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AUGUSTO MUNARO
Los relatos reunidos en este libro están escritos siguiendo una pulsión basada en la franqueza descarnada. Las siete piezas son el producto de alguien que cuenta, no que recuerda; por eso no hay atisbo epifánico en ninguna de sus páginas; son casi crónicas de vidas detenidas, truncas. Un realismo crudo, análogo, en cierta medida, al tono sórdido abordado por Eduardo Perrone y Jorge Asís en los años 70. Aquí, mujeres como Mónica, Lucía, o Laura, deambulan por la vida sin mucha esperanza, cometiendo más yerros que aciertos, hasta consumar sus destinos aciagos a través de desenlaces patéticos. A su vez, toda una fauna de marginales asoman por estos relatos. Prostitutas, borrachos, proxenetas y hasta tullidos. La droga y el sexo representan procedimientos evasivos de una realidad opresiva e injusta, vulgar e indiferente. Tanteos ciegos, que recuerdan un poco al tremendismo de Elías Castelnuovo, del grupo Boedo, en un mundo hostil y difícil. La potencia de cada relato surge del detalle y la profundidad de las observaciones, distanciado de cualquier efectismo mientras glosa una sucesión de hechos intensos, donde el deseo se abre camino.
Cada relato de alguna forma cristaliza una profunda rebelión contra la sociedad y sus costumbres. Maturano insiste en mostrarse como espectador pasivo, aburrido y cínico de la realidad, pero es al mismo tiempo un sentimiento rabioso. Su “feísmo” es profundamente vitalista. Tal vez por ello, algunos lectores podrían llegar a cuestionarle cierta intencionalidad ideológica “ingenua” y “esquemática”. Pero hay, por otro lado, una especial comprensión humana, una ternura irónica que no juzga, una simpatía esencial por ese mundo marginal que es al mismo tiempo el mundo de la libertad antiburguesa. Retratos de vidas en camino descendente hacia la autodestrucción. Hay una misma ley de declive que estructura todos los textos. Cuentos que narran, en detalle, la supervivencia y la agonía de los cuerpos sometidos a condiciones extremas. Son pequeños viajes que bordean el inframundo del hampa. Personajes que intentan (y otros no tanto) cambiar de vida, de piel. Salvarse, al fin y al cabo, de lo ineludible. Lejos del galope vertiginoso o la verbocidad de Enrique Symns, Maturano elabora una prosa ágil, sin metáforas ni barroquismos, que parece fluctuar entre el diario y la crónica, con una cuota punk.
Así, los relatos narran la inmovilidad, el encierro, la circulación por espacios fijos, limitados; y cuando hay fuga del espacio familiar adverso, ésta, sólo conduce a una posterior caída. Son páginas, por momentos, de un raro expresionismo. Las ironías que desliza sobre la policía –“los que reprimen y matan gente a cambio de un sueldo” – se corresponden con una especie de oído absoluto para los matices del habla; las voces del lumpenaje. La contratapa está firmada por Ricardo Strafacce. El libro está dedicado a la escritora y poeta Mariela Laudecina.
Sebastián Maturano (Mendoza, 1984), estudió la carrera de Artes Visuales en la Universidad Nacional de Cuyo. Publicó El descanso del plantígrado (2014), Nocturnos (2015), Diario de la fobia (2020). Trabaja de editor y diseñador de su sello Borde Perdido Editora.

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