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A Gustavo Caso Rosendi cuando tenía 19 años le tocó ir a la guerra de Malvinas. La experiencia fue dura y varios recuerdos lo aquejan hasta hoy. Pero allí pudo encontrar la inspiración. Sus poesías fueron saliendo de a poco. Ahora, después de 31 años, está por regresar a las islas. Y por si fuera poco, Soldados fue editado por el Ministerio de Educación que lo reparte en todos los colegios
Por Leandro Savoretti
Entre los combatientes que estuvieron en Malvinas, había uno y sólo uno que cuando estallaban las bombas, en lugar de sentirse aterrado, buscaba inspiración. A todo le encontraba relación con la palabra. Y de la palabra al verso. Ese colimba tiene un nombre: Gustavo Caso Rosendi y en vez de soldado se consideraba un poeta. No importaba lo aterrador de la embestida de los británicos, no importaba que sus compañeros de batallón estuvieran tiesos del pánico, Rosendi siempre veía la divinidad escondida. “Era terriblemente bello mirar en pleno bombardeo”, escribió sobre aquellos ataques, “la suavidad con que caían los copos de nieve” jugando un poco con Rainer Maria Rilke.
Es martes, la mañana amanece fresca. Parece un día otoñal pero aún estamos en verano. Y este cronista llega a la casa de Rosendi, a unas cuadras de Parque Saavedra. Las hojas de la glorieta verdes y amarillas cubren el pasillo largo que hay que atravesar para llegar hasta su hogar. Abre la puerta y en esa primera sala, hay una biblioteca abarrotada de libros. Rosendi calcula que tiene más de 1.000 y entre sus tesoros está toda la bibliografía de Juan Carlos Onetti, su escritor preferido. No falta James Joyce. También se pueden ver algunos del cordobés Filloy, el último de Paul Auster y por supuesto dedica un buen espacio a los poetas: Juan Gelman, el griego Ritsos, Apollinaire y Ungaretti, por solo nombrar alguno de sus referentes de cabecera.
Rosendi no sólo era el único poeta en el frente argentino. El 13 de junio de 1982, las tropas inglesas llevan más de cuarenta y ocho horas bombardeando las filas argentinas en Wireless Ridge. Del lado argentino pasaban los minutos y la confusión se acrecentaba. A las 3 am, la hora de la embestida final, a Rosendi le dieron una misión delicada: cruzar un campo regado de misiles caídos del cielo, que habían cortado las comunicaciones terrestres para preguntar al coronel qué hacer, poco antes de la rendición. Las balas trazantes le pasaban cerca y una bomba podía caer en su camino. “Intenté llegar a la posición y no pude. El teniente me tildó de cagón”, evoca el poeta ahora, mientras nos acomodamos en la mesa que está en el rincón de su patio.
La vida y media
Rosendi vive desde los cinco años en La Plata. Viene desde el sur: nació en Esquel, Chubut en agosto de 1963. A esta ciudad llegó junto a su familia y se instalaron en City Bell. Ávido de lecturas desde chico, una tarde encontró el único libro que había en la casa de sus padres. “La vida y media” era su título y estaba escrito por un primo de su mamá. “Cuando lo abrí no entendía mucho lo que decía. ¿Qué me está queriendo decir el tipo este con estas palabras?” recuerda ahora Rosendi, mientras enciende un cigarrillo. Y así, sin mucho entender, se puso a jugar con las palabras. El amor, los animales, los juegos de la infancia fueron sus musas. A los 12 años, de eso hablaron sus primeras poesías.
Hace tiempo le mostró a un amigo -que consideraba buen lector- sus trabajos y fue sincero con él. Le dijo que sus trabajos eran una porquería. Ese amigo le recomendó apuntarse en un taller literario. Rosendi se anotó en tres.
Y en el taller de Marita Milenolo fue donde conoció a Analía, su mujer. Con Analía las charlas se extendieron más allá de lo literario y en 1983, se pusieron de novios. Pasaron seis años y en el 89 se casaron. Los hijos llegarían un tiempo después. Primero fue la mujer, Victoria. Dos años más tarde nacía el varón, Valentín. Hoy, ella tiene 21 años y está estudiando Psicología mientras que él optó por la carrera de cineasta. Analía trabaja en dos Institutos de Menores y como profesora en la Facultad de Trabajo Social. Gustavo y Analía comparten sus gustos por el cine la literatura y el arte y les contagiaron a sus hijos ese aire que se respira en el hogar. “Eso es algo muy lindo porque también me hubiera gustado tener ese clima en mi casa; siento que uno podía haber empezado mucho tiempo antes”.
Hoy, a sus 45 años, Rosendi pudo jubilarse gracias a la ley 12.875 de jubilaciones especiales para ex combatientes y además cuenta con una pensión como Veterano de Guerra. Para eso trabajó durante 27 años en SPAR (Servicio Provincial de Agua Potable y Saneamiento Rural), primero sirviendo café y luego en el área administrativa. Pero a este poeta, los números nunca le gustaron. Y en 2003, a más de veinte años del combate, publicó cincuenta y tres poemas en ciento cuarenta y nueve páginas. Ese libro, al que tituló Soldados, fue impreso en 2009 por el Ministerio de Educación y repartido en todos los colegios.
El regreso esperado y temido
Este próximo 12 de abril Rosendi partirá junto a un contingente de ex compañeros hacia las islas. Harán escala en Río Gallegos y el 13 arribarán a Malvinas. Las vueltas del destino: será el mismo día que el poeta lo hizo por primera vez. ¿Visitar a los compañeros caídos, cumplir promesas, saldar deudas, cerrar heridas? “La otra vez, charlando con mis amigos, todos nos preguntaban por qué íbamos y uno no sabe bien por qué vuelve”, responde Rosendi mientras se encoge de hombros.
