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Séptimo Día |“LAS DOS MUERTES DE EVARISTO LÓPEZ”, PUBLICADA EN MADRID

Tienen mala letra, pero son buenos escritores

Médicos platenses que también sobresalen en la literatura. La sorprendente novela de Rubén Laguens, sobre la clonación como terapia para el Parkinson. Los casos emblemáticos de Favaloro y de otros profesionales de la Ciudad

Tienen mala letra, pero son buenos escritores

René Favaloro

MARCELO ORTALE
Por MARCELO ORTALE

28 de Abril de 2019 | 08:11
Edición impresa

Se sabe que muchos médicos tienen mala letra, pero acaso se conozca menos el hecho de que hay entre ellos muy buenos escritores. En el mundo abundan los ejemplos (Chejov, Conan Doyle, Pío Baroja, Rabelais, Keats, Schiller, Marañón, Somerset Maugham y, de los nuestros, Eduardo Wilde, Ricardo Gutiérrez y Baldomero Fernández Moreno, entre muchos otros). Según explican, la cercanía de la medicina con la vida y la muerte, así como el cotidiano contacto con la condición humana enfrentada a sus límites, les dan sólido basamento a esta relación.

Se habla de textos no médicos, de obras de ficción, novelas, cuentos, memorias, trabajos filosóficos, ensayos o poesías, cuyos autores, retirados o no de la medicina, se instalaron con autoridad en el reino de la literatura.

Este fenómeno se presenta desde hace décadas en La Plata, en donde una verdadera legión de médicos de distintas especialidades ha producido obras literarias de relieve. La más reciente ahora –y por cierto que sorprendente, por su argumento y desarrollo- es la novela “Las dos muertes de Evaristo López” (Editorial Algarve, Madrid, 2018), de Rubén Laguens (1935), profesor universitario e investigador científico especializado en la biología de las células troncales.

Más allá de sus centenares de trabajos científicos publicados en revistas médicas del país y del exterior y de cinco libros médicos, uno de ellos en inglés, con ediciones que superaron los veinte mil ejemplares, Laguens escribió dos novelas antes de la mencionada. Ellas fueron “La muerte de las cuatro mujeres con nombre de flores” y “Crímenes inútiles”.

FAVALORO Y MUCHOS MAS

Acaso el nombre de René Favaloro resulte el más emblemático para explicar esa íntima relación entre los oficios del médico y del escritor. De formación cívica y humanista, madurado en las aulas del colegio Nacional y de la Universidad platenses, fue un apasionado de la historia, de la cultura y de la educación argentinas, a las que dedicó horas y muchas de sus investigaciones, sin haber dejado de ser un médico de relevancia universal.

Favaloro dijo siempre tener en su haber las enseñanzas literarias y filosóficas de profesores como Henríquez Ureña, Martínez Estrada, Marasso y muchos otros. Se apasionó por la historia y escribió dos consistentes libros de investigación sobre José de San Martín, memorias rescatables como “Recuerdos de un médico rural”, ensayos como “De la Pampa a los Estados Unidos” o “Don Pedro y la educación”, dedicado a su viejo profesor del Nacional, Pedro Henriquez Ureña.

En ese libro escribió Favaloro: “A mi entender lo que más debe preocuparnos es volver a despertar en los niños y en los adolescentes los valores esenciales, sin los cuales poco importa su capacitación técnica o profesional. Es indudable que la única manera posible es por medio de una sólida formación humanística. Una vez más, entendámonos bien, como lo estableció con claridad don Pedro Henríquez Ureña: humanismo militante con profundo contenido social en defensa de la libertad y la justicia. La educación estará permanentemente centrada en la búsqueda del hombre libre, abierto a los cuatro vientos del espíritu”.

Pero como se ha dicho, existe una legión de médicos en La Plata que compusieron obras literarias de excelencia, con recuerdos y meditaciones imperdibles. Entre muchos otros, cada uno de los cuales merecería capítulos aparte, puede mencionarse a José Alberto Mainetti, Martín Sempé, Leopoldo Acuña, Rodolfo Cosentino, Rodolfo Romero, Horacio Alberto Urbañski, Federico Christman o Frutos Ortiz este último de Brandsen, pero con larga actividad y presencia en nuestra ciudad. Son inevitables las omisiones en esa lista.

Existe una legión de médicos en La Plata que compusieron obras literarias de excelencia

 

LA FICCION

Laguens cuenta en su novela la historia de Evaristo López, un hombre de enorme riqueza que enferma de Parkinson y que logra curarse mediante un trasplante ilegal de neuronas de un feto clonado con sus genes.

