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Fabrizio Sanguinetti
eleconomista.com.ar
El profesor Juan Carlos De Pablo, un referente de larga trayectoria en la enseñanza y la comunicación del pensamiento económico argentino -y amigo personal del presidente Milei, a quien visita en la residencia de Olivos los domingos para escuchar ópera- sostiene que las medidas impulsadas por el presidente estadounidense Donald Trump en relación con los aranceles al comercio invierten la premisa de las ventajas comparativas propuestas por el economista inglés David Ricardo.
De origen judío-sefardí portugués, Ricardo pasó a ser considerado uno de los pensadores clásicos de la economía a partir de una propuesta que desarrolló para el mundo de fines del siglo XVIII y principios del XIX. Esta sugería que los países debían especializarse en aquellos sectores en los que fueran más competitivos, ya sea porque disponían de los recursos -por suerte de la naturaleza o de Dios- o por sus capacidades -capital, infraestructura, educación, nivel de productividad-.
Luego de amasar una fortuna de joven, Ricardo aprovechó su comodidad económica para dedicarse al estudio de la economía y al ejercicio de la política. Propuso un modelo en el que comparaba cuánto tiempo de trabajo se necesitaba para elaborar dos productos en dos países distintos: Inglaterra y Portugal, vino y tela. Así, logró argumentar que, incluso cuando uno de los países tuviera desventajas en la producción de ambos bienes, si se especializaba en aquel en el que era relativamente más eficiente e intercambiaba con el otro, obtendría mayores beneficios que si produjera todo por sí mismo.
La clave radicaba en que un país concentrara sus esfuerzos en desarrollar su ventaja comparativa y la exportara, mientras importaba aquellos bienes en los que era menos eficiente. Como resultado, ambos países podrían producir más con los mismos recursos, acceder a una mayor variedad de bienes a menor costo y mejorar el bienestar tanto de consumidores como de empresas.
Una vez instalado en la Cámara de los Comunes, Ricardo intentó replicar su modelo teórico en el Parlamento con la intención de derribar las Corn Laws (Leyes del Maíz), que impedían la importación de granos y, según él, protegían a los grandes terratenientes. En el contexto del florecimiento del capitalismo, al dejar atrás los escollos proteccionistas de la época mercantilista, el libre comercio favorecería la calidad de vida de los sectores más vulnerables, bajando el precio del pan y generando más puestos de trabajo en la industria textil. Durante casi dos siglos, la teoría de las ventajas comparativas de Ricardo guió el desarrollo del capitalismo a escala mundial. Esta sostenía que las barreras arancelarias distorsionaban la generación de riqueza genuina. Si el Estado intervenía, el mercado no podía alcanzar su esplendor.
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El problema del modelo -que solo comprendía a dos países y dos bienes- era que dejaba de lado el proceso histórico y político mediante el cual un país lograba ser comparativamente mejor en la producción de un bien con mayor valor agregado.
Años más tarde, el economista heterodoxo surcoreano Ha-Joon Chang señaló que los países desarrollados fueron inicialmente proteccionistas para fortalecer su industria y tecnología, y que luego “patearon la escalera” para imponer el libre comercio a los países subdesarrollados, que quedaron relegados a exportar materias primas.
¿Quién se benefició realmente del libre comercio? Bajo esta lógica, Inglaterra primero, y Estados Unidos después, lograron consolidarse como potencias económicas globales, promoviendo -por la razón o por la fuerza- que el resto de los países adoptaran el libre comercio y abandonaran el proteccionismo. Este proceso se profundizó tras la caída del Estado de Bienestar en la posguerra, acompañado por las reformas de Reagan y Thatcher.
A la larga, el modelo mostró fallas. En las últimas décadas, los estadounidenses del Midwest experimentaron un paulatino deterioro en su calidad de vida, lo que -junto con otras causas- facilitó el regreso de Trump al poder bajo la consigna de “Make America Great Again”. Es innegable que el país que aún se asume como el más poderoso del mundo enfrenta problemas internos: inflación, precarización laboral y falta de acceso a derechos esenciales como la salud y la educación.
¿Esto ocurrió porque los chinos o los mexicanos “robaron” los empleos de los norteamericanos, o porque cada vez hay más riqueza concentrada en menos manos, y a los mega multimillonarios no les importan las consecuencias de esta dinámica en sus comunidades? Aquí se presenta un dilema: o se les cobran más impuestos a los más ricos (Sanders), o se culpa a los extranjeros (Trump).
Si no se construye una síntesis superadora, los aranceles de Trump no serán más que la aplicación de una fórmula antigua para enfrentar un problema nuevo.
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