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Séptimo Día |LA INFLUENCIA DE LAS MONTAÑAS EN LA ESPÍRITU DE LA HUMANIDAD. DESDE MOISÉS HASTA DINO BUZZATI Y EL CHINO GAO XINGJIAN

Las letras en las altas cumbres

Dos escritores argentinos, Joaquín V González y Juan Carlos Dávalos dejaron relatos memorables sobre la Cordillera de los Andes. Las descripciones de Saint Exupery

Las letras en las altas cumbres

Dino Buzzati / web

15 de Abril de 2018 | 09:34
Edición impresa

Por MARTIN TETAZ
marhila2003@yahoo.com.ar

En la historia de la literatura hay montañas sagradas, mágicas, coléricas o místicas; hay volcanes belicosos que sepultaron ciudades o fueron refugio de titanes; hay cordilleras infranqueables, picos cubiertos de nieve o ardientes como médanos y hay también cumbres hospitalarias para el ermitaño que busca retirarse en ellas. Filósofos, poetas, religiosos de todos los continentes y de todas las épocas peregrinaron con su inspiración hacia las montañas y volvieron de ellas a entregarnos su mensaje.

Los estudiosos de este tema dicen que Moisés no sólo recibió de Jehová los Diez Mandamientos en el Monte Sinaí, de 2400 metros de altura, sino que, para los textos –en este caso el Antiguo Testamento- fue el primer hombre de la historia que actuó como escalador. Es cierto que la misión de Moisés no fue la de un montañista o la de alguno que buscaba un mero goce contemplativo, sino que lo impulsaba una misión espiritual.

Muchos siglos después, el poeta Petrarca decidió subir al Mont Ventoux (Monte Ventoso) –donde sopla el mistral en la cima-, se dice que inspirado en un fragmento del historiador romano Tito Livio que contó en la “Historia de Roma desde su fundación” la subida del rey Filipo V de Macedonia al monte Haemus. Y quiso emular esa aventura, llevando como principal equipaje las “Confesiones” de San Agustín.

Las primeras montañas literarias del país fueron las que escribió Joaquín V. González

 

Los escritores siguieron subiendo a las montañas hasta hoy y seguramente no dejaran de hacerlo nunca. El todavía contemporáneo Dino Buzzati, autor, entre otras, de la gloriosa novela “El desierto de los tártaros”, escribió una vez: “Recuerdo la mañana de un lejanísimo septiembre, cuando por primera vez tomé contacto con los famosos Dolomitas. Yo tenía quince años y la montaña se me había metido ya muy dentro, casi como un amor obsesivo”. Lo mismo dijeron otros famosos escritores “montañistas”, como Nietzsche, Robert Walser, Thomas Mann, C.W.B. Isherwood, Pío Baroja o Edmundo de Amicis, entre los extranjeros, o como los nuestros, Juan Carlos Dávalos y Joaquín V.González.

NUESTRAS MONTAÑAS

Se suele decir que las primeras montañas literarias de nuestro país fueron las que escribió a finales del siglo XIX el riojano Joaquín V. González, hombre que descolló en la política y en muchas de las disciplinas humanísticas, jurídicas y sociales, después impulsor, claro, de la nacionalización de la Universidad de La Plata. Su obra más recordada se llamó “Mis Montañas”,en la que compendia narraciones, pensamientos, memorias y descripciones de lugares ligados a su vida como Chilecito, Nonogasta, Huaco y la capital de La Rioja.

Sus relatos pintan los primeros encuentros de los indios con los españoles, con los planos de la montaña –acumulaciones de piedras imponentes- como fondo de un pasado que nos da basamento. Rafael Obligado le escribió a González una carta-prólogo en la que le dice: “La propiedad artística de la cordillera argentina pertenece a usted de hoy para siempre, como la de la llanura al poeta de La Cautiva”.

En las primeras páginas de ese libro escribió González: “Los recuerdos de infancia y la poesía de las regiones de portentosa belleza, donde un tiempo se alzó el hogar de mis mayores, eran la fuente de los consuelos que yo anhelaba en medio de esas luchas que sólo la historia describe y analiza...”.

