

De la mano con la pandemia de coronavirus surgieron nuevas palabras y otras que ya existían cobraron protagonismo / Web
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Las palabras inventadas a partir de la pandemia. El extraño origen de algunas y el reverdecer de otras que ya existían. La peste y las guerras son promotoras de lenguajes humanos
De la mano con la pandemia de coronavirus surgieron nuevas palabras y otras que ya existían cobraron protagonismo / Web
En 2017 un niño italiano llamado Mateo, de 8 años de edad, inventó una palabra. En un trabajo para su escuela definió a una flor que tenía muchos pétalos como “petalosa”. La palabra no existía, pero a la maestra le gustó y la puso a consideración de la Crusca, que vendría a ser la Real Academia italiana. Además, el tema se popularizó y alcanzó una enorme repercusión en los medios y redes sociales de Italia.
La palabra está propuesta ahora para ser incorporada al diccionario y fue definida como “hermosa y clara” por parte de María Cristina Torchia, consejera de la Crusca, entidad que fue fundada en Florencia en 1583 y que hace cinco siglos se ha empeñado en mantener la pureza del idioma italiano.
El chico combinó “pétalo” y el sufijo “oso/osa”, que significa “lleno de”. Pues bien, ese tipo de creación individual se convirtió casi en una obligación colectiva para la humanidad a partir del inicio de la pandemia de Covid 19, oficialmente fechado el 31 diciembre de 2019 según lo fijó la OMS en su página. Lo cierto es que hubo que darle nombres a ese mal desconocido y amenazante. Hubo que bautizar los cambios que introdujo. Los siete mil millones de seres humanos volvieron a balbucear palabras vírgenes para ellos, como cuando fueron niños.
Los hispano hablantes también debieron crear –en algunos casos recrearon, les renovaron vigencia- muchas palabras para definir y contener a esta pandemia que tantos duelos causó y aún mantiene agotados a los sistemas de salud mundiales y preocupada a la población.
La superpalabra, la palabrea estrella de este raro idioma, es “coronavirus”, nacida según primeras versiones en una sorpresiva y supuesta sopa de murciélagos ingerida en la ciudad china de Wuham hace dos años. Los médicos la conocían, pero la mayoría del planeta tomó conocimiento de ella hace sólo dos años.
En España, por el alto poder de contagio que tiene, por sus características tóxicas, se le dio también un significado cotidiano. A una mujer casada suele decírsele “señora, su marido es un coronavirus”. En la Argentina se le asignó un sobrenombre: “Coronita”. Y se pasó el aviso preventivo: “no vayas al mar o no vayas a esa fiesta concurrida porque te espera Coronita...”
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El coronavirus en inglés es femenino y se le llama la Covid 19. “Según la Fundación del Español Urgente (Fundéu), COVID-19 es femenino, pues contiene el sustantivo enfermedad en su forma inglesa, “coronavirus disease”. Es decir, COVID-19 no hace referencia al virus, sino a la enfermedad”, dice Mario Espinosa de los Monteros, redactor del diario español AS en un artículo que analiza las palabras más extrañas “creadas” por el coronavirus en España.
El escritor analiza términos en boga en la Península como “coronachikunguña”, “zoonosis” o “terminator”- Los terminartor –así lo decidió la gente española- “son aquellas personas superresistentes al virus que, a pesar de no haber recibido ninguna dosis de la vacuna o haber tenido contacto estrecho con una persona contagiada, no se infectan ni enferman”.
“No vayas al mar o no vayas a esa fiesta concurrida porque te espera Coronita...”
El tema idiomático relacionado a la Covid-19 tuvo creaciones e interpretaciones caprichosas en nuestro país. Si mejor se quiere, imaginativas. La palabra “runners” –que define a la gente que sale a correr, que practica ese deporte, pareció de pronto ideada por poetas malditos como Antonín Artaud. Ser “runners” era ser un enemigo público. Durante varios meses los runners tuvieron que correr, pero literalmente, para no ser alcanzados por la policía sanitaria y por gran parte de la opinión pública que los quería detener. “Los runners son contagiosos” advirtieron algunos burócratas y muchos atletas la pasaron mal.
Durante 2020 reflotó la palabra “cuarentena”, cuyo remoto origen es bíblico, pero que en medicina es marítimo. Ocurre que los marineros que venían infectados desde lejanos países debían quedarse 40 días en sus barcos. En la Argentina “cuarentenear” duró bastante más que 40 días y por eso la palabra tuvo su prolongado cuarto de hora.
