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Séptimo Día |PERSPECTIVAS

La inflación y el valor de la palabra

19 de Agosto de 2018 | 08:01
Edición impresa

Por SERGIO SINAY
sergiosinay@gmail.com

Hablemos de inflación. La propuesta no parece original. Hablamos todos los días de inflación y, lo que es peor, la padecemos. Aunque en este caso la propuesta es hablar de dos inflaciones. Una evidente y otra invisible, pero igualmente real y nociva. En cuanto a la primera, vemos que nuestro dinero desaparece pronto a cambio de cada vez menos. Se nos promete que el flagelo está en retirada, que será controlado pronto y, en una inolvidable broma efectuada el Día de los Inocentes (28 de diciembre de 2017), tres altos funcionarios del gobierno nacional predijeron que el techo de acero para la inflación de 2018 sería de 15%. No fue una broma de buen gusto, hay que admitirlo, y es probable que esos funcionarios (un jefe de gabinete, un ministro de hacienda y un ex presidente del banco central) no tengan futuro como videntes, meteorólogos o astrólogos.

La mala praxis económica es tema de todos los días y una comprobación innegable para quienes verdaderamente conocen la economía real. Es decir, las amas de casa, el ciudadano de a pie, los comerciantes, los empleados, los profesionales, los cuentapropistas, los pasajeros del transporte público, los usuarios de servicios esenciales, los afiliados a obras sociales y prepagas. Los ciudadanos comunes que desgastan sus días y sus ingresos corriendo detrás de precios que se escapan, de proyectos que se desvanecen, de futuros que se desdibujan no necesitan de palabras difíciles, ni de explicaciones complicadas y extravagantes emitidas en jergas extrañas (como gustan los economistas) para saber de qué se trata. Ellos son personas y no números, seres de carne y hueso y no planillas. De ellos trata, o debería hacerlo, la economía real, la economía de las personas y sus necesidades. Para los ciudadanos y ciudadanas de a pie la economía transcurre hoy y aquí, no en proyecciones intangibles e incomprobables a ocurrir en un mañana que se posterga de semestre en semestre.

CONTROL Y DESCONTROL

A pesar de todo esto, la inflación económica no es la única que nos acecha, aunque sí se trata de la más visible. Hay otra, tan desgastante como esta, aunque sus efectos no se manifiesten del mismo modo. Es la inflación de la palabra. Ambas tienen una matriz en común. La inflación económica sobreviene cuando el dinero pierde valor y es cada vez mayor la cantidad necesaria para adquirir los mismos bienes o servicios. Hasta la primera Guerra Mundial (1914-1918) las monedas del mundo se regían por el patrón oro. Los países solo podían emitir una cantidad de moneda equivalente a sus reservas en oro. Las monedas solo tenían circulación interna y las transacciones internacionales se hacían en oro o en una única moneda, considerada fuerte, como era la libra. Para no perder reservas los países hacían que sus monedas no fueran convertibles a las de otra nación. El sistema se suspendió durante la guerra y, pese a algún intento, ya no volvió a regir en el orden internacional.

Hay consenso en que una leve inflación (alrededor de 2%) mantiene activa a una economía. La demanda estimula la producción de oferta, hay márgenes de ganancia razonables (y no rapaces), que permiten a las empresas reinvertir y generar empleo. La inflación controlada y aceptable, como la llamaba el economista británico John Maynard Keynes (1883-1946), cuyas ideas inspiraron el Estado de Bienestar y marcaron a la economía moderna, impulsa a comprar más productos hoy porque mañana costarán algo más. Se pueden hacer previsiones respecto del dinero y el proceso productivo se mantiene activo. La producción descontrolada y la estructural (como la argentina) hace que se compre cada vez menos y que el dinero rescatable se dedique a buscar refugios seguros, como el dólar, monedas fuertes, bonos, etcétera). El dinero sale del circuito productivo y vale cada día menos. Abundan la desconfianza, la incertidumbre, la sensación de que nada vale nada, aunque todo sea más caro cada vez.

Hoy estamos en riesgo de que a la inflación económica se le sume la de la palabra

 

Algo similar ocurre con la palabra. Ella, como la moneda, necesita un respaldo fuerte. La palabra es una extraordinaria creación humana destinada a la comunicación. Gracias a ella podemos nombrarnos, describir el mundo, expresar sentimientos y emociones, articular ideas y pensamientos. Su nacimiento y desarrollo no fueron inmediatos. El lenguaje tal como lo conocemos hoy se desarrolló a lo largo de miles de años (se estima que los últimos ocho o diez mil). Para nuestra experiencia en la vida, solo lo que puede ser nombrado existe. Ni amor, ni elefante, ni mesa, ni hermano, por traer arbitrariamente algunos vocablos, podrían ser parte de nuestro sentimiento o conocimiento sino pudiéramos definirlos con una palabra que luego puede abrirse a otras que la complementen.

La palabra nos saca de lo que el gran pensador alemán Erich Fromm (1900-1980), autor de “El arte de amar”, llamaba “separatidad”. El sentirse único y separado de otros. Esta sensación aparece cuando dejamos de ser bebés y nos descubrimos como individuos independientes, ya no como parte del cuerpo materno y familiar. La “separatidad”, grado importante en la evolución de la conciencia, también angustia. Nos impulsa a reencontrarnos con el otro como seres autónomos. Y allí la palabra es un puente esencial. Si no la emitimos con respaldo, se devalúa y luego, por mucho que se hable, queda poco por decir y nada para creer.

El respaldo de la palabra son las acciones. En la emisión de la palabra no basta con la boca o con la mano, si es por escrito, así como no basta imprimir un billete para que este tenga valor. Cuando circulan demasiadas palabras no respaldadas por acciones, por actitudes, por conductas, se genera una inflación que corrompe la comunicación, el diálogo y que termina por erosionar a la verdad.

EL RESPALDO AUSENTE

Hoy estamos en riesgo de que a la inflación económica se le sume la inflación de la palabra. Todos los días somos desbordados por acontecimientos que van desde la discusión acerca del aborto legal hasta los cuadernos que dejan al desnudo el cáncer de la corrupción, desde anuncios económicos incumplidos hasta especulaciones electorales extemporáneas. Las voces que analizan, anuncian, comentan y predicen alrededor de estos hechos se superponen hasta aturdir y hacerse ininteligibles. Se preanuncian cosas que no ocurren, se oyen discursos que sus mismos emisores desmienten con sus actos, se tergiversan significados y, por ejemplo, se le llama “arrepentimiento” a la confesión por conveniencia de una inmoralidad, o se llama “turbulencia” a un tsunami económico social. Donde se promete felicidad florece la desazón, las pruebas de delitos se acumulan hasta la saciedad sin que asomen las sanciones. Las palabras se emiten sin respaldo, remplazan a los hechos, producen su propia inflación. Inflación de palabras significa desconfianza, descreimiento, impotencia. Cuando todos pueden decir o prometer cualquier cosa sin respaldarla moralmente, nada vale. Y devaluamos una de las más preciosas herramientas de la convivencia humana. Razón de más para hablar menos, actuar mejor, honrar con acciones a la verdad, no mentir, no prometer en vano, honrar la coherencia y, en suma, saber que el valor de la moneda no está desligado del valor de la palabra.

 

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