que reemplazarlo en su destino de rey. Ninguno de los tres estaba interesado en el cargo pero Guillermo Alejandro tuvo que asumirlo. Estudió en Gales, hizo su carrera militar, se recibió de licenciado en historia y todo mientras coqueteaba con modelos, actrices, deportistas y sobre todo, con una rubia muy peligrosa: la cerveza. La prensa le decía “prins Pils”, en honor a una conocida marca holandesa.


El rey Felipe de Bélgica, su esposa e hijos

Estaba en eso el muchacho cuando en abril de 1999, en Sevilla, conoció a una rubia argentina que lo primero que hizo fue mofarse de sus pocas dotes para el baile. La chica no era el ideal para una futura reina pero él se enamoró y demostró que no era tan tonto como se creía ya que convenció a la chica y a su madre, la reina de los Países Bajos, que Máxima era lo mejor que le podía pasar a él, a ella, a la dinastía y a todo el reino. Se casaron el 2 de febrero de 2002 y ya todos conocemos el cuento de hadas. Cuando Guillermo Alejandro se convirtió en rey ya era otro hombre y poco quedaba de ese “prins Pils”. Se lo veía centrado, preocupado por el medio ambiente, consciente de su rol como jefe de estado y, sobre todo, feliz. Años duró la luna de miel del rey con su pueblo hasta que algunas decisiones tomadas en los últimos tiempos lo han hecho bajar en popularidad. Los Países Bajos están transitado una crisis institucional que ha puesto en tela de juicio al gobierno y a la monarquía y habrá que ver si los buenos oficios de Guillermo Alejandro y la sonrisa a mandíbula batiente de Máxima pueden revertirlo.

Después de la boda, ella transformó a su marido, un patito feo bastante simplón, en cisne

 

Pocos meses después de Guillermo Alejandro nació en Madrid un niño cuyo destino también estaba marcado aunque era un poco incierto. La situación de España y de la corona era confusa. El dictador Francisco Franco estaba en el poder desde hacía 30 años pero ya era un hombre grande que había prometido nombrar sucesor. Los candidatos eran dos: por un lado don Juan de Borbón, hijo del último rey antes de la Guerra Civil, con quien Franco se llevaba fatal y, por otro, su hijo Juan Carlos, educado en España y quien había hecho bien todos los deberes hasta incluso casarse con Sofía, una princesa griega de alcurnia que le simpatizaba a Franco. También rondaban una serie de parientes Borbones muy interesados en ser reyes y unos cuantos políticos del entorno que pugnaban porque España dejara de ser un reino y se convirtiera en república.


Rey Felipe de los belgas en su boda

Juan Carlos era el más idóneo pero nadie sabía por qué el dictador no se decidía. Bueno… no tan idóneo: había cometido el pecado de procrear solo hijas mujeres. Hasta que el 30 de enero de 1968 la entonces princesa Sofía dio a luz a Felipe Juan Pablo Alfonso de Todos los Santos y pocos meses más tarde Franco proclamó a su padre como sucesor a título de rey y marcó, con esta decisión, el destino del pequeño.

Felipe era tranquilo, buenmozo, buen estudiante y cariñoso. Un poco aburrido también

 

Felipe creció en un entorno doméstico, protegido y mimado por su madre y sus hermanas mayores y era tan poco Borbón que a su padre le asustaba. Fue el primero de esta generación de príncipes que comenzó a asumir deberes reales. Ya a sus 13 años dijo su primer discurso y comenzó a acompañar al rey en los grandes acontecimientos de la corona. Lo vimos crecer a través de las páginas de la revista ¡Hola! Y también en persona ya que con apenas 19 años, cuando era alumno guarda marina, llegó a nuestras costas en el buque escuela Juan Sebastián Elcano, caminó con su uniforme por la calle Florida de Buenos Aires, se desmelenó en los bares de Recoleta y dejó algunos corazones suspirando.

Felipe fue el candidato que toda señora quiere para su hija: tranquilo, buenmozo, buen estudiante, cariñoso sin exageración y respetuoso de las leyes. Un poco aburrido también pero, dicen, gana mucho en las distancias cortas. El primer amor vino de la mano de una joven casi argentina. Sí, porque aunque Isabel Sartorius había nacido en Madrid sus padres se habían casado nueve meses antes en Buenos Aires. Juan Carlos y Sofía preferían que antes de que siguiera adelante con ese noviazgo plebeyo el chico conociera a las miles de princesas solteras que pululaban por Europa, mucho más adecuadas para un futuro rey. La pareja no soportó la presión y se separó.


El rey Guillermo Alejandro y Máxima

Para soponcio de su madre y de toda la prensa, Felipe nunca se acercó a ninguna de esas princesas que llegaban a España en turismo matrimonial sino que le gustaban esculturales modelos que fueron odiadas sistemáticamente por la opinión pública española y por la suegra.

Cuando ya había cruzado la barrera de los 30, un día prendió el televisor para ver las noticias y se encontró con una joven periodista de nombre Letizia Ortiz que explicaba a los televidentes como iba a funcionar el euro que, en pocos meses sería cambiado por las pesetas. La propia reina Sofía declaró que no entendía muy bien porque su hijo estaba, de pronto, tan interesado en el telediario. No está muy claro en qué circunstancias se conocieron personalmente Felipe y Letizia. Unos dicen que fue un encuentro casual en casa de un conocido en común y otros dicen que Felipe fue el que pidió conocerla pero lo cierto es que el príncipe se enamoró de la mujer menos adecuada de todas las que había conocido: divorciada, con una carrera no tradicional, republicana, de abuelo taxista y madre sindicalista y con un pasado laboral y sentimental de saltimbanqui, como cualquier chica española del montón. Se casaron en 2004 y formaron una familia que ha pasado por todas las crisis posibles.

Nacieron en cuna de oro y con el destino marcado; tuvieron privilegios pero soñaron ser libres

 

Felipe la está remando con mucho esfuerzo. A veces parece un Quijote contra los molinos de viento. El gobierno lo ningunea, la prensa lo persigue, las redes sociales se le burlan, su padre se escapa, los monárquicos lo consideran demasiado republicano y los republicanos, demasiado monárquico. Para colmo, su mujer no le da el gusto de ir juntos a esquiar. Resiste Felipe para que la historia no lo juzgue pero no sabemos hasta cuándo.

Si evocamos a estos tres personajes en febrero, el mes San Valentín, es porque ellos, junto con los príncipes Federico de Dinamarca, Haakon de Noruega y el más experimentado Alberto de Mónaco han conocido innumerables sábanas fáciles pero a todos les fue difícil encontrar el gran amor. Y cuando lo encontraron tuvieron que convencer a su madre, a su gobierno y a su pueblo de que a ellos también la elegida los iba a enamorar.

 

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