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Séptimo Día |“El mundo rural argentino de la actualidad está esperando a su Homero”

La literatura sin paisaje

La desaparición del medio natural en las obras del siglo XXI. El nuevo sistema “antrópico”. Sara Gallardo, Saer, Dal Masetto, los últimos que resignificaron a la naturaleza. Testimonio del novelista Juan Simeran Pág. 2

La literatura sin paisaje

Sara Gallardo

23 de Septiembre de 2018 | 03:36
Edición impresa

MARCELO ORTALE
marhila2003@yahoo.com.ar

Hace ochenta años, poco antes de la Segunda Guerra Mundial, escribió Miguel Hernández estos versos: “Se ha retirado el campo/ al ver abalanzarse/ crispadamente al hombre”. Tal como lo han dicho los estudiosos, acaso sin saberlo el querible “pastor de la Luna” definió desde la poesía el cambio de época: el paisaje se retiraba de la literatura y le dejaba paso al impulso vehemente de la acción humana. El poema de Hernández incluido en “El hombre acecha” sigue con un concepto similar: “¡Qué abismo entre el olivo/ y el hombre se descubre!”…y el olivo es emblema de la paz.

Joyce en la novela y muchos otros intelectuales como Hernández detectaron que se había iniciado el período “antrópico” de la historia, que en materia literaria se extiende hasta hoy.

Un mero diccionario es claro sobre el significado de antrópico: “El ser humano en la mayoría de las veces realiza acciones que desequilibran lo natural, originando algo llamado sistema antrópico, el cual está integrado por una serie de elementos que van de la mano con el desarrollo tecnológico, urbanístico, industrial y cultural de la sociedad”.

En un planeta cruzado por aviones, vías férreas, autopistas, con represas hidroeléctricas, poblado por ciudades inmensas, donde lo que más importa hoy es la materialidad y mantenerse en ella, ¿qué intelectual podría rescatar el paisaje, la presencia de los hoy llamados recursos naturales –antes la Naturaleza- en sus escritos? La respuesta racional sería “ninguno”. Sin embargo, el debate entre ambos extremos se mantiene abierto y podrían estar empezando a correr épocas que revaloricen el ambiente.

Tal como dicen los teóricos: lo antrópico es “distópico” y lo distópico es lo que se opone a la utopía. ¿Qué mundo imaginario podría enhebrarse hoy bajo forma literaria, que no sea distópico? ¿Qué autor puede animarse a proponer una revalorización del paisaje natural, a menos que esté dispuesto al categórico fracaso público de su obra?

La literatura de la relación del hombre con la naturaleza no se cortó de golpe

La literatura actual parece mirar con ojos más benévolos la violencia de los centros urbanos

 

En la copiosa nómina de “datos precursores” de nuestra modernidad, los especialistas inscriben también la pintura y la música abstractas, es decir a la plena contemporaneidad desembarazada de todo paisaje que no sea el que dictan la conciencia o subconciencia agónicas.

En el aquí y allá de la historia reciente pueden rastrearse señales muy claras, como en este pequeño poema de Antonio Machado –“El ojo que ves no es/ ojo porque tu lo veas/ es ojo porque te ve”- un proverbio que origina cambios definitivo en la perspectiva. Allí muere el protagonista romántico -rodeado de paisajes naturales que acompañan- y nace el hombre despersonalizado y moderno, han dicho los especialistas.

LOS INTERMEDIOS

En la literatura la relación del hombre con la naturaleza no se cortó de golpe. Durante décadas –y también hasta ahora- hubieron escritores que buscaron sublimarse frente al dilema. En las tres últimas décadas surgieron en la Argentina novelistas como Sara Gallardo, Juan José Saer o Antonio Dal Masetto en donde el paisaje vuelve a figurar como decisivo telón de fondo. No hay posibilidad de entender las obras de estos escritores sin valuar el entorno natural que las rodea. En 2004, Leopoldo Brizuela escribió sobre la “arrasadora melancolía” de los escritos de Sara Gallardo y acerca del “incomparable lirismo con que describe el paisaje pampeano y su omnipresente crueldad”. Ello, más allá de las rupturas de Gallardo con un “paisajismo” literario pasado de moda.

Tampoco los críticos dudaron de la estrecha relación con la naturaleza que se advierte en la obra del ítalo-argentino Dal Masetto, fallecido hace poco, autor que espera reconocimientos mayores.