“Pandemia”, fue otra palabra de las más utilizadas. Era conocida, claro, en un mundo ya visitado por la viruela, la fiebre amarilla, las distintas formas de la gripe. Pero venía en desuso y, de pronto, Wuham la universalizó nuevamente. Es una epidemia que se extiende a muchos países, a casi todos, y que además, en el caso del coronavirus. ha registrado hasta ahora las muy nombradas primera, segunda y tercera olas, aunque algunos ya van con la guardia alzada por la cuarta.
El tema idiomático relacionado al Covid-19 tuvo interpretaciones caprichosas
La también femenina “morbilidad” es la cantidad de personas que se enferman en un mismo lugar y al mismo tiempo. No fue tan clara, en cambio, la interpretación del término “distanciamiento social”. En la Argentina empezó en un metro, se pasó a 1,5 y se llegó a 2. Se sabe que el coronavirus se transmite de persona a persona cuando alguien tose o estornuda y tiene el virus.
De allí –del distanciamiento- renació la expresión “ventilación cruzada”. Ventanas abiertas en ambos lados de un medio de transporte o de un ámbito cerrado. Además, siempre se asoció al distanciamiento social con los “barbijos”, o sea la máscara que cubre la boca y la nariz para proteger de los patógenos. Hasta el coronavirus, en la Argentina la palabra barbijo servía para definir una cicatriz en la cara producida por un duelo a cuchillo, tan habitual entre portadores de armas blancas.
“Pandemia” es una palabra de las más utilizadas. Era conocida, pero venía en desuso
“Persona vulnerable”, es la de muchos o pocos años de edad y que tiene una o un lote de enfermedades previas. La sigla PCR traducida del inglés habla de un sistema rápido para diagnosticar algunas enfermedades infeccionas. Prima hermana del PCR es “antígeno”, una sustancia que introducida en un organismo da lugar a reacciones de defensa, como la creación de anticuerpos. Era extraño que antes alguien hablara de antígenos.
El forzoso aislamiento obligó a poner en rojo a las PC del mundo. Chicos, adultos y ancianos, a las pantallas. Para ir a clase, para dar conferencias por zoom. Y para festejar cumpleaños también, que pasaron a denominarse “zoompleaños”.
“Respirador”, “protocolo”, “alcohol en gel”, “testeo” el magnífico y plurisignificante “contacto estrecho”, “teletrabajo”, “hisopado”, “presencialidad”, “confinamiento”, “resilencia”: palabras y más palabras nacidas de un virus temible, que muta continuamente y que también va cambiando de nombre: hoy es “ómicron”, antes pudo ser alfa, beta, delta, gamma, el alfabeto griego de la pandemia. Y las palabras humanas, por qué no, también se corrompen y entonces alguien inventó “vacunatorio VIP”.
Antoine de Saint-Exupéry, el aviador y escritor francés / @antoinedesaintexuperyofficiel
Las pandemias y también las guerras fueron y siguen siendo promotoras de nuevas palabras. A veces son eufemísticas, es decir procuran ocultar la realidad. Vestirla de otra manera, disfrazarla. En la guerra de las Malvinas pasó eso. El idioma oficial del país se llenó de eufemismos, es decir de falsedades. No hubo “desembarco”, hubo “cabecera de playa”. No hubo nunca “rendición”, hubo “cese de fuego”. No hubo muertos, hubieron “bajas”. Ni siquiera hubo una “guerra”, para los comunicados fue tan solo un “conflicto austral”. No en vano se afirma que “en las guerras la primera que muere es la verdad”.
Antoine de Saint Exupery fue corresponsal en la guerra civil española. Y allí hermanó ambos términos, guerra y epidemia, en un párrafo profundamente humano: “La guerra civil no es una guerra, sino una enfermedad”, sostuvo.
El forzoso aislamiento obligó a poner en rojo a las computadoras del mundo
Quien está en combate es como un enfermo, que se contagia o contagia al que está a su lado. No se sabe bien dónde está y quién es el potencial adversario. El idioma sería un intento, frustrado, de unión. “Estos hombres no van al asalto embriagados por la idea de la conquista –dice Saint Exupñery-, luchan quedamente contra un contagio. Y en el bando contrario, sin duda, ocurre lo mismo. En esta lucha no se trata de expulsar a un enemigo fuera del territorio, sino de curar un mal. La nueva fe se asemeja a la peste. Ataca desde dentro. Se propaga de manera invisible. Y en la calle los de un bando se sienten rodeados por unos apestados a los que no logran reconocer”.
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