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ABEL BLAS ROMÁN (*)
Días pasados, en una columna sobre los setentones en cuarentena, propuse que “expertos en vivir” podría ser una mejor denominación que el antipático “ancianos”, el eufemístico “cuarta edad” o el chocante y paternalista “nuestros abuelos”. La expresión tuvo una generalizada aceptación (al menos entre mis amigos) a tal punto que un grupo real que tenemos desde hace años y que ahora se ha transformado en virtual, lo ha tomado como nombre propio. Y es que los que ya superamos los 70 o los están pisando, hemos visto desde los viejos y queribles tranvías de La Plata y los mateos haciendo cola en la Estación hasta los Uber a los que se llama a través de aplicaciones en “teléfonos inteligentes”.
Los expertos en vivir, pues, hemos tenido que sobrevivir a esta pandemia universal, pletórica de teorías encontradas, puntos de vista fundados, poco fundados o sin fundamento alguno. Y para ello hemos tenido que aprender a operar con los bancos desde casa, a hablar por Zoom con nuestros nietos, a realizar trámites a distancia y, los que estamos solos, a barrer, a coser… como las señoritas que se querían casar al compás del “arroz con leche”. Para ellas, las señoras, la soledad es más llevadera porque siempre, digámoslo de una vez, han tenido más habilidad y talento y nos han necesitado menos.
Bajo el reinado del #QUEDATE EN CASA, nos hemos hecho informáticos “a palos” como el médico del teatro de Molliere. De paso, sirva esta línea para el reconocimiento profundo a todos los amigos que como pueden se han hecho refugio en la tormenta con su apoyo, con la música, con la poesía, con la reflexión o con las uñas, para alentarse, para fortalecerse, en suma, para resistir. Porque todo encierro, si se prolonga demasiado, no puede ser bueno para nada: ni para la economía, ni para el alma, y a la larga, tampoco para la salud.
Fausto, el personaje clásico de la leyenda alemana, el erudito insaciable que pactó con el demonio a cambio de una larga vida sana llena de placeres, y que luego de mito, fue poesía en la pluma de Johan Wolfang van Goethe (que algunos consideran el más grande poeta de la historia universal) , y después fue ópera en la genial composición de Charles Gounod, y al que todos recordamos por la versión deliciosa de Estanislao del Campo, fundador de la poesía gauchesca, que alguna profesora de Literatura del secundario nos obligó a leer y enseñó a reír con Anastasio “el pollo”. Fausto, que dio lugar a obras literarias de todos los géneros, a composiciones musicales, películas célebres, representaciones teatrales y hasta un famosísimo cuadro de Rembrandt, es la leyenda popular que ha inspirado más creaciones de ficción. Fausto, decía, en todas las versiones, terminó encerrado, y aunque longevo, torturado por sus fantasmas internos, clamando por la libertad que le había vendido al demonio.
Como a Anastasio “el pollo” y a don Laguna, ya nos resulta difícil discernir entre la vida real cotidiana y lo que ocurre arriba del escenario. Entre la vocinglería del oficialismo y el pusilánime silencio de la oposición, los expertos en vivir no solo tenemos una vela en el entierro; tenemos una voz en el encierro: La responsabilidad de nuestro cuidado, el de nuestros hijos y nuestros nietos será fecunda si es hija de la libertad y no producto de la imposición, a veces arbitraria y no demasiado equitativa.
Con una frase desafortunada el gobernador de nuestra Provincia ha dicho “El COVI-19 es una enfermedad que no está bueno contraer”. Lo sabemos joven Gobernador, créanos que lo sabemos. Queremos cuidarnos, cuidar a nuestras familias, a nuestros vecinos y a toda nuestra gente. Queremos transitar nuestra última etapa vital, sanos en cuerpo y mente, pero no queremos comprometer nuestra libertad con el diablo. Es posible, legislando con esmero y con prudencia. Es posible, administrando la crisis con criterio y sin especulaciones electoralistas.
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(*) Abogado
Recibido en la Universidad Nacional de La Plata en 1963
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