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Toda la semana |LA CASA DE LOS GRIMALDI

Glamour y ausencias: Fiesta Nacional de Mónaco

El principado conmemoró este día con celebraciones austeras en el contexto de la pandemia de COVID sin dejar de mostrar su mejor cara al pueblo. Claro que no estuvieron todos presentes

Glamour y ausencias: Fiesta Nacional de Mónaco

Parte de la familia real de Mónaco en la ceremonia de la fiesta nacional

VIRGINIA BLONDEAU
Por VIRGINIA BLONDEAU

29 de Noviembre de 2020 | 09:19
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Así como cada 19 de noviembre celebramos un nuevo aniversario de la fundación de La Plata, muy lejos, del otro lado del Atlántico, el segundo país más pequeño del mundo, se engalana también en esa fecha con banderas rojas y blancas para celebrar su Fiesta Nacional.

Mónaco tiene una superficie total de 2 km², de modo que es 15 veces más chica que La Plata. Sin embargo, mientras que nuestra densidad de población es de 6.400 habitantes por km², en Mónaco se apiñan, en esa misma superficie, 19.200 personas.

Mónaco es, en verdad, un principado; una monarquía parlamentaria cuyo jefe de estado, en lugar de ser un rey como en la mayoría de los países europeos con esa forma de gobierno, es un príncipe. En sutiles términos de precedencia, digamos que los soberanos monegascos se sentarían en la segunda fila por ser Altezas Serenísimas mientras que a Felipe de España le correspondería la primera por ser Alteza Real, que tiene más “categoría”.

El 19 de noviembre es el aniversario de La Plata y Mónaco tiene su Fiesta Nacional

 

Es verdad que tanto Rainiero como Alberto, los monarcas más recientes, han logrado posicionar mejor al principado dentro de la élite que conforman las casas reales reinantes pero recordemos que cuando, en 1956, el príncipe Rainiero desposó a la actriz estadounidense Grace Kelly, no asistieron ninguna de las familias reinantes y la única figura destacada presente fue la reina Victoria Eugenia de España que en realidad ya era ex reina y vivía en el exilio. Muy diferente fue la situación en 2011 cuando Alberto, el actual soberano, se casó con la nadadora olímpica sudafricana Charlene Wittstock ante la presencia de representantes de todas las casas reales excepto, curiosamente, la española.

Y no es que los Grimaldi fueran unos advenedizos. De hecho gobiernan en Mónaco desde el 1200 cuando Francesco Grimaldi y sus secuaces, disfrazados de monjes, penetraron en el poblado y usurparon este peñón de ubicación privilegiada frente al Mediterráneo. Eso sí, nunca estuvieron tranquilos. Fueron invadidos, anexados y amenazados durante casi toda su historia por Francia e Italia. Incluso en algún momento pertenecieron al reino de Cerdeña pero siempre se defendieron con uñas y dientes por más que el resto de Europa los haya considerado unos flojos.

Recién a principios del siglo XIX lograron cierta independencia aunque para ello tuvieron que ceder gran cantidad de territorio. Y, para colmo, el territorio más fértil. Así fue como Mónaco pasó a ser conocido como “La Roca” porque, literalmente, solo les quedó una roca como país. Sin embargo un príncipe, Carlos III, fue quien supo, como dice el refrán, “sacar agua hasta de las piedras” y convertir esa pequeña roca en una gran perla.

Mónaco es conocido como “La Roca” ya que, literalmente, solo les quedó una roca como país

 

Primero dividió el país en territorios y la zona más alta, la de mejor vista, la llamó Montecarlo en su propio honor. Y como la tierra era yerma para la agricultura, sembró ruletas. Un visionario ya que el juego estaba prohibido en los países vecinos. Juntó unos cuantos inversores que reflotaron la Société des Bains de Mer, una empresa semiestatal que se convirtió en dueña del casino más glamoroso de Europa hasta el día de hoy, de exclusivos clubes de playa, del Gran Premio de Fórmula 1, de hoteles de lujo y de una gran cantidad de entretenimientos asequibles para unos pocos.

