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Séptimo Día |FRIEDRICH NIETZSCHE

El martillo de la verdad

A través de sus ensayos tempranos, el filósofo explora la voluntad de poder y, como un científico, analiza la sangre de la mentira

El martillo de la verdad

Los ensayos tempranos de nietzsche abren una ventana a su mundo/web

GABRIEL RODRÍGUEZ MOLINA

21 de Julio de 2019 | 10:40
Edición impresa

Si Thor, el rey del trueno, representó en los antiguos nórdicos el Dios de la fuerza, capaz de martillar sobre el destino de los Vikings y derramar justicia en las batallas, para Nietzsche, ese trueno, ese brazo agitador que convulsionó al ser, que lo empujó hacia la búsqueda del “bien” y hasta los límites de la existencia, fue la verdad.

En “Contra la verdad (Ensayos tempranos)” -publicado por Rara Avis en edición bilingüe (español/alemán) en julio del año pasado, con traducción de Matías Pizzi e introducción de Virginia Cano-, su obsesión por la voluntad de poder destila su conocido espíritu ominoso, atormentado, intuitivo, degenerado. Y se añade a su estilo entonces, su asedio por la verdad y la interpretación: “El mundo que en algo nos concierne, es falso, es decir, no es un hecho, sino una invención, un redondeo a partir de una magra suma de observaciones, está siempre –fluyendo- como algo que deviene, como una falsedad que continuamente vuelve a trasladarse, que no se acerca nunca a la verdad: porque no hay –verdad-” (Fragmentos póstumos, otoño de 1885)

¿Por qué no querer la no verdad? ¿Qué nos propicia la verdad a nosotros, seres linealmente temporales, adeptos a una visión material de la vida? Hacer pensables las cosas. Ahora bien ¿Se puede pensar todo lo que existe? ¿Cabe en la capacidad humana develar en la totalidad la sombra de la verdad? ¿De dónde nace esa voluntad? ¿De qué célula? ¿Qué órgano secreta esa hormona?

El llamado Loco de Turín, a través de su prosa, invoca a la transvaloración de-constructiva de la voluntad de verdad que deviene en la voluntad de poder. La pulsión de la vida (y de la muerte) subyace de la misma, se posiciona más allá del bien y del mal con la tenacidad de un trueno.

En Nietzsche la verdad ni siquiera constituye la nada. No existe. Se prohíbe habitarla. La vida es interpretación de los hechos. Hay tantas “verdades” como interpretaciones posibles. Hay tanta sangre derramada como cuerpos. Se añade en este caso, ya que no se puede nombrar aquello que no existe pero sí lo que ha nacido de su espejo, la mentira.

La no-verdad es condición de vida. Esa idea segrega el corpus nietzscheano. La idea de la sospecha corrosiva. El ocaso de los ídolos. La interrogación de la época. La pregunta al lenguaje, a su monstruoso poder. Se lee “¿Qué es entonces la verdad? Un ejército en movimiento de metáforas, metonimias, antropomorfismos, en suma, un cúmulo de relaciones humanas que han sido realzadas, trasladadas y adornadas, poética y retóricamente, y que, después de un uso prolongado, un pueblo considera firmes, canónicas y vinculantes. Las verdades son pues ilusiones de la que se ha olvidado lo que son, metáforas gastadas que han perdido su fuerza sensual …”

Se ha enquistado, en el cauce de la voluntad de poder, el yo. La identidad que, como una fortaleza, tabica sus peldaños sobre el Otro. Sigue Nietzsche acentuando la debilidad, la necesidad de la máscara “El intelecto como medio de conservación del individuo, desarrolla sus principales fuerzas a través del simulacro” ¿Somos mera superficie? ¿Nos conocemos a nosotros mismos? Continúa la deriva. Todo luego devendrá de esa pregunta que enhebrará la columna vertebral del ensayo “Clasificamos cosas en géneros, marcamos el árbol como masculino, la planta como femenina ¡Que designaciones tan arbitrarias! ¡Que preferencias unilaterales!”

Los ensayos, escritos entre 1872 y 1873 (El filósofo anti-platonista, quién supo ser enfermero en la guerra Franco-Prusiana, nació en 1844 y falleció en 1900) develan la manera en que nuestros saberes producen un modo de vida. Como el ser humano produce, siempre produce. Produce verdad. Produce mentira. Produce tiempo. Produce sentido. Produce vida. Produce muerte. Pobreza. Escarmiento. Desazón. Tempestad. Poesía.

Dice el libro: Serán “la vida”, “la voluntad de poder” y la “organización” y “sistematización” de mundos (y de cuerpos) lo que aparecerá como el centro de gravedad de las reflexiones nietzscheanas. Y otra pregunta que se intuye: Si la verdad ha quedado como un residuo de la metáfora; el artificio humano ¿Tiene límites?

Los ensayos develan la manera en que nuestros saberes producen un modo de vida

 

En la cámara de su conciencia, Nietzsche, que hizo de la vida su materialidad, se supo encerrado. Encerrado en un cuerpo enfermo, en el piano que tocaba sin parar. Encerrado en una bruma de destrucción. En un cosmos sin génesis. En un pueblo sin intuición. En -Sobre el Pathos de la verdad- (Escrito en las vísperas de la navidad de 1872. Alrededor de 1890 el filósofo entraría en un oscuro cono de sombras) comienza preguntándose con cierta retórica “¿Es realmente la gloria tan solo el exquisito bocado de nuestro egoísmo?” Y continúa desmenuzando uno de los elementos de la voluntad de poder “En la eterna necesidad de esta rarísima iluminación para todos los venideros, el ser humano distingue la necesidad de su gloria. En el extracto y la encarnación de su esencia más propia, y así cree él ser inmortal.” Aparece, entonces, en el ser, su propia condena. La noción de inmortalidad. Diría Borges, en el primer cuento del Aleph, sobre la Ciudad de los Inmortales “Esta ciudad (pensé) es tan horrible que su mera existencia y perduración, aunque en el centro de un desierto secreto, contamina el pasado y el porvenir y de algún modo compromete a los astros. Mientras perdure, nadie en el mundo podrá ser valeroso o feliz.” El hecho de pensar la inmortalidad nos hace infelices. Saber de la muerte nos quita nuestro andar baladí.

La maquinaria nietzscheana de desmontaje de la (voluntad de) verdad engrana sus piezas extra-morales a través de su poética ósea. Una por vez. Lo hace con sudor. Con torpeza. Con el brutalismo sensible de la palabra. Exuda, de sus manos, la necesidad del hombre que frente al abismo sueña con despertar ¿Dónde se esconde la esencia de las cosas? Eso se pregunta Nietzsche. En las palabras no, responde. Tampoco en el lenguaje ¿Existe tal cosa? Si existe ¿Seremos nosotros, humanos, demasiados humanos, capaces de percibirlas? ¿Será esa revelación la instancia de la muerte?

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