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Crónicas de la noche adolescente

Como en un ritual conquistado a contracorriente de las obligaciones, cada fin de semana, al llegar la medianoche, miles de adolescentes se apoderan del centro de la ciudad mientras los adultos duermen. Es el tiempo de su propia fiesta. ¿Cómo es ese territorio vedado para los mayores, qué códigos sutiles lo rigen, cómo se ven ellos mismos?

5 de Marzo de 2002 | 00:00
Por Nicolás Maldonado

Se acercan las 6 de la tarde de un miércoles cualquiera en 4 y 48. La noche adolescente está por abrir su sucursal diurna en esa esquina. Cientos de chicos y chicas desfilan ya por la peatonal buscando invitaciones para el viernes a la noche y un poco de excitación por anticipado. Y en esa incubadora del fin de semana, esa cabecera de playa amenazada por la rutina de los que salen de trabajar con la mirada perdida, reina Ezequiel junto a otros como él; tarjeteros, relaciones públicas de boliches, embajadores de la fiesta.
Ezequiel tiene 17 años y un look elaborado. Usa reflejos rubios, bronceado permanente, lentes de contacto verdes y músculos. Es parte de su trabajo. Los "relaciones públicas" como él son los jilgueros llamadores de la noche, los encargados de atraer con su presencia a los que buscan uno u otro lugar para ir a divertirse. Y los grandes boliches son conscientes de su importancia. De hecho, la mayoría de ellos tienen acuerdos con gimnasios, solariums, peluquerías y tiendas de ropa para cuidar el aspecto de sus tarjeteros adolescentes, a los que rara vez les pagan.
¿Por qué trabajan entonces cerca de 350 chicos como tarjeteros en La Plata? Ezequiel mira como si estuviera hablando con un marciano y se arma de paciencia para explicar algo que para él parece ser una obviedad. "Y por muchas cosas -comenta-: si sos tarjetero entrás gratis al boliche y hasta conseguís tragos sin pagar. Además te hacés conocido en el ambiente y, si sos bueno a la larga podés lograr que te paguen algo. Pero por sobre todo están las chicas, que ven a un pibe con la campera de un boliche y se le acercan como moscas sin ningún otro motivo. Es así", dice, y como si la cosa estuviera preparada aparecen dos quinceañeras con uniforme de la escuela que vienen a saludarlo y pedirle invitaciones para la fiesta del viernes.
Hace ya dos años que Ezequiel está parado en esa esquina, y en todo este tiempo parece haber aprendido algunas cosas. Aprendió a leer en las expresiones de los que pasan los gestos de desánimo, la alegría espontánea de los tardes con sol, las modas fluctuantes. En eso consiste también su trabajo: mirar, medir y relacionarse.
Y es que el trabajo de Ezequiel, que a primera vista parece consistir en repartir invitaciones para el boliche, es más complejo. La cultura de la noche adolescente tiene en las discos códigos sutiles. Y un relaciones públicas debe manejar bien los matices de filiación. Todos los detalles son significativos: los modales, la vestimenta, el peinado, la edad, "la onda". Cada boliche tiene sus normas, implícitas y explícitas, al respecto; así como agentes que detectan las más mínimas transgresiones; agentes que dicen quiénes van a ser invitados y quiénes jamás van a pasar de la puerta. Pertenecer o no pertenecer, así se llama esta película.