A fines del siglo XIX Mónaco era un país tan rico que sus habitantes, por decreto, dejaron de pagar impuesto a los bienes personales y a las propiedades. Como no podía ser de otra manera, estalló el boom inmobiliario que, ya en el siglo XX no dejó un centímetro de tierra sin construir. De hecho, si miramos Mónaco desde la costa, la ciudad-estado parece un tetris. Miles de edificios se clavan en la ladera del peñón y se van acomodando, como pueden, en el pequeño territorio. Curiosamente, esta profusión de cemento no le quita belleza ni, mucho menos, glamour.

Volviendo a su historia hay que decir que no todas fueron rosas. A Carlos III le sucedieron su hijo Alberto y a éste su hijo Luis que reinó como Luis II. Si bien ambos continuaron con la obra de su padre y abuelo, fueron malos administradores. Y para colmo Luis dejó al principado sin heredero genuino.

Ante la amenaza de que el principado fuera reclamado por los Wuttemberg, unos familiares lejanos de los Grimaldi de origen alemán, Francia obligó a Luis a reconocer como hija legítima a Charlotte, una niña que hacía unos años había tenido con una joven que había ejercido de lavandera de uniformes y de anfitriona en un cabaret.

Charlotte pasó de bastarda a duquesa y heredera en 1922. En 1923 la casaron con un conde y pronto dejó el más importante de los legados: un hijo que pasó a la historia como Rainiero III y al que ella traspasó todos sus derechos al trono.

Cuando en 1949 Rainiero se convirtió en soberano, Mónaco estaba fundido pero con la ayuda de inversores como el armador griego Aristóteles Onasis y el golpe de efecto que significó su boda con Grace, el principado recobró todo su esplendor y volvió a ser elegido como destino preferido e incluso lugar de residencia de banqueros, jeques árabes, diseñadores de alta costura, modelos, nobles y deportistas como los muy conocidos Claudia Schiffer, Novak Djokovic y Guillermo Vilas. Y otrora, los mismísimos Juan Manuel Fangio, que tiene su propia estatua, y Carlos Alberto Reutemann. A pesar de que el tercio de los habitantes son millonarios, la sociedad monegasca se vanagloria de su discreción y falta de opulencia y aseguran que los brillos y la fastuosidad son solo para el turismo. Desde la muerte de Rainiero, en 2005, gobierna su hijo, Alberto II, nacido en 1958. Es un príncipe muy volcado al cuidado del medio ambiente sin olvidar que las buenas relaciones con los grandes jugadores de la economía mundial pueden llevar inversiones a su país. Y con grandes inversiones puede ver realizado su gran proyecto: ganarle terreno al mar.

El momento más esperado es cuando la familia Grimaldi se asoma al balcón del palacio a saludar

 

Luego de esta larga introducción volvamos al tema que nos ocupa: la Fiesta Nacional de Mónaco. Si bien las celebraciones comenzaron en el siglo XIX, recién a partir de 1949, cuando asumió Rainiero III, se fijó como fecha el 19 de noviembre, día de su onomástico. Su hijo, si hubiera seguido la tradición, debería haberla trasladado al día de San Alberto, pero prefirió no cambiarlo como homenaje a su padre.

La agenda anual prevé, para ese día, un desfile militar, una misa y una gala nocturna. Pero el momento más esperado es, sin duda, cuando la familia Grimaldi al completo se asoma al balcón del palacio a saludar a los ciudadanos. Ese balcón cuenta siempre grandes historias tanto por quienes están como por las ausencias. Desde abajo vimos crecer a los tres hijos de Grace y Rainiero hasta convertirse en bellísimos adolescentes; pudimos observar como a Alberto se le caía el pelo tanto como a Carolina y Estefanía se le caían los maridos. Hasta que un año el balcón quedó vacío: el 19 de noviembre de 1982 se cumplían dos meses y cinco días de la trágica muerte de la princesa Grace en un accidente de auto y nadie estaba para celebraciones. Pero en 1983 reaparecieron, bellos y elegantes como siempre pero sin poder disimular la tristeza. Fuimos testigos también, a través del balcón, del resurgimiento, de la llegada de la nueva generación, de los nietos, de la pelea entre Carolina y Estefanía que se ubicaron una en un balcón y otra en otro, de más pérdidas trágicas y de la aparición de nuevos personajes algunos de reparto como sobrinos y cuñados y otros estelares como Charlene, la princesa consorte que poco se prodiga pero que el 19 de noviembre siempre está.

