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Séptimo Día |“EL AMIGO ES OTRO YO” (ARISTÓTELES)

La amistad en la literatura

La canción de Kenny Rogers y Dolly Parton (“No puedes hacer viejos amigos”). Los griegos y los “cuatro amores” de C.S. Lewis. La cambiante postura de los grandes escritores sobre ese sentimiento humano

La amistad en la literatura

Kenny Rogers y Dolly Parton / Ron Elkman / USA Today Network

MARCELO ORTALE
Por MARCELO ORTALE

13 de Junio de 2021 | 05:16
Edición impresa

Muchas veces son las letras populares las que dan en el clavo. Acaso tienen menor densidad que las literarias, pero la variante ventajosa es que ahora están más al alcance que los libros, por el costo o porque las librerías se vieron cerradas mucho tiempo por el virus. En YouTube y en cualquier momento se puede encontrar a Kenny Rogers cantando a dúo con Dolly Parton la canción “No puedes hacer viejos amigos” (“You can´t make old friends”)

“No puedes hacer viejos amigos/ ¿qué haré yo cuando te hayas ido?/ ¿quién me va a decir la verdad?/ ¿Quién va a terminar las historias que yo comienzo/ de la manera que tu siempre lo haces? /Cuando alguien nuevo golpee la puerta/ yo sonreiré y le daré la mano/ pero no podés hacer viejos amigos /no podés hacer viejos amigos…” cantan esas dos leyendas de la música country.

Esa letra compasiva y algo desolada tal vez quiera decir que la vida tiene ciclos y que conviene cultivar amistades cuando se es joven. Cuando la sensibilidad es maleable, pero ya no cuando el agua pasó bajo los puentes y la tierra queda negada para la siembra.

Este testimonio popular no deja de lado los muchos que han dado la filosofía y la buena literatura desde la Antigüedad. Sócrates le aconsejó a sus discípulos: “Sé lento al entrar en una amistad, pero cuando estés dentro, continúa firme y constante”.

Los griegos consideraron a la amistad como una de las más nobles virtudes. Cicerón reseñó los distintos conceptos sobre la amistad en Grecia: en tiempos heroicos era el nexo que unía a dos guerreros que peleaban juntos; también el sentimiento de camaradería que unía a los compañeros de estudio. Platón vio a la amistad como el impulso común de dos almas que persiguen un ideal. Aristóteles consideró a la amistad como un signo personal de seres racionales.

C.S. Lewis / web

Aristóteles profundizó en el tema de la amistad. Dijo que “el amigo es otro yo” y le dedicó al asunto varios textos. “La presencia de los amigos en la buena fortuna lleva a pasar el tiempo agradablemente y a tener conciencia de que los amigos gozan con nuestro bien. Por eso debemos invitarlos a nuestras alegrías, porque es noble hacer bien a otros, y (en cambio) rehuir a invitarlos a participar en nuestros infortunios, pues los males se deben compartir lo menos posible”.

“La presencia de los amigos en la buena fortuna lleva a pasar el tiempo agradablemente”

 

Con la llegada y asentamiento del cristianismo, la amistad perdió buena parte de su gravitación, que se concentró más en el amor conyugal, en el amor familiar y, fundamentalmente, en el amor a Dios y a los ideales de esa religión. Sobre este eje histórico giró una de las obras escritas por Clive Stapes Lewis (1896-1963), más conocido por C.S.Lewis que en 1960 escribió “Los cuatro amores”, un ensayo memorable sobre el amor humano.

J.R.R. Tolkien / web

Lewis divide el tema del amor en cuatro categorías, extraídas de otras tantas palabras del idioma griego: cariño, amistad, eros y caridad. Esta última el mismo autor la define como “amor a Dios”.

En consonancia con la doctrina cristiana primitiva, Lewis sostiene que las primeras tres categorías (cariño, amistad, eros, o sea amor pasional este último) no son duraderos y tienden a autodestruirse, porque así lo determina la condición humana que es imperfecta. En cambio, sólo el amor divino, el cuarto escalón, es el que sublimiza al ser humano.

LA AMISTAD Y LOS GRANDES

Nada más atractivo –y no fácil de imaginar- que la amistad de Don Quijote, el soñador, con Sancho Panza, el pragmático. Cervantes tuvo en toda su obra un tratamiento profundo de la amistad. En el caso de Don Quijote le hace emplear la palabra “amigo” para avisarle a Sancho Panza que lo eligió para ser gobernador de la isla de Barataria: “Has de saber, amigo Sancho Panza, que fue costumbre muy usada de los caballeros andantes antiguos hacer gobernadores a sus escuderos de las ínsulas o reinos que ganaban y yo tengo determinado de que por mí no falte tan agradecida usanza, antes pienso aventajarme en ella”.

