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Séptimo Día |LOS HERMANOS CORRAL HABLAN DE LA DECADENCIA DE LA MÚSICA ACADÉMICA Y DE LA NECESIDAD DE REVIGORIZARLA Y POPULARIZARLA

“Los solistas clásicos somos como misioneros”

Cada vez hay menos escenarios disponibles y decrece el público que va a los conciertos. La vida sacrificada de los intérpretes, que siempre deben estudiar cinco o más horas por día pág. 2

“Los solistas clásicos somos como misioneros”

Leticia Y Gastón Corral

4 de Febrero de 2018 | 07:53
Edición impresa

Por MARCELO ORTALE
marhila2003@yahoo.com.ar

Los músicos clásicos sienten que los están empujando. Que los ignoran. Constatan que cada vez hay menos escenarios para ellos. Que desaparecieron, casi totalmente, los cachets. Que orquestas o elencos artísticos oficiales enteros se caen de los presupuestos. Pero también admiten que la música clásica debería modernizar su oferta, buscar formas para acercarse más a la gente.

Así lo dicen ahora Leticia, Gastón y Marisa Corral, integrantes de una familia de músicos notables, con sobrados títulos en el exterior y en el país. Leticia pianista, Gastón violonchelista y Marisa violinista, esta última de viaje y ausente con aviso en la entrevista. Los Corral de City Bell, que se suman así a otras familias platenses –como los Bugallo, los Almerares, los Poli o los Urbiztondo- todas con solistas resonantes entre ellos.

“La música se hereda, como el color de los ojos”, dijo alguna vez María Gondell”

Alguna vez la artista María Gondell, esposa de Lino Bugallo, dijo en este diario que “la música se hereda, como el color de los ojos”. Y los Corral, ahora, confirman esa aseveración. La música le llega a ellos, dijeron, por cascada hereditaria, del abuelo español Bernardino Corral. “El abuelo, castellano de Burgos que era escritor, se enteró que mi tía, que también se llamaba Leticia, quería estudiar piano. Vivían en La Pampa, en General Pico. Y el abuelo mandó comprar un piano vertical en Alemania. Mi tía se convirtió con el tiempo en una gran docente y en una mejor intérprete aquí, en La Plata. Ella, tan injustamente olvidada, estudió con Raúl Spivak, con Antonio De Raco y, sobre todo, con Elisabeth Westerkamp, una genial profesora que enseñó en Buenos Aires”, dice ahora su sobrina Leticia.

Ella quiere destacar que la Westerkamp “fue alumna de Vicente Scaramuzza, uno de los mayores referentes mundiales de la enseñanza de piano. Scaramuzza se formó en Italia, vino a la Argentina y aquí fue profesor de Marta Argerich, Enrique Baremboin (padre de Daniel), Bruno Gelber y Marisa Regules, entre muchos otros”. Fueron también discípulos de Scaramuzza los célebres pianistas y compositores de tango Horacio Salgán, Osvaldo Pugliese, Atilio Stampone y Orlando Goñi.

Pero las palpitaciones se aceleran, al saber que Scaramuzza, formado bajo los principios de la “Escuela Napolitana”, había tenido como maestros en su juventud a Florestano Rossomandi, Alessandro Longo, Beniamino Cesi, este último discípulo de Franz Liszt. Los expertos dicen que de todos éstos, Scaramuzza obtuvo el rasgo esencial de su sistema pianístico, consistente en extraer la máxima sonoridad del instrumento, utilizando de una manera “natural” el cuerpo, evitando todo tipo de tensiones que dificultan la interpretación.

Los tres Corral son hijos del químico e investigador Trotzky Corral (cuyo revolucionario nombre de pila fue impuesto por el abuelo Bernardino Corral, que había peleado por la República en la Guerra Civil española y que vino a la Argentina donde trabajó como periodista en diarios de La Pampa) y de la riojana María Angélica Sandoay, que vive con ellos y los apoya en todo.

Luego de haber sido una niña prodigio ante el teclado, Leticia Corral ganó en 1990 una beca para estudiar en la entonces URSS, en el Conservatorio Glinka de Dnepropetrovsk y luego en el Tchaicovsky de Moscú, donde se graduó como pianista y profesora, completando su estilo con grandes maestros rusos, con quienes estudió durante seis años. “Estuve durante la glasnot (política de apertura del comunismo que se llevó a cabo a la par que la perestroika, impulsada por el líder del momento Mijaíl Gorbachov, desde 1985 hasta 1991), con una crisis económica tremenda...Pero la cultura no dejó de brindarse a la población y todos los teatros y conservatorios siguieron funcionando”, recuerda.

Gastón, el violonchelista, se perfeccionó seis años en Santiago de Compostela, en donde estudió con Pedro Gorostola Picabea, que había sido discípulo de Pablo Casals. Admirador de Mistilav Rostropovic, Gastón tiene un chelo añoso, de origen francés y de más de cien años de antigüedad, hecho en Canadá con madera de arce y pino abeto. Ambos son profesores del Bachillerato de Bellas Aires y Leticia, además, de la Facultad de Bellas Artes. Gastón aquí mencionó con gratitud a los profesores con los que se formó en nuestra ciudad, Norberto Ataguile, Nicolás Finoli, Sergei Potrieva y Staninir Todorov

CERO PESOS

A los dos les espera un 2018 pleno de presentaciones. Juntos o separados, tendrán un ciclo de conciertos para dos pianos y orquesta con la orquesta de Radio Nacional, dirigida por Barcha Waldman, que se brindarán en el aula magna de la facultad de Derecho de la UBA y en el Salón Dorado del Teatro Colón. También actuarán dirigidos por Quimey Urquiaga. Les espera asimismo un concierto de Vivaldi con la orquesta Julián Aguirre y un doble concierto de viola y violonchelo con la orquesta municipal de Bernal, además de otras presentaciones en La Plata.