Existen escritores-poetas, como Borges, García Lorca y Raúl González Tuñón (para ir bien arriba) que compusieron magníficas síntesis. Acá la lluvia vista por Borges: “Bruscamente la tarde se ha aclarado/ Porque ya cae la lluvia minuciosa./ Cae o cayó. La lluvia es una cosa/ Que sin duda sucede en el pasado.”

Acá la lluvia de García Lorca: “Es la aurora del fruto. La que nos trae las flores/ y nos unge de espíritu santo de los mares./ La que derrama vida sobre las sementeras/ y en el alma tristeza de lo que no se sabe./ La nostalgia terrible de una vida perdida,/ el fatal sentimiento de haber nacido tarde,/ o la ilusión inquieta de un mañana imposible/ con la inquietud cercana del color de la carne.”

Acá la de González Tuñón: “Entonces comprendimos que la lluvia también era hermosa./Unas veces cae mansamente y uno piensa en los cementerios abandonados. Otras veces cae con furia, y uno piensa en los maremotos que se han tragado tantas espléndidas islas de extraños nombres./ De cualquier manera la lluvia es saludable y triste.”

SIN PAISAJE

El novelista Juan Simeran vive buena parte de su vida en lo profundo de la zona rural de Abasto y desde allí asegura que “el paisaje natural prácticamente desapareció de la literatura actual de nuestro país”, a excepción de novelas distópicas, en las que se lo resignifica. Al paisaje “se lo mira con indiferencia o desconfianza”, asegura.

Menciona y analiza últimas publicaciones desde 2013 en editoriales de primer nivel: “A modo de ejemplo, transcribo un párrafo del libro “La máquina de rezar” de Bob Chow (2017), uno de los autores más prolíficos de estos últimos años. Dice Ron Tudor, el personaje de Bob Chow: “Mirando la campiña bretona por la ventanilla del tren pienso en la imagen negativa que tengo del paisaje agropecuario argentino. Parcelas recortadas en formas euclidianas, monocultivos, agrotóxicos, palurdos, asado y vino tinto, festivales folklóricos. Agreguémosle semillas de Monsanto al plato y ya tenemos una correcta descripción del infierno”

De la novela “Una muchacha muy bella”, de Julián López (2013), autor que se está manteniendo en los rankings de libros más vendidos con la novela que sacó este año, menciona lo que dice el niño protagonista: “Todo en el campo parecía de una pobreza agrisada, mucho más chico que lo que se escuchaba en los relatos de mi tío, mucho más perdido en el paisaje exageradamente extenso, mucho menos colorido. Un hombre tiene que conocer su suelo, retumbaba en la cabeza el consejo grave de mi tío, pero ese no era mi suelo, mi suelo era el parquet desvencijado de mi cuarto, y en este suelo un peón de campo le abría la panza a un animal idiota, a cuchillazo limpio”.

La literatura actual “parecería mirar con ojos más benévolos la violencia imperante en ámbitos de apiñamiento urbano que la necesaria para lidiar con una naturaleza indómita”. Alude luego a la aparición de algunos autores –como Sara Gallardo, Belgrano Rawson, Silvia Iparaguirre, Antonio Dal Masetto o Di Benedetto- que desarrollaron ópticas en la que los espacios naturales, ya sean estepas, ríos o montañas, parecían el último refugio de una utópica posibilidad de plenitud, “mientras que los hippies abandonaban Plaza Francia para irse a vivir a El Bolsón”.

Menciona luego la publicación de otras novelas, como “Quem” de Ariadna Castellarnau, con un paisaje arrasado aunque descripto en estilo deslumbrante: “El Rey del Agua” de Claudia Aboaf que transcurre “en un Delta rebosante de agua, en medio de un mundo árido”. Y concluye con “Los que duermen en el polvo”, de Horacio Convertini (2017), que “instala en una Buenos Aires sitiada, paisajes propios de los mangrullos del siglo XIX, siendo reemplazados los malones de indios por hordas de zombies come-hombres. En la zona de Río Gallegos, una suerte de Línea Maginot tras la que se refugia lo que queda de país civilizado, hay playas con nombres como “Palermo Aike”, y vaya si con eso Convertini no pinta de forma inmejorable el paisaje posapocalíptico. Indudablemente, el paisaje rural argentino del inicio de siglo XXI está esperando su Homero. O, por lo menos, un Mansilla, que quiera y pueda darnos títulos como “Una excursión a los quinteros platenses”.

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