Seguramente pasaremos la noche en carpa en la posición donde estuvimos. Ahí leeremos, como también en el cementerio Darwin. Gracias a Martín Raninqueo, amigo, ex combatiente y reconocido músico platense, su libro de poemas ya está allá. Pero Rosendi tiene ganas de llevar alguno más y de paso dejarlo como olvidado a propósito en algún Pub. Otro compañero, Alejandro Villanueva, quiere filmarlo leyendo algunos poemas. “Y recapitulando, la verdad es que si vuelvo es para traerme unos cuantos poemas más. Eso me va a abrir la cabeza y eso es lo que más me interesa ir a buscar: nuevos poemas viejos”.
En combate
“A veces mirábamos nuestra sombra sobre el camino escarchado para asegurarnos de que aún estábamos. Entonces sí bebíamos de la cantimplora el agrio sabor de la existencia” dice uno de sus poemas de Soldados.
Y la historia vuelve al sur: una noche Rosendi junto a unos compañeros estaban haciendo la guardia cuando empezó a caer un bombardeo tenaz. El único refugio donde guarecerse era meterse dentro de la trinchera. Pero Rosendi no quería, no había forma de que los compañeros lo hicieran entrar. Hasta que en un momento el jaleo fue infernal y no hubo opción. “Ahí, cerca nuestro, cayó un bombazo. Cuando salí, me metí adentro del pozo y agarré tres esquirlas. Miré a mis compañeros y les dije: estas tres esquirlas somos nosotros”. Una la conserva metida entre sus libros.
Ya con la guerra a sus espaldas, tiene un sueño recurrente: está solo en la calle. Camina pero no avanza. Desesperado levanta la mano buscando un taxi. Ninguno frena. Los micros van llenos. En otras ocasiones se encuentra dentro de su auto y no arranca. Quiere llegar a su casa pero no puede. A veces irrumpe un mar inmenso. Del miedo retrocede hasta que al final despierta y se da cuenta de que nunca se ha ido de las islas. Y uno de sus poemas dice: “ se miró al espejo y supo que ya no era, y supo que nunca se marcharía del todo”.
“Cuando regresamos de Malvinas los primeros días me la pasé tirado en la cama. Sólo quería dormir y no pensar ni saber de nadie. Estás y no estás. Sos un fantasma, un sobremuriente. A veces te sentís así”, dice y se saca los anteojos. “Es una sensación que tenemos todos los Veteranos de Guerra. Algunos lo hacen más consciente y otros no tanto. Nadie volvió del todo vivo de la guerra”. Después de la rendición, Malvinas quedó bajó la alfombra. La sociedad se silenció un buen tiempo. Y Rosendi, como sus compañeros, lo sintieron. “En los primeros años no tuvimos ningún tipo de contención. Uno sentía que la sociedad había puesto en silencio el tema Malvinas, que había una suerte de abandono. El tema permanecía debajo de la alfombra. En la vida, cuando hay que hablar, el silencio no es tan sano, cuando es necesaria la palabra. Y cuando digo silencio quizás tenga que ver con eso, que había un silencio atronador”, recuerda él.
Soldados
“Le puse Soldados porque me gusta pensar que todos esos poemas me los dictaron otros; mis compañeros. Es un libro colectivo. Que tiene que ver con todos. Tuve la necesidad de escribirlo pero no lo hice de manera consciente. La génesis del libro no tuvo un porqué. Salió porque salió.
Las repercusiones que ha tenido su obra no dejan de asombrarlo. En la Universidad Nacional de Irlanda lo están estudiando. Mesa Gancedo, un catedrático de la universidad de Zaragoza escribió un análisis sobre sus poesías. Y Mario Goloboff ha escrito un libro donde se lo nombra. Sin descontar trabajos y referencias de textos que ha generado en estudiantes y profesores de la UNLP o la UBA por la gente que le escribe. Y ése es el momento donde a Rosendi le parece que algo hizo.
Ahora su próximo proyecto es sacar un libro que se va a llamar Noche adentro. “Yo escribo de noche en ese rinconcito”- y señala el quincho con mesada donde por las noches trabaja junto a su notebook, una copa de vino y sus infaltables cigarrillos. “Haga frío o calor yo estoy ahí. Supongo que van a quedar los poemas que tienen que ver con la infancia y también hay algunos que hablan mucho de la noche inconmensurable. Quiero que se publique este año. Como dice Borges uno intenta publicar para dejar de corregir.”
De su libro Soldados, el poema que más le gusta es Bombardeo. “A mí es el que más me emociona, el que más me costó hacer. Los demás surgieron y salvo alguna palabrita quedaron como salieron. Un bombardeo es lo que te pasa por la cabeza, la imagen de la niñez, cuando ibas a pescar, tus perros. Y ése es el verdadero bombardeo, el bombardeo espiritual.”
Vida y poesia
Por estos días disfruta haciendo de chofer a su familia, ver películas, leer todo lo que pueda para recuperar aquel tiempo perdido en la infancia y escribir, sobre todo escribir. No sólo poesías. Lo hace todas las noches, en el rincón preferido de su casa, acompañado de un tinto, los puchos y la radio. “Más allá de la familia, si hay algo que decidí en mi vida es ser poeta” - dice este Veterano de Guerra y agarra Soldados.
“Los poetas tenemos ciertos prejuicios: parece que nadie te va a entender, que los chicos no te van a dar bolilla o que al resto la poesía les importa tres carajos” -cuenta Rosendi mientras repasa las páginas y se detiene en Bombardeo. “Ahora vos lees un poema y en algunos se produce una transformación, es algo mágico. “¿Querés que lea?” dice Rosendi y enciende otro cigarrillo.
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