"ASTILLA Y COPETE"
El universo, para Agustina(16) y su barra de amigas, se divide en dos grandes categorías: por un lado está todo lo que es "copete"; es decir, lo divertido, lo excitante, con onda; por el otro lo que es "astilla": lo pesado, lo grasa o sin atractivo. Astilla y copete tienen sin embargo límites caprichosos. A veces ni ellas mismas se ponen de acuerdo. Y aún así su sentencia puede ser definitiva: los padres que esperan a sus hijas en el auto a la salida del boliche, por ejemplo, son definitivamente "re-astillas"; las madres que "quieren hacerse las pendejas" y se meten en las conversaciones, también son "re-astillas"; quedarse un viernes sin salir es "lo peor".
Apenas arranca la semana, Agustina, Bárbara y Celeste ya tienen los ojos puestos en el viernes a la noche. Es el centro de su universo, su único interés. Por eso, aunque recién sea miércoles, se reúnen en la peatonal para ir organizando la salida del fin de semana. En ese circuito parecen conocer a todo el mundo. Cruzan besos en el aire con otras chicas. Se abrazan con los relaciones públicas de los distintos boliches como viejos amigos. Jamás se mezclan con los que ellas consideran "astillas".
En el ambiente de las discos -en contraste con lo que se nota en la bailanta o el rock, los otros dos grandes circuitos concentradores de la movida adolescente-, la pertenencia marca territorios muy bien definidos. "Todos somos iguales, pero algunos más iguales que otros", dice Agustina recurriendo a una frase trillada pero verdadera en el medio donde ella se maneja. De hecho, ellas jamás hacen cola para entrar a un boliche.
"La cola es para la gilada -aclara Bárbara(17)- La cola es una cosa que hacen los boliches para meter más gente. Por ahí tienen a los pibes esperando una hora en la puerta, porque así dan la sensación de que el lugar explota. ¿Quién pagaría la entrada a un lugar que desde afuera parece que estuviera vacío?", dice.
Adentro del boliche, las luces barren la pista con destellos azules. La marcha resuena a todo volumen. Los chicos, que en su mayoría llevan sweaters en el cuello y el pelo corto con gel, están encaramados en grupos como cachorros de leones. Cada tanto, se descuidan y juegan a empujarse. Las chicas, entre las que hay algunas vestidas como femmes fatales y otras con un look muy casual, se agrupan en las escaleras o conversan en las mesas del boliche. Nadie baila. ¿Por qué no bailan? "Es que ahora no se baila" explica Agustina como si se tratara de una obviedad.
"Es el aguante", resume el Tarta desde su cabina de disc jockey. El Tarta tiene 19 años y hace ya cuatro que está en el negocio. Y el aguante al que se refiere es a la noche adolescente lo que el regateo previo a una venta. Es el momento en que los chicos miran y sopesan la oferta; mientras ellas lanzan miradas furtivas para marcar sus preferencias. Durante el aguante, los acercamientos son vistos como algo osado, casi fuera de lugar.

EN LA MATINE
"En la matiné -explica uno de los chicos que trabajan como relaciones públicas-, suele haber varones de hasta 18 años y mujeres de no más de 16. Cuando ya son más grandes, las chicas prefieren ir a las fiestas donde el público es mayor. Para ellas, es un quemo venir a bailar con los de su edad".
Leonardo, que tiene 16 años, también preferiría ir a las fiestas de los más grandes. ¿Por qué? "Porque acá no pasa nada -dice- ¿Cómo va a pasar algo si a la salida están todos los viejos en el auto esperando a las hijas?, se queja. Pero en las fiestas para mayores se siente incómodo. "Las minas te miran y dicen `mirá al pendejo ese", cuenta.
Leonardo es simpático y conversador, y no tiene problemas en contar cómo hace él para conseguir chicas. "Yo les pregunto siempre cómo se llaman, a qué colegio van y esas cosas. Después les pregunto si tienen novio. Si me dicen que sí, chau. Si no tienen, les digo: `¿cómo puede ser que una chica tan linda como vos no tenga novio?' Siempre les digo lo mismo y siempre funciona. Lástima que no tengo auto. Cuando tenés auto es todo más fácil. Ponés la música a full; bajás las ventanillas y te das un par de vueltas por la puerta mientras hacen la cola. Ya te vieron. El resto es fácil, porque tenés la excusa de llevarlas a la casa", explica y le brillan los ojos.
Para Agustina "que un chico tenga auto es copado". "Pero lo importante -asegura- es que te inspire seguridad....". "Y que no sea un amargo -interviene Bárbara-. Eso, que sea conversador y simpático... y que no piense que porque te dice que sos linda vas a salir corriendo atrás de él. Igual -aclara por las dudas- nosotras no venimos acá a levantar chicos. Venimos a divertirnos". Ya son las tres de la mañana y a las cuatro tienen que estar de vuelta en su casa. El próximo fin de semana, probablemente no salgan. A sus padres no les gusta que las vean siempre en el boliche.
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