“No hay cachets, no hay viáticos. Todo lo afrontamos nosotros”, cuenta Leticia

¿Cuál es el cachet profesional promedio que cobran en estos conciertos? Sin necesidad de ensayos ni de una batuta que los dirija, la respuesta la dan a dúo: “Cero pesos...no nos pagan nada ahora”. Se conforman, dicen, con darnos un espacio, “para poder presentarnos”.

“A veces tenemos que pagar nosotros los programas...” agrega Gastón.

Leticia se enciende: “No hay cachets, no hay viáticos. Todo lo afrontamos nosotros. Tantos años pagando nuestros estudios, tanto estudio invertido pagando a profesores y cuando podríamos, al menos, compensarnos con algo, no se nos reconoce nada...”.

“A veces me parece que no somos músicos...Que somos como misioneros...Si, misioneros de la música”.

UNA MISION POPULAR

Misioneros porque pretenden divulgar música clásica de manera popular, con llegada para todos. Leticia recordó una anécdota: “Muchas veces toco el piano frente a chicos que no tienen ni siquiera zapatillas para venir al concierto. Chicos muy pobres, muy marginales. Siempre hice que se acercaran para escuchar de cerca...Y puedo asegurar que una obra de Mozart saca de la oscuridad a los excluidos...Los chicos se sensibilizan, muchos escuchan con los ojitos cerrados y cuando termina la pieza los abren y los tienen llenos de lágrimas”

Gastón interviene y dice que “sin embargo, todo indica que la música académica está como desapareciendo. Creo que los avances tecnológicos son de tal magnitud que todo se ha facilitado mucho y, en cambio, la música clásica exige muchas horas de estudio, mucho sacrificio. Mucha gente no querrá estudiar como nosotros. Pero también es cierto que deberíamos ver la manera de llegarle mejor al gran público”. Acá interviene Leticia, que coincide con la necesidad de modernizar la oferta musical, aunque añade: “estudiar un instrumento es dominar una técnica a través de una disciplina prusiana. Hay que estar horas y horas ante el instrumento y, muchas veces, hasta desconectarse uno, muchas veces, de la vida social”.

Gastón remata: “los que quieran hacer arte que nunca aflojen...que nunca aflojen. Aquí quiero recordar lo que decía Voltaire: la música enriquece el alma”.

LA REALIDAD

La realidad les da la razón a los Corral, en el sentido de que la música clásica no llama como antes. “Cada vez va menos gente a los conciertos”, dicen. Detallas que algunas de las orquestas-escuelas que con tanto éxito se inauguraron en los últimos años, ya se cayeron. Hay orquestas oficiales de larga tradición que dejaron de figurar en los organigramas estatales. Mientras tanto, muchos teatros clásicos son utilizados para ofrecer recitales de rock, con honorarios voluminosos para los artistas. En La Plata la música clásica cuenta con un templo católico –la iglesia San Roque- como el escenario más accesible y más utilizado.

El fenómeno, dicen, no es exclusivamente platense ni argentino. Está ocurriendo en muchos otros países, salvo aquellos que ya tomaron medidas imaginativas y muy prácticas para evitar semejante decadencia. Cuentan que en España se hizo recientemente una encuesta entre 30 escritores para ver qué música escuchan mientras escriben y ninguno de los consultados mencionó a Bach, Beethoven, Mozart o algún otro clásico. Todos aludieron a cantantes o conjuntos de rock.

Así como van, los pianistas, chelistas y violinistas, los solistas de la música clásica sienten que se les va la vida, a veces matizada con aplausos, pero siempre con poca o ninguna paga. El esfuerzo es enorme, tanto como la tristeza de ver que las puertas se están cerrando.

Pero ellos, los Corral y sus muchos colegas, no piensan aflojar. Están buscando fórmulas. Se habla por allí de la fantástica repercusión popular que alcanzaron los llamados Tres Tenores (Pavarotti-Domingo-Carreras) y las óperas que se ofrecen en estadios abiertos de Italia, Alemania, Tokio o Nueva York, con entradas agotadas, o los conciertos populares a plaza llena que da, entre otros, ese fenómeno musical incomparable de Andre Rieu que, junto a la Johann Strauss Orchestra (la orquesta privada más grande y exitosa del mundo) le viene dando un aire nuevo al vals y a la música clásica, a través, fundamentalmente, de espectaculares puestas en escena.

Alguna fórmula habrá. En eso creen estos músicos, que no dejan de estudiar, en promedio, unas siete horas por día durante toda la vida. “No debe existir otra profesión –dice Gastón Corral- en la que nadie deba estudiar tantas horas por día para mantenerse vigente...”. No aflojan, no aflojarán.

Leticia Corral –que de pronto recuerda a su maestra de piano platense Elsa Carranza –”nadie como ella cuidó tanto la parte humana de los pianistas”- está segura que el piano es parte de su vida, que en realidad es casi su propia vida y que “forma parte del grupo de mis afectos más profundos. No podría estar nunca sin un piano cerca”.

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