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En un idioma “argentano”, aquellos inmigrantes que llegaron a La Plata para levantar sus primeros edificios, dejaron una marca cultural más que significativa
La comunidad de inmigrantes italianos fue una de las más importantes en nuestra ciudad desde sus inicios, ya que miles de obreros nacidos en ese país europeo fueron quienes levantaron los edificios emblemáticos de la capital bonaerense recién inaugurada.
“Desde que se fundara en 1882, y al menos durante toda su primera década de existencia, hasta la irrupción de la crisis financiera de 1890, La Plata fue una tierra de inmigrantes, un enclave condensador de hombres portadores de las más diversas culturas”, escribe Gustavo Vallejo, en De los Apeninos a La Plata. Los italianos en la construcción de la “nueva capital”, un Anuario del Instituto de Historia Argentina (1), 153-173. En Memoria Académica.
En este artículo académico se destaca que con esta ola inmigratoria “se estaba gestando de ese modo, un acontecimiento social y productivo en el que muchos empresarios también empezaron a vislumbrar la posibilidad de obtener grandes beneficios personales con la articulación de esos intereses”.
Los censos de los primeros años de la Ciudad muestran cómo los “tanos” eran mayoría. En 1884 había en La Plata 10.407 habitantes, de los cuales sólo 2.288 eran argentinos, mientras que casi la mitad de la población estaba constituida por 4.126 italianos de sexo masculino. En 1890 existían 65.610 habitantes de los cuales sólo 27.709 eran argentinos; y recién en 1895, luego de la crisis económica que interrumpió el aluvión inmigratorio y redujo su población, La Plata tenía 60.991 habitantes de los cuales 33.534 eran de nacionalidad argentina.
En 2019 se promulgó una ley que declara a la Ciudad “Capital del Inmigrante Italiano”
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Durante a conformación de la Ciudad, los italianos fueron formando sus grupos sociales, culturales y deportivos para sociabilizar y mantener viva la patria que habían dejado en busca de un futuro mejor.
Así se conformaron sociedades de fomento, clubes, asociaciones y hasta bandas musicales que tenían su impronta italiana.
Y tan importante fue -y es- el legado de esta corriente inmigratoria en la Ciudad, que hace dos años se promulgó la Ley Provincial 14.833 que declara a la ciudad de La Plata “Capital del Inmigrante Italiano”. Esta Ley, que nace de un proyecto elaborado y promovido por la Federación de Asociaciones Italianas de la Circunscripción Consular de La Plata (FAILAP), quiere rendir homenaje a la emigración italiana que ha caracterizado la vida social, cultural y económica de la Ciudad, ya que esta es la localidad del territorio bonaerense con más arraigo y en la que se encuentra la colectividad italiana más numerosa.
Pero de regreso a aquellos años de formación de la capital provincial, compartimos un recuerdo muy simpático: se trata de un cocoliche que fue entonado durante el carnaval de 1894 en la Ciudad, donde se trasmite la cotidianidad de la época, la relación de los inmigrantes con los criollos y el problema del idioma, entre otras particularidades.
Va a cantare uno minuto
uno cregoyo de mi fiore
Pascualino Benvenuto.
Empezaré saludando
con satisfacione grata
a lo pueblo de La Plata.
Sono gaucho forastiere
ca venido a ista ciudad
con mis socios a fariare
acunto con lo pueblieri.
Sono socie dina istancia
llamada La Primavera
donde istá Meterio Tuna
e Ceferino Contrera.
Sono materia dispuesta
per facer lo farriamento
e agora sono contento
come gatite a la siesta.
Come agora e Carnevale
ande per pura volanta
e venido a darme corte
a lo pueblo de La Plata.
En los versos que siguen refleja este cocoliche la situación platense después de la crisis, que se caracterizó por la tristeza y el abandono de sus calles:
La Plata istá un poco triste
se siente poco barullo
e se ve per tuta calle
la montona de lo yuyo.
Afirma su acriollamiento (aunque su lenguaje lleve todavía la impronta peninsular)
Da nacimiento yo sono
napolitano estranguiero
ma, de corazone sono
uno cregollo verdadiero.
Sono come Santo Biega
guese que murió cantando
así he de morirme yo
a la tomba improvisando.
Ademase tengue fama
de sere gaucho valiente
capace de pelegueare
quién sabe con cuánta guente.
Se autodefine como gaucho malo y trata la relación del malevaje con la política:
No ma mete en avagueteo
de partide nada di eso
pero lo caudillo sabe
de que sono hombre de peso.
Por eso mana buscato
e mane dicho che hermano
mete uno batifondo
en latrie de San Ponciano.
La referencia al atrio de San Ponciano responde a la realidad vivida en los años del fraude electoral, cuando se instalaban allí los comicios y el triunfo oficialista se obtenía por el uso de la fuerza y los balazos, según el sistema de la vieja política criolla. Continúa el diálogo con las palabras que le dedica el caudillo al autor y los motivos de éste para mantenerse ajeno a los hechos:
Vosé con la fariniera
e tu guape corazone
con solo una atropellata
ta ganase la elesione.
Na querido yo acetare
per na porque le tengue miede
sano porque no ma gusta
metierme in ese enriede.
Finalmente, este gaucho-napolitano sale del tema para narrar sus “vicios” y dejar sentados sus deseos matrimoniales:
En cuanto a mí se me antoca
ensille uno caballite
e con la guitarria a la isparda
me hague uno paseíte.
E guesa e la vida gurda
contente e más macanuta
se chupame e se divierte
en faria morocotuda.
Agora que estamo aquí
vo armare ma casamiento
la muchacha que ma quiere
que me la digue al momento.
Este tipo de payada, que se hacía en el carnaval de 1894, causaba gran hilaridad en la concurrencia, bien dispuesta para la diversión.
De esta forma se armaba a fines del siglo XIX el primer cancionero platense.
Durante los primeros años de la ciudad, los habitantes italianos eran mayoría
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