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Un retrato de la autora argentina fallecida en febrero pasado y cuya obra desborda calidad, fantasía y lucidez
ADRIÁN FERRERO
La obra de Liliana Bodoc (Santa Fe, 1958-Mendoza, 2018), recientemente fallecida y autora que sus lectores y lectoras echamos de menos, se proyecta con potencia hacia límites insospechados. Sin descuidar asuntos vinculados a la realidad latinoamericana y concretamente argentina, realiza modelizaciones de esos temas a través de tramas argumentales pasadas por el tamiz de una radical imaginación y, en otras ocasiones, de la fantasía. Pero siempre con una convicción que no está reñida con la sutileza.
Simultáneamente, su prosa nunca se abandona a la negligencia o a un espontaneidad que podría resultar incluso disonante, como en ciertos casos. Tampoco al ruido. Muy por el contrario, una poesía indudablemente inherente a su poética (ella confesó volver una y otra vez a los poetas como fuente de alimento y hay una pasión selectiva en cada frase) se observa en las entrelíneas de una prosa que me atrevería a adjetivar francamente de lírica.
Sofisticada y delicada sin por ello dejar de lado la problemáticas urgentes como las de la violencia, la discriminación, el sexismo, la infancia desprotegida, el racismo, la defensa de la ecología y, ya en el marco de sus ancestros literarios, una severidad crítica sin precedentes hacia esos modelos de los que se nutrió. Con una mirada inteligente, velozmente detectó en J.R.R.Tolkien (de quien reconocía incuestionables deudas) una poética patriarcal y eurocéntrica, según lo declaró en una entrevista. Sin embargo, no dudaba en cambio en abrazar el pacifismo, la reivindicación de los derechos de las mujeres y el ecologismo de escritoras como Ursula K. Le Guin, la narrativa de imaginación de Borges, entre otros referentes del género fantástico, la fantasía y la ciencia ficción de quienes se alimentó su arte.
La literatura de Bodoc roza siempre el cruce entre códigos y la variedas de géneros
Justamente se dio a conocer como una gran revelación en la literatura argentina gracias a la Saga de los confines, integrada por Los días del venado (2000), Los días de la sombra (2002) y Los días del fuego (2004). Libros de épicas fantástica en los que, mediante historias hábilmente entramadas, trazaba los avatares de un universo autónomo pero al mismo tiempo con referentes claramente anclados en el continente americano. Me confesó, en una entrevista por escrito, que escribía en un cuaderno esquemas con las líneas argumentales de sus sagas para no extraviarse en esa complejidad narrativa. En esa misma entrevista, afirmó que concebía a la literatura como un acto eminentemente libertario.
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La literatura infantil de Bodoc, en otros casos orientada también a la juvenil, roza siempre el cruce entre códigos: el cómic con el discurso literario (en Diciembre, Súper Álbum, 2003), el discurso dramático con la prosa (en La visita, 2012). Sin dejar de mencionar su libro Sucedió en colores (2004) en el que en cada cuento se presentan nombres, situaciones, conflictos y personajes en los que hay una dominancia de un color en particular, formando un mosaico o, en todo caso, un pintura realizada con pinceladas de palabras. Nuevamente aquí un cruce de lenguajes.
Su libro Presagio de carnaval (2008), al igual que El espejo africano (2008), refieren historias de quienes, en un país a los que los personajes, mediante la fuerza o por desesperación, llegan a otra patria se ven en posición de ser sujetos prácticamente marginales, subalternos o agredidos. Y en esa situación de precariedad en el mundo se encontrarán con quienes atropellarán sus derechos y procurarán atentar contra su libertad. Liliana Bodoc, una vez más, apuesta al respeto y a exhibir la violencia contra sujetos con dignidad, la que procuran a toda costa mantener, pero sin poder para actuar.
También cultivó la novela histórica, en El rastro de la canela (2010), y lo hizo con una mirada crítica además de revisionista de ciertos patrones hegemónicos respecto de quienes interpretaron la suerte de los protagonistas de esa hazaña. En ella sus personajes principales son un mulato y una mujer que rompe con todos los moldes de género impuestos por la sociedad de su tiempo quienes entablan una historia de amor casi clandestina. Entramada con acontecimientos contextuales de existencia constatable, Bodoc urde una trama así llamada romántica (pero no rosa) en el marco palpitante de la Revolución de Mayo.
Hasta llegar a una pieza particularmente delicada que se atrevió a concebir y afrontar con valentía, porque sabía que sería sin duda vista con buenos o malos ojos por distintos sectores de la sociedad según las respectivas ideologías. Aún así tomó posición de modo valiente con su libro El perro del peregrino (2013), narrando la historia de Jesús durante los años previos y durante su crucifixión a través de la voz de su pequeña mascota: el perro Miga de león.
Jamás abandonó el orgullo de inscribirse en una tradición nacional y latinoamericana que se nutría, como dije, de la gran lírica en lengua española muy especialmente, pero también del legado de toda la prosa de imaginación y fantasía del mundo entero con lo que estamos ya frente a una autora que realiza una operación de síntesis de tradiciones y en ningún momento descuida sus raíces pero, simultáneamente, no queda reducida a nacionalismo provinciano. Por el contrario, con una pasión cosmopolita, neutraliza sus notas más retrógradas y aclimata ese legado a un continente castigado. Fue una figura, si se quiere, insular dentro de la literatura argentina. Con la excepción de Angélica Gorodischer (y sólo en una etapa de su producción) la fantasía épica no había sido cultiva en forma tan sostenida por ningún otra autora o autor y abordado tal variedad de de otros interlocutores de diversas edades. Sí, en cambio, nuestra literatura conoce ricos ancestros de literatura fantástica, de Borges a Silvina Ocampo, de Bioy Casares a Juan Rodolfo Wilcock, entre muchos otros.
La autora constituye uno de los puntos culminantes de la literatura en lengua española
Alentada por una insobornable ética humanista, por valores inconformistas, un inmenso respeto por el disenso y abogando por la tolerancia (lo que vale por decir que ante todo era una defensora a ultranza de los derechos de todas las personas por pensar, hablar y actuar distinto), no se ausentó de posiciones inconformistas pese a que la suya no fue jamás una literatura precisamente panfletaria ni denuncia. Diera la impresión, en cambio, de que se posicionaba respecto de puntos de vista acerca del mundo de a través de darle una peculiar forma ideológica a su ficción, siempre bajo una forma estéticamente cuidadosa.
En verdad creo que la escritora Liliana Bodoc constituye uno de los puntos culminantes de la literatura en lengua española. No sólo la de la de fantasía. Tampoco sólo la infantil o juvenil. Tampoco sólo argentina. Hay en ella una visión totalizadora del ser humano en todas sus etapas, en todas sus atributos y en toda su riqueza. Ella quiso respetar esos matices y lo hizo sin violencia ni prepotencia. Se la echa de menos y uno regresa a sus libros, una y otra vez, esperando reencontrarse con su mirada límpida y su vocación de respeto. Su legado está allí, magnífico, espléndido, intachable. Además de la herencia de una congruencia total entre el escribir, el actuar y el pensar. Así será recordada.
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