Decíamos que a veces hay grandes ausencias pero lo que nunca jamás ha faltado es glamour. Todas las damas lucen sus mejores galas y suelen estrenar grandes atuendos de los diseñadores más afamados tanto en el balcón como en la cena de gala. Los trajes son tan atemporales que en las fotos, salvo por la edad de los niños, se hace difícil saber a qué año exacto pertenecen. Un traje a cuadros de Chanel, una falda recta de Armani, un tapado de Arkis o vestido de gasa plisé de Valentino no pasan nunca de moda y las Grimaldi lo saben.

Es cierto que este año el desfile fue reducido, no hubo cena y todas vistieron de oscuro como homenaje a las víctimas del COVID-19, pero eso no les restó elegancia.

La princesa Charlene lució un abrigo azul noche de seda cuyas terminaciones permitían vislumbrar un forro color fucsia, el color que también eligió para los complementos. Su cuñada Carolina fue de Chanel, como siempre; la falda más arriba de la rodilla daba cuenta de que, a sus 63 años, conserva perfectas sus piernas. Lo combinó con unos guantes larguísimos de color blanco como blancos eran algunos mechones de sus cabellos. Carolina es tendencia y su rostro sin cirugías y su pelo sin tintura son alivio y ejemplo para aquellas mujeres que prefieren transitar la adultez con naturalidad.

Dior y Prada fueron los diseñadores elegidos por las nueras de Carolina, Tatiana y Beatriz, cuyos hijos, de tapadito marrón tampoco desentonaron. La princesa Gabriela, hija de Alberto y Charlene, tiene casi 6 años y con su vestido oscuro de ribetes rojos diseñado por la firma Jacadi ya deja entrever su elegancia. En la web de la firma no figura ese vestido en particular pero sí se pueden adquirir otros bastante similares por 50 euros.

Las grandes ausencias fueron las de Carlota, hija de Carolina, y la de la princesa Estefanía

 

De más está decir que todos los adultos lucieron barbijo con el escudo de la casa principesca. Los Grimaldi son muy cuidadosos con los detalles.

Las grandes ausencias fueron las de Carlota, la hija de Carolina que vive en París, y la de la princesa Estefanía a quien poco le gustan estas celebraciones de tan alto perfil. Dicen que hay algunas rispideces entre Charlene y sus cuñadas pero eso no se ha notado en una celebración en la que, a pesar de la solemnidad, todos han mostrado su mejor cara. Lo mejor fueron, sin duda, las fotos de sus mellizos que la princesa Charlene han mostrado en su cuenta de Instagram.

Quedó definitivamente plasmado que Jaime, el heredero, es un niño juicioso que lleva el uniforme militar con gallardía y que Gabriela es pícara, dará que hablar y llenará más páginas en las revistas del corazón que sus propias tías.

Desde esta páginas una vez más esperamos que vengan tiempos mejores, que el próximo 19 de noviembre el balcón del Palacio de Mónaco sea pura sonrisas y que, sobre todo, podamos celebrar juntos, presentes y sin barbijos un nuevo cumpleaños de nuestra ciudad.

 

 

 

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Parte de la familia real de Mónaco en la ceremonia de la fiesta nacional

Charlene, Alberto II y los mellizos

Una vista de mónaco

Los mellizos Gabriela y Jaime se llevaron todas las miradas del evento

Carlota no estuvo en la fiesta

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