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Se había convertido en una máquina de perder y él, con el mismo plantel, consiguió sacarle de encima la apatía
Por MARTÍN MENDINUETA
@firmamendinueta
¿Quién es buen director técnico? ¿Cómo se mide la capacidad de un entrenador? ¿Qué aspectos hay que considerar? ¿Sólo importa los resultados que consigue el equipo que dirige? ¿Es un buen indicador observar cuáles jugadores prioriza a la hora de elegir titulares y suplentes? ¿Se debe tener en cuenta la cantidad de jóvenes que promueve al plantel superior, o bien decide hacer debutar en el máximo escalón? ¿O la verdadera idoneidad está en cómo hace los cambios durante la marcha de un partido?
Cada uno tiene su parámetro, su manera de evaluar. En los tiempos que corren un conductor de grupo necesita manejar con sapiencia muchos aspectos que hacen a la vida cotidiana y competitiva del plantel que tutela. Hoy se critica, para bien y para mal, todo. Hasta esos detalles que pueden parecer insignificantes.
El modo de declarar ante la prensa, su lenguaje y hasta el comportamiento (frío, mesurado, impulsivo, pasional, etc.) cuando está de pie junto al banco de suplentes influye en quienes aceptan o no al personaje en cuestión. Así, algunos ganan, se imponen o consiguen muy buenos contratos por saber desenvolverse en los medios de comunicación (esto incluye las redes sociales), por tener prestancia para imponer respeto desde sus ademanes, gestos y hasta por la imagen que consiguen irradiar. No hay uno que no hable de trabajo, de proyecto, de seriedad, de optimización de recursos, de identidad en el funcionamiento buscado, de métodos modernos, dibujos tácticos y un poquito de estrategia.
El que mejor sepa venderse (léase como sinónimo de promocionarse) será quien obtenga los más dulces beneficios en esta actividad sobre la cual hay infinitas discusiones. Por ejemplo, ¿cuánto incide un DT en lo que realizan sus jugadores a cargo el día del partido? ¿Un treinta por ciento? ¿Un cuarenta...? ¿Más? ¿Menos?
Algunos estudiosos de las relaciones humanas sostienen que no hay mejor campaña de marketing que ser GENUINO. Exactamente eso fue Darío Ortiz durante este puñado de partidos en los que estuvo como máximo responsable del primer equipo de Gimnasia.
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El mismo conductor que en 2011 supo aceptar la cosecha tan agria como dolorosa del descenso, fue quien llegó ahora para bajar una línea imposible de confundir, la que exige compromiso del ciento por ciento para lograr máxima intensidad en el campo. Así de simple. Cortita y al pie. El que no corre no juega. El que afloja, sale. Y el que persiga sólo su propio beneficio, ni siquiera será tenido en cuenta.
Entre tantas carencias, Ortíz tuvo una situación a favor. El equipo venía en caída libre y sería difícil que sus decisiones pudieran empeorar la situación. El partido que perdió Gimnasia en San Juan frente a San Martín debiera guardarse como el más nítido ejemplo de lo que no debe hacer un equipo que realmente pretenda ganar.
Desde ese piso tan bajo, el “Indio” armó el “Lobo” a su gusto. Matías Melluso, Nicolás Ortíz, Matías Gómez (jugó un partidazo ante Boca) y Nicolás Contín (meses antes no creyeron en sus condiciones y por eso contrataron a Barrales) fueron considerados y utilizados en una recta final por demás exigente. Los pibes, cada uno con sus cualidades, demostraron que pueden jugar y la gente se entusiasmó con verlos a la altura de las circunstancias.
Un mes atrás Gimnasia daba pena, se arrastraba en la cancha y su autoestima como equipo estaba hecha añicos. El último lunes pudo volver a ganar y, sin haber jugado en gran nivel, ratificó que la intensidad fue el rasgo más notorio de este interinato de Ortíz que no se olvidará fácilmente.
¿Le hizo bien el “Indio” al equipo? ¿Supo generarle algo que no tenía? ¿Tomó buenas decisiones? ¿Sacó resultados positivos? ¿Puede afirmarse que en pocos días cambió para mejor el semblante y la actitud para afrontar compromisos nada sencillos?
Si la respuesta ante cada pregunta es afirmativa, entonces coincidiremos en que Ortiz supo ser un buen director técnico “tripero” en la recta final de la Superliga.
La película, casi soñada por los condimentos perfectos, terminó con ese abrazo húmedo y fuerte que lo unió a su hijo no bien terminó el partido en la mitad de la cancha. El “Indio” fue genuino. Debe ser por eso que los hinchas no paran de darle las gracias.
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