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A la espera de Ulises

A la espera de Ulises

Los prejuicios y construcciones sociales no deberían privar a ningún chico de las paternidades y maternidades

SERGIO SINAY (*)
Por SERGIO SINAY (*)

30 de Abril de 2022 | 07:05
Edición impresa

“Para poder dar una solución jurídica a este caso, no solo tuvimos que mirar más allá de la apariencia, sino también tuvimos que deshacernos de nuestros prejuicios y estereotipos para conectar realmente con las personas que participan en esta historia”. El 17 de febrero de 2020 la jueza Mariana Rey Galindo, del Juzgado de Familia y Sucesiones de única nominación del Centro Judicial Monteros, en Tucumán, explicaba de esta manera algunos pormenores esenciales del fallo por el cual ordenaba al Registro Nacional de las Personas emitir una nueva acta de nacimiento para una niña de 9 años en la que aparecerían sus dos padres varones en el cuerpo del texto. Uno de esos padres es el biológico, separado de su madre poco antes del nacimiento de la nena, y el otro es su padre de crianza, nueva pareja de la madre, también separado de ella al momento del fallo. La causa se había iniciado cuando el padre biológico pidió el reconocimiento legal de su condición, y en realidad fue la niña (a quien por ser menor de edad se la identificó con el nombre ficticio de July) quien orientó la decisión final cuando explicó que “no quiere elegir entre ambos padres porque ella tiene dos y a los dos los quiere”. Así es como desde entonces comenzó a compartir la semana con su padre de crianza y los fines de semana con el biológico.

Un año y medio más tarde, en agosto de 2021, Ana María Carriquiry, del Juzgado de Primera Instancia en los Civil de Personas y Familia 2 de Orán, Salta, tomó una decisión similar. Otorgó la doble paternidad a un niño llamado Pedro (nombre ficticio), la que recayó en su padre biológico, separado de la madre antes de saber que ella estaba embarazada, y en el que acompañó el embarazo y crió al chico quien, además, quedó tempranamente huérfano de madre. En este caso ambos hombres acordaron la triple filiación: los dos serían reconocidos como padres, junto con la madre del niño. Decidieron cuidarlo entre ambos, darle alimentos, establecer como hogar principal el domicilio del padre de crianza con un régimen de visita amplio para el padre biológico, y acordaron que el apellido de este se agregara al inscrito de nacimiento. Ambos hombres querían, así lo dijeron y así lo señaló la jueza, lo mejor para el niño.

CORAZÓN SIN CALLOS

“Yo creo que el caso es conmovedor porque estamos todos cansados de tantos puntos de desencuentro, reflexionó la jueza Carriquiry, y cuando encontramos algo que suma afecto, cuando de repente encontramos que la justicia se humaniza con las necesidades de los niños, creo que es muy movilizador para todos”. Y agregó que “cuando leo la carta que le escribí al niño yo misma me sigo emocionando. Y digo, por Dios, que no se me haga callos el corazón. Si no, no puedo ser magistrada”. En esa conmovedora carta, fechada el 10 de agosto de 2021 y pensada para ser leída en la mayoría de edad de su destinatario, la jueza escribe: “Además de tu mamá, tenés dos papás. ¿Cómo puede ser posible esto? También por amor. Los dos te aman por igual y son tus papás. Uno de ellos es tu papá genético, biológico. El otro papá es el que se ocupó de vos durante tus primeros años de vida en forma exclusiva, él te reconoció como hijo, te tuvo con vos y te ama, por eso es tu papá socioafectivo. A veces hay que decidir entre el papá biológico o el papá socioafectivo. En este caso, nada tuve que decidir, porque ellos estaban seguros de la importancia que el otro tenía en tu vida (…) Lo único que hice, P., fue reconocer el derecho que tenés a tener dos papás que te críen, te cuiden. Porque, en definitiva, lo único que interesa es multiplicar amor. Espero que seas muy feliz y estés siempre orgulloso de tu mamá y de los papás que la vida te dio”.

Los prejuicios y estereotipos de los que habla la jueza Ruy Galindo en el comienzo de este texto son, como todos, producto de la cultura y no de la naturaleza. Construcciones que nacen de hábitos, creencias, ideologías, mandatos, que hacen daño, que intoxican las relaciones humanas y que, precisamente por no ser naturales sino naturalizados, pueden modificarse o eliminarse, lo que es posible a partir de amplitud de mente y de corazón. En una cultura machista que, de muchas maneras directas e indirectas, subliminales y explícitas, condena a las mujeres a una maternidad obligatoria y a cargar con los aspectos cotidianos de la crianza (salud, cuidado, educación, alimentación, sostén emocional) y a los varones a ser proveedores materiales, protectores físicos, proveedores de castigos y recompensas, y al distanciamiento emocional para no “perturbar” ni interferir en la diada madre-hijo, el padre termina siendo una figura ausente más allá de su presencia física.

CAMBIAR DE COMPLEJO

Es inútil decir que esto ya no es así, que las cosas cambiaron. No lo hicieron en lo esencial, acaso sí en lo aparente. Estos mandatos y prejuicios son muy antiguos, muy fuertes, muy enraizados y sostenidos por fuerzas poderosas. Quienes, como madres o como padres, se apartan de ellos tienen que cargar habitualmente con dudas y culpas, y en muchas situaciones remar contra la corriente. Como señala lúcidamente el psicoanalista italiano Massimo Recalcati en su luminoso ensayo “El complejo de Telémaco”, mal se puede seguir hablando de Complejo de Edipo (hijo que quiere inconscientemente matar al padre para ocupar su lugar junto a la madre), en una sociedad y una cultura en donde el progenitor masculino está ausente por propia decisión o por haber sido apartado por la fuerza de las costumbres y los mandatos. Hoy, dice Recalcati, debemos pensar en el Complejo de Telémaco, el hijo de Ulises y Penélope, cuyo padre hacia la guerra de Troya cuando él es un bebé. Criado por Penélope, ve cómo, ante la ausencia del padre, todo es desorden y perdición en el reino de Ítaca, y observa a su madre continuamente asediada por predadores que la desean tanto a ella como al trono de Ulises. Telémaco crece ansiando el regreso del padre y sale en su búsqueda, mientras este, terminada la guerra, solo anhela regresar, atravesando infinidad de peligros, porque, además de añorar a Penélope, quiere encontrarse con ese desconocido que es su hijo. “Telémaco, este es tu padre, el que nunca conociste”, le dice Ulises a Telémaco cuando ambos por fin se encuentran, según relata Homero en la Odisea.

En un aire enrarecido por discusiones de género atravesadas por prejuicios, malentendidos, resentimientos e intereses ideológicos, en una sociedad infectada por el virus de la intolerancia, la incomprensión y el desamor, y en donde el desencuentro entre géneros, sexos y personas se impone, hay un hambre de padre que solo puede ser atendido y redimido por hombres como los que protagonizaron los casos de Monteros y Orán y por juezas como las que fallaron en ambas situaciones. No son excepciones. Son emergentes. Hay mucho amor paternal disponible y necesario. Reservorios de paternidad a la espera de abrir su cauce a través de marañas de prejuicios, temores y prohibiciones. Y hay muchos, demasiados Julys y Pedros esperando la leche nutricia de la presencia y el amor paterno. Aguardando que sus padres vuelvan de guerras inútiles y los arropen en ese amor.

 

(*) Escritor y ensayista, su último libro es "La ira de los varones"

 

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