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Violencia machista: dos obras dialogan con los casos de agresión en grupo

“La manada”, de María del Mar Ramón, y “Las armas”, de Belén Zavallo, indagan desde lugares muy distintos violencias que ejercen los varones

13 de Marzo de 2022 | 05:33
Edición impresa

Con la ficción como posibilidad de pregunta y polifonía para acercarse a las fibras de las masculinidades o el registro poético que cataliza el dolor y la furia en una obra literaria, dos libros de reciente aparición, “La manada”, de María del Mar Ramón, y “Las armas”, de Belén Zavallo, indagan desde lugares muy distintos violencias que ejercen grupos de varones y que dejan marcas inenarrables: ¿Cómo conversa la literatura con prácticas aberrantes y cada vez más recurrentes?

Dos primeras novelas, que como se dijo fueron publicadas en los últimos meses, orillan en algunos de estos sentidos y funcionan como encuentros contrapuestos donde la violencia se hilvana en acciones grupales cometidas por varones pero también en otras violencias interseccionales en la vida de sus protagonistas: de clase, de pertenencia, del sistema jurídico, de familias. En “La manada” (Emecé), María del Mar Ramón construye una ficción que toma como punto de partida un ataque que llevan adelante un grupo de adolescentes contra otro muchacho, lo que termina en un desenlace trágico; en “Las armas” (agua viva), por el contrario, Belén Zavallo en una primera persona ficcional recorre las violencias a las que fue sometida como mujer y el dolor como madre cuando su hija es abusada por un grupo de varones.

Mientras Ramón busca acercarse a la alteridad que le representa la masculinidad desde las emociones para comprender la mirada o punto de vista de otros, Zavallo encuentra en las palabras, precisamente, la forma de armarse para gritar la furia de la violencia patriarcal y, quizá, curar algo del dolor. En ambas novelas, hay madres que sufren y protegen.

María del Mar Ramón / Web

LA MANADA

En ésta su primera novela, María del Mar Ramón (Bogotá, 1992; radicada en Argentina desde 2012) se corre del registro más íntimo, enunciativo y de ensayo que transitó en su libro “Coger y comer sin culpa. El placer es feminista”, para tomar la literatura en su dimensión mas exploratoria: “Me interesó más un universo desde la observación, que expone y narra en vez de dar respuestas. Me gustaba poder apropiarnos de la ficción para pensar la realidad y las masculinidades”, dice la autora sobre este libro en donde aborda las relaciones entre varones a partir de un episodio de violencia y despliega una polifonía de perspectivas para acceder a las sensibilidades detrás del cascarón.

Si bien este coro hace pie en distintos personajes, la novela se concentra en Hache, un adolescente que suele pasar desapercibido para la media y que va cambiando a lo largo de la historia a partir de sucesos que lo exceden y que involucran decisiones de su familia o se cruzan con experiencias de su universo de clase, sus silencios, lo que no dice y asume, y también un poco de azar, en la medida que el azar también posee su cuota de arbitrariedad.

La palabra “manada”, como se titula la novela, estos días suscitó reflexiones sobre el lenguaje cuando muchos medios de comunicación usaron ese término para describir el abuso y de esta forma equiparar el comportamiento violento al de animales, quizá invisibilizando de este modo que se trata de una práctica cultural, por lo tanto premeditada, elegida, consciente. Para Ramón, que escribe en diversos medios latinoamericanos, “la literalidad no siempre es imprescindible para pensar los problemas de la sociedad”. En su opinión, “desvalorizar la metáfora y todas las opciones del lenguaje no es funcional a pensar esas problemáticas sociales. Creo que por manada se entiende bastante bien que hablamos de varones y actúan de una manera pero de cualquier forma a pesar de subvalorar la metáfora siempre son interesantes esos disparadores para el debate”.

Haciéndole ole a los binarismos, Ramón lo que busca en su libro es imaginar, tratar de comprender sin “moralizar ni juzgar”, una llave que la ficción tiene la potencia de desplegar muy bien porque en ella caben todas las posibilidades. “Quería que fueran personajes sólidos en la complejidad de su humanidad –dice-, ni malos ni buenos. Incluso cuando, nosotras como feministas reprochamos y los convertimos en villanos, lo que quise aquí es meterme en el mundo de esos presuntos villanos y volverlos personas complejas que están sujetos a una enorme cantidad de presiones, enorme cantidad de violencias y todo el tiempo están respondiendo a una presión que es difícil entender”.

Belén Zavallo / Web

LAS ARMAS

Con un relato estremecedor, doloroso pero también capaz de iluminar las grietas de las heridas de la violencia, Belén Zavallo (Paraná, 1982) recorre desde una escritura poética narrada en una primera persona los abusos a los que fue sometida la narradora desde muy pequeña, acaso como forma de convertir el dolor de un episodio en la vida de su hija que la desgarra. “Escribir -dirá la narradora de esta novela- es atravesar cristales y sacarle los tonos del dolor. Y salir con las plumas abiertas”. ¿Puede, entonces, reparar la literatura, convertir la furia en poesía, hacer transitable el dolor? Para Zavallo, como para su narradora, la misma que cuenta cómo se le astilla el cuerpo cuando se entera que su hija fue violada por un grupo de varones, la literatura “es transformadora”.

En palabras de la autora de “Lengua montaraz” (Ana editorial) -poemario que se llevó el tercer puesto de la primera edición del Premio Storni- “hay algo muy artesanal en escribir y en eso me viene la imagen de las costureras. Mi abuela que cosía y bordaba, mi madre que siempre mojó con sus labios la hebra y emparchó nuestra ropa. En esa disposición de las manos por remendar las prendas que abrigarían el cuerpo, en esa búsqueda por encontrarles colores y formas a las tramas de las telas, pienso que hay un gesto propio de la escritura y de las madres. Como hija fui absorbiendo la mirada de estas mujeres tan fuertes en mi vida, la lucidez de mi hermana, las precauciones que impartían con mi madre me hicieron advertir tempranamente el peligro, pero también en sus lenguas desmenuzaban las salivas. Había saña en otras mujeres para sostener la maldad de los hombres”.

Es que en “Las armas”, el dolor desesperado de la narradora por el abuso de su hija también reactiva en ella la identificación de prácticas que en su vida estuvieron atravesadas por la violencia, una violencia que no es propiedad de varones sino que hace pie en un sistema que involucra a otras mujeres y poderes, como el de la justicia.

“En la novela como en la vida, donde siempre es más duro el tránsito, están esas ponzoñas en bocas de varones y de las hembras que le alimentan el veneno –dice la autora-. La fiscal de género, la psicóloga con hijas de la misma edad, la chica que le grita ‘violada de mierda’, esas mujeres ficcionalizadas que fuera de la obra una se cruza y padece. La literatura es más potente porque te permite hacer visible la verdad. En la realidad vas y denunciás en las oficinas correspondientes, y eso es mucho más duro que lo escrito en cualquier novela”.

 

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