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Ocurrencias: ¿Qué dicen los tatuajes?

Ocurrencias: ¿Qué dicen los tatuajes?

Alejandro Castañeda
Alejandro Castañeda

17 de Septiembre de 2023 | 02:30
Edición impresa

Todo empezó allá lejos con la glorificación de las marcas. Ahora la ropa vale no por su buen gusto sino por su emblema. El logo define y revalúa. Desde allí, la gente empezó a querer otorgarle marcas a su cuerpo. Por eso se popularizó el tatuaje. No es sólo algo decorativo. Desde siempre, el hombre quiere diferenciarse y tener algo más. Unos lo hacen para atraer miradas, otros para seguir la moda y están los que invocan un amor para tratar de afirmarlo. El cambio está allí, aunque sea pura apariencia. La tentación de adornarse lleva a extremos. “Nada más profundo que la piel”, dijo Paul Valery. A qué viene este ímpetu tan extendido por dejar impresas nuevas señales. Son tantos, que semanas atrás se le hizo una nota a un futbolista porque había decidido no hacerse ningún tatuaje. ¿Es una manera de afirmar la identidad, un adorno distinguido o una moda pasajera? Para un veterano romántico, no debe ser fácil circular con mimos por esos cuerpos con indicadores tan cambiantes. Antes no había otras atracciones que la pura cáscara natural de una belleza que no necesitaba señales para convocar miradas y atrevimientos. Pero la idea de intervenir allí, en lo que nos delata, ha ido modificando al panorama. Surgieron como accesorios temporarios, pero el tatuaje de hoy se ha vuelto una incursión duradera y los que lo solicitan saben de antemano que lo de borrón y cuenta nueva puede ser para el amor y el trabajo, y hasta por ahí nomás, pero jamás para esta rara simbología que a veces requiere largas explicaciones.

Entre tantas cosas que se van perdiendo, el tatuaje amoroso al menos juega su destino al largo plazo. Y pasó a ser lo más duradero en un mundo afectivo que apuesta al imperio de lo efímero. Algunos corazones dibujados siguen homenajeando a un amor que fue y que allí seguirá siendo. Cualquier trazo siempre quiere decir algo. El cuerpo hasta hace poco era un coto protegido y mejorable, pero no un espacio para la cartelería. Hoy los novios mimosean y no saben si están apretando algún dragón o manoseando una promesa. Y mucho más incierto puede ser internarse en fronteras más peliagudas, gambeteando recuerdos de anteriores viajeros. El Mundial dio temas y alegorías. Candelaria Tinelli no dejó nada sin retocar. Y están los que se pintarrajearon el pene, buscando quizá darle más colorido a la faena. En tiempos de bisturí y photoshop, los cuerpos se pulen y los tatuajes fijan domicilio. Con tanto grafiti íntimo, el franeleo ha pasado a ser tarea de exploradores y preguntones. Hasta ahora el cuerpo era zona colonizable pero permanente. Lo que estaba, quedaba así para siempre. Nada lo profanaba. Las manos queridas merodeaban por terrenos conocidos y no había que andar preguntando para seguir el itinerario de siempre. Es cierto que uno debe rendirse ante las modas, pero a veces molesta ver a esas mujeres que han puesto unos jeroglíficos para que custodien esos lugares donde ocurre el amor.

Algunos corazones dibujados siguen homenajeando a un amor que fue y que allí seguirá siendo

Todos llevamos tatuajes. La vida va dejando marcas definitivas que el contorno borronea y la memoria cuida

Cualquier retoque es una forma de publicidad. Los que se tatúan, necesitan mostrarse. El hombre siempre trabajó para la mirada del otro. Cada uno tiene derecho usar su cuerpo para publicitar lo que quiera. La apariencia siempre exige mucho. Y hay gente descontenta que necesita dibujos mejoradores para afianzar algo. Y están los que exponen su anatomía a esas pasiones momentáneas que después piden ser borradas. Todos llevamos algo tatuado. La vida va dejando marcas definitivas que el contorno borronea y la memoria cuida. Wittgenstein describía al cuerpo como “la mejor imagen del alma humana”. Y Oscar Wilde dijo que “solo los superficiales no juzgan por las apariencias”.

Siempre asombra la práctica tibetana de los mándalas de polvo o arena de colores, impresionantes creaciones ornamentales a las que un grupo de monjes budistas puede dedicar semanas de trabajo para después barrerlas en segundos, simbolizando que nada permanece. Todas esas expresiones de alguna manera nos recuerdan que somos apenas pasajeros de un viaje corto. Por eso encariñarse con un tatuaje es una manera de elegir un compañero de ruta que estará allí con nosotros hasta el último día.

 

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