El hombre solo en la montaña. Junto al fuerte Pucará escribe González: “Sobre aquella atalaya que domina los cuatro vientos, divisando a distancias inmensurables, he meditado sobre los destinos de las razas, sobre la evolución del espíritu humano tras su porvenir desconocido, y he visto desplegarse, a través de sombras dolorosas, la bandera de mi patria en muy lejanas regiones”.

Entre los grandes escritores de la montaña que dio nuestro país, imposible no mencionar al salteño Juan Carlos Dávalos, descendiente de Martín Miguel de Güemes y padre de Jaime, el poeta que –ya crecido- catapultaría al folklore hacia otras cumbres también altas.

Lo cierto es que de Juan Carlos Dávalos no puede dejar de leerse su libro “El Viento Blanco”, una serie de relatos realistas y, a la vez, metafísicos de los arrieros que debían desafiar la Cordillera de los Andes para llevar sus ganados. Entre montañas pedregosas del Norte, decía, hay que “andar, andar siempre, caminar noche y día”, porque ése “es el afán constante del arriero pues a cada legua la novillada merma de peso y es necesario llegar a Chile en las condiciones exigidas por los contratos”.

Eduardo Galeano dijo una vez que Juan Carlos Dávalos no sólo fue el padre espiritual de la poesía salteña sino que, además, conocía y sabía “de toda la cosas que andan, vuelan, se arrastran y crecen por la tierra”.

MONTAÑAS DE CUYO Y DEL SUR

Pocas descripciones más breves y bellas debe haber sobre las montañas de nuestro país, como las que escribió desde su avión postal el legendario piloto y escritor Antoine de Saint Exupery. “Qué bello país y cómo es de extraordinaria la Cordillera de los Andes! Me encontré a 6500 metros de altitud, en el nacimiento de una tormenta de nieve. Todos los picos lanzaban nieve como volcanes y me parecía que toda la montaña comenzaba a hervir...”, dijo el autor de El Principito.

Esos aviones de las década del 30 parecerían de papel para volar por los angostos corredores del viento fuerte que llegaba del Pacífico, cruzaba los desfiladeros de la Cordillera y azotaba a nuestra Patagonia.

Cuando se perdió su compañero de la compañía aérea, el piloto francés Jean Mermoz, que había venido a estudiar la posible ruta aérea entre Buenos Aires y Santiago de Chile, reflexionaba Saint Exupery: “Mermoz se mezclaba en estos combates sin conocer para nada al adversario, sin saber si se sale con vida de semejantes abrazos. Mermoz “ensayaba” para los demás. Finalmente, un día, a fuerza de “ensayar” se halló prisionero de los Andes”

“Mermoz ensayaba para los demás y, a fuerza de ensayar, fue prisionero de los Andes”

 

“Mermoz afrontó la montaña, esos picos que, en el viento, abandonan sus chales de nieve, ese palidecer de las cosas antes de la tempestad, esos remolinos tan fuertes que, soportados entre dos murallas de rocas obligan al piloto a una especie de lucha a cuchillo”, agregó Saint-Exupéry al recordar la tarea de su colega-héroe cuyo avión, después se supo, cayó abatido por los vientos de la montaña. Buscados durante dos días, con temperaturas bajo cero, Mermoz y su mecánico se las ingeniaron para empujar su avión Latécoere 25 hasta una explanadada desde donde lograron bajar planeando hasta el aeródromo de Copiapò.

MONTAÑAS DEL ALMA

A inicios del siglo XIX, Shelley escribió sobre la montaña cuyo “poder descansa en su tranquilidad/ remoto, sereno, inaccesible”. A mitad de ese siglo, Sarmiento transitó con el poder de las ideas por una cordillera y dos décadas después el terrible Nietzche fue visto apaciguado como un cordero por los Alpes suizos, según lo describe Vargas Llosa.

Las montañas siguen acompañando el escritor. Los escritores siguen buscándose en ellas. Un desconocido hasta entonces escritor chino, Gao Xingjian, recibió en el 2000 el Nobel de literatura por su novela “Las montañas del alma”, editada por primera vez en 1990 en Taipei. La novela hace eje en la ansiosa búsqueda de un hombre por encontrar en la China rural a la legenaria montaña Lingshan.

No hay tiempos ni distancias que alejen a lo humano del alma de las montañas.

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