En la trama digna de un film contemporáneo, temas como la clonación, utilizada allí con fines terapéuticos; la inversión de capitales en esa fórmula por parte de empresas internacionales interesadas en el desarrollo de una terapia neuronal y la subsiguiente degradación comercial en que deriva ese interés, seguido por el del poder político que quiere aprovecharse de semejante y mágica herramienta; el montaje de una práctica médica sólo accesible -y cada vez más, en este caso- para ricos; el hecho sorprendente y hasta conmovedor de que dentro del propio personaje, a partir de la intervención médica, va creciendo como un ser en espejo, pero más joven; las fronteras éticas del trasplante o los límites entre la vida y la muerte, cada vez más traspasados por la medicina, forman parte del discurso de esta novela fascinante

“Me llamo Evaristo José López Méndez y tengo casi sesenta y cuatro años. Soy el hombre más rico y uno de los más poderosos del país. Poseo una corporación naviera, una petrolera, una gran empresa metalúrgica, fábricas en los cinco continentes, bodegas, cinematógrafos, además de varios miles de hectáreas en lo mejor de la pampa húmeda”, dice el protagonista al presentarse. Para añadir que todo eso no le sirve para solucionar lo que le pasa y lo que le pasa es una enfermedad, la del Parkinson. Allí empieza la trama.

En la novela un médico amigo le cuenta que existe una alternativa, en grado de experimento: “Así me enteré que un grupo de científicos había implantado células nerviosas de fetos humanos en la zona dañada del cerebro de pacientes con mi enfermedad. En algunos casos habían tenido éxito, con una mejoría notable”.

El director de ese proyecto le asegura: “Este es un gran avance para la ciencia. Cuando se disponga de neuronas cultivadas, obtenidas de embriones humanos, la curación de la enfermedad de Parkinson y quizá la de otras enfermedades cerebrales, como la de Alzheimer, será posible”. La trama sigue y profundiza en esta alternativa que entrevera la ficción con la realidad, tal como pareciera ocurrir con la ciencia médica actual acicateada y desafiada por adelantos tecnológicos.

DEFINICIONES

“La ciencia es neutra desde el punto de vista ético. Todo depende de cómo se la usa”, dice ahora Laguens, tomando un café durante la entrevista en un bar de City Bell. Amigo de Favaloro e integrante de la fundación, sostiene que “no hay límites para el trasplante, ya se están produciendo órganos artificiales”. Reseña que fue el primer patólogo que estudió el tema del trasplante al iniciarse la década del 80.

Los médicos piden que todos hagamos buena letra, pero ellos escriben recetas ilegibles

 

¿Cuál es el límite de la clonación? “Toda clonación es factible, pero lo que debería resolverse primero es para qué hacerla”. En el caso de los trasplantes, se le pregunta cuándo un ser humano dejaría de ser él mismo, en la medida en que fuera trasplantando todos sus órganos: “En mi opinión, cuando se le trasplante el cerebro. Allí dejaría de ser el que es y pasaría a ser otro”.

La vida de Laguens no deja de asombrar. Aprendió a leer a los 3 años de edad: “estuve enfermo, muchos meses quieto en la cuna. No había televisión, no había nada entonces. Entonces mi abuela, que era maestra, para distraerme me enseñó a leer”. Lo cierto es que luego se graduaría de bachiller a los 15 años de edad después de haber dado tres años libre y se recibiría de médico a los 21, en un ciclo que completó en la Anexa, el Nacional y la UNLP.

Laguens pintó toda la vida, al acrílico y al óleo. Pero hace doce años decidió escribir y ya lleva tres novelas. El libro que lo impresionó desde chico –lo leyó antes de los diez años- fue “Los tres mosqueteros”, de Alejandro Dumás. Admira a dos escritores contemporáneos: a Andrea Camilleri, autor de la serie sobre el Comisario Montalbano y al novelista japonés Haruki Murakami.

Dice que el gusto literario le llegó a partir de haber escrito centenares de trabajos médicos y de haber aprendido a corregir sus trabajos. Aquí quiere mencionar al corrector de una de las editoriales de esos libros científicos que “me corrigió cosas y me enseñó a escribir: ese corrector se llamaba Julio Justo y era hijo de Alicia Moreau de Justo”.

LA LETRA

Los médicos piden que todos hagamos buena letra, pero ellos no la hacen y escriben recetas ilegibles. Tienen por lo general una pésima caligrafía. En los Estados Unidos, donde hay estadísticas para todo, un sondeo realizado por la Academia Nacional de Medicina Norteamericana hace pocos años determinó que más de 7.000 pacientes morían al año víctimas de los horrores caligráficos en las recetas escritas por sus médicos. Y que hasta un millón y medio de pacientes sufrieron lesiones y otras consecuencias debido a errores en la medicación, causados por la pésima letra de los galenos.

Mala letra que se atribuyó en ese estudio a un problema de disfuncionalidad originada en el exceso de escritos a los que se ven obligados los médicos, desde sus épocas de estudiantes, algo que deriva una degeneración caligráfica gradual.

Muy bien, tendrán mala caligrafía. Pero escriben buenas obras literarias. Además ahora están las PC. Laguens cuenta que escribió a mano, a máquina y después con la PC. Pero que ahora lo hace dictándole con la voz a un ordenador digital. La buena letra, la más imperecedera, no es un mero dibujo ni sale de las manos.

 

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