Otro grande, William Shakespeare, aconsejó: “Los amigos que tienes y cuya amistad ya has puesto a prueba, engánchalos a tu alma con ganchos de acero”.

El siempre escandalizador y divertido Oscar Wilde apostó fuerte a favor del valor de la amistad: “Yo no quiero ir al cielo; ninguno de mis amigos está ahí”. Aunque más terrenal había dicho poco antes: “Un verdadero amigo te apuñala de frente”, dejando sentado aquí que la sinceridad de los más cercanos es molesta, porque suelen decir las verdades que nadie quiere escuchar.

Uno de los últimos humanistas de nuestro tiempo, Albert Camús, señaló: “No camines detrás de mí, puedo no guiarte. No andes delante de mí, puedo no seguirte. Simplemente camina a mi lado y sé mi amigo”.

Antoine de Saint Exupéry

Otro cultor de la amistad fue Antoine de Saint Exupéry: “Sí. Tú eres un niño más, como muchos otros. Tú no me necesitas y yo no te necesito. Pero si me domesticas, tú serás único. Yo sentiré necesidad de ti y tú sentirás necesidad de mí” le dice el Zorro al Principito. .

Así se describe en una de las partes más famosas y emblemáticas de “El Principito”, la amistad que une al protagonista con el zorro hallado en el desierto. Aquí el zorro le pide ser domesticado, para poder trabar una amistad, para que ambos se necesiten entre si.

Y Gabriel García Márquez cultivó el sentido de la amistad de modo obsesivo. Como todo escritor ensimismado sufrió el aislamiento, pero pensó en la puerta de salida: “La soledad del escritor es muy grande. Te saca, a veces, del mundo. ¡Y eso que yo trato de agarrarme! Por ejemplo: me aferro a los amigos, a los viejos amigos, trato de ser fiel a ellos”.

“Me aferro a los amigos, a los viejos amigos, trato de ser fiel a ellos”, decía García Márquez

 

ESCRITORES ARGENTINOS

Jorge Castañeda en su escrito “La amistad en la literatura argentina” sostiene que este tema “ha estado presente ya sea en el contexto de toda una obra o en pasajes de otras, alcanzando páginas de gran lirismo y calidad, que ya integran el canon clásico de nuestra literatura”.

Menciona aquí primeramente al Fausto, de Estanislao del Campo que registra el diálogo amistoso de dos gauchos: uno es que presenció la ópera en Buenos Aires y el otro es el que escucha ese relato.

Habla luego de la amistad de Don Segundo Sombra, en la obra de Ricardo Güiraldes, con el reserito Fabio Cáceres, que todo lo va aprendiendo de aquel hombre mayor y esa amistad, dice Castañeda, es la gran protagonista del libro. Rescata el final, cuando Fabián se despide de su amigo y padrino que se marcha, para expresar que “Sobre el punto negro del chambergo, mis ojos se aferraron con afán de hacer perdurar aquel rezago. Inútil, algo nublaba mi vista, tal vez el esfuerzo, y una luz llena de pequeñas vibraciones se extendió sobre la llanura. Centrando mi voluntad en la ejecución de los pequeños hechos, di vuelta a mi caballo y, lentamente me fui para las casas. Me fui, como quién se desangra”.

Albert Camus

Castañeda menciona también la noble amistad tejida en la desventura entre Martín Fierro y Cruz. Este último agoniza de viruela en las tolderías y Fierro lo canta así: “El recuerdo me atormenta/ se renueva mi pesar/ me dan ganas de llorar/ nada a mis penas igualo/ Cruz también cayó muy malo/ ya para no levantar. Todos pueden figurarse/ cuánto tuve que sufrir/ yo no hacía sino gemir/ y aumentando mi aflicción/ no saber una oración/ pa ayudarlo a bien morir. Lo apretaba contra el pecho/ dominao por el dolor/ era su pena mayor/ al morir allá entre infieles/ sufriendo dolores crueles/ entregó su alma al Criador. De rodillas a su lado/ yo lo encomendé a Jesús/ faltó a mis ojos la luz/ tuve un terrible desmayo/ caí como herido del rayo/ cuando lo vi muerto a Cruz”.

La amistad enhebra cadenas de hombres y mujeres. Cadenas que hacen sentir libres, que no esclavizan. Ahora la pandemia está haciendo saltar esas cadenas y son muchos los eslabones sueltos, los hombres y mujeres náufragos, desalentados, que están sintiéndose cautivos sin la compañía de los “otros yo”. La pandemia habrá terminado cuando cada eslabón pueda volver a formar parte de una cadena de amistad.

 

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