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Séptimo Día |ESE HÉROE DEL SIGLO XIX, JUAN MOREIRA

La fascinación que causan los crímenes más crueles

Hoy, el asesinato serial en Ramallo; ayer, el té con masitas de Yiya Murano. Casos que, como el de Robledo Puch, Barreda o Arquímedes Puccio, fueron rescatados por la literatura, las crónicas policiales y el cine

La fascinación que causan los crímenes más crueles

El acusado de los recientes crímenes en Ramallo / Web

MARCELO ORTALE
Por MARCELO ORTALE

8 de Mayo de 2022 | 05:34
Edición impresa

El reciente caso del asesinato serial en Ramallo, en el que un hombre está acusado de haber presuntamente matado a su madre, a su hermano menor y luego a su pequeña hija adoptiva a quienes les habría aplicado un fuerte psicofármaco por vía endovenosa, en maniobras realizadas en el mismo hospital en donde se encontraban internados, causó gran conmoción y se sumó a episodios similares de la historia policial argentina, tan dramáticos como inexplicables.

Sobran estudios que determinan la fascinación morbosa que alguna gente siente por los autores de los homicidios más cruentos. La literatura ha sido una fiel compañera de la criminalidad, reflejándola. Se ocupó temprano de ella, en la Biblia, cuando relató el primer homicidio de la historia humana, el de Caín que mató a Abel. Aquellos hijos de Adán y Eva se convirtieron así en el primer homicida y en la primera víctima de la historia humana.

Hay que evitar el tedio de una reseña que sería copiosa. Lo que sí puede decirse es que la literatura, en algunos casos, fue no sólo espejo sino también estímulo. ¿Cuánto de los ingenios y enigmas de Agatha Christie no campeó en Rosario en estos días? ¿Cuánto de Dostoievsky en tantos crímenes? En nuestro país existe también una muy bien surtida literatura policial, que tiene su último auge en la novela distópica. Pero debiera homenajearse a un escritor, Manuel Peyrou, y a un periodista, Emilio Petkoff, ambos cultos, leídos y con mucha calle, maestros los dos en cuentos y crónicas policiales-.

TÉ CON MASITAS

A fines de la pasada década del 70 en la Argentina las redacciones se pusieron al rojo, al igual que las radios y la televisión, por causa de María de las Mercedes Bolla Aponte de Murano, más conocida como Yiya Murano. La creatividad popular le otorgó un alias elocuente: “la envenadora de Monserrat”.

Como primera mujer asesina serial del país fue, de algún modo, precursora del acusado de Rosario. Sólo que ella no se encarnizó con su familia. Se dijo que le habían prestado dinero tres amigas, a las que no les quería pagar y que entonces decidió asesinarlas en distintas jornadas de junio de 1979. Lo hizo ofreciéndoles a cada uno un famoso té con masitas, un manjar al que había aderezado con cianuro, ese prestigioso veneno ancestral que tiene sabor a almendras.

La justicia sospechó e investigó: en efecto, había matado a esas tres mujeres para no devolver los 50 mil pesos que le habían prestado. Finalmente fue condenada en 1985 a prisión perpetua, aunque en 1993 el entonces presidente Menem la indultó. Salió libre y acaso más famosa que antes. Tanto que Mirtha Legrand la invitó a uno de sus almuerzos televisados. En el contexto de un rating altísimo, Yiya de pronto desenfundó un paquete de masitas para el postre y le ofreció una a la conductora: “No como masitas, engordan”, se atajó Mirtha. Aunque finalmente aceptó y se comió una, ante un generalizado y nervioso aplauso. Después Yiya moriría en 2014 en Buenos Aires, ya como una olvidada leyenda.

Yiya Murano / Web

LOS BOMBONES DE CORTÁZAR

¿Quién puede asegurar que la Murano, que era una mujer instruida, de clase media, no habrá leído el cuento de Julio Cortázar “Circe”, incluido en Bestiario, en donde la protagonista elabora bombones rellenos de cucarachas? Los críticos aseguran que esta narración tiene que ver con una manía temporal del autor de “Rayuela”, que en una época de su vida buscaba obsesivamente detectar en sus comidas la presencia de cucarachas.

Yiya moriría en el año 2014 en Buenos Aires, ya como una olvidada leyenda

 

Afirman, justamente, que escribió “Circe” para exorcizar esa manía. El cuento editado en 1951 relata una historia de amor en la que la protagonista central, Delia, se convierte en una especialista en preparar licores y bombones caseros, con finalidades que Cortázar libra a la imaginación de los lectores. Delia, que ya ha perdido misteriosamente a dos novios anteriores, le da probar los bombones a su joven admirador, Mario, con la condición de que los coma con los ojos cerrados. Para Mario los bombones son deliciosos. Hasta que un día, acaso tardíamente, abre los ojos y comprueba que están rellenos con cucaracha…

Corresponde aquí reseñar la descripción de Cortázar sobre el relleno domiciliario de los bombones. Delia toca el piano de noche en una pieza, el narrador cuenta: “La luna cayó de plano en la masa blanquecina de la cucaracha, el cuerpo desnudo de su revestimiento coriáceo, y alrededor, mezclados con la menta y el mazapán, los trocitos de patas y alas, el polvillo del carapacho triturado”.

FICCIÓN Y REALIDAD

Escritores y crímenes: en esa relación, ¿quién imita a quién? ¿Salió de la nada Charles Manson, aquel perverso asesino serial que ganó notoriedad en las pasadas décadas del 60 y 70 luego de asesinar a la actriz Sharon Tate –mujer del director de cine Roman Polanski- y a varios miembros más de sus seguidores, que conformaban la sectaria “familia Manson”?

Además de psicópata, Manson se debe haber sentido también un protagonista de ficción, con libreto anticipado. Otro punto de interés dice que Manson despertaba atracción en no pocas mujeres, hasta el punto de que algunas se enamoraban de él pese a que se había convertido en una suerte de “repudiado internacional”. A esas mujeres les gustaría la idea de redimir a delincuentes, “de que ellas los pueden salvar, que pueden sacarlos del mundo en el que están y volverlos buenos”, según explicó a BBC la psicóloga y antropóloga Blanca Torrez Cazallas. Los psicólogos forenses no dejaron de señalar que aquello era como una obra de ficción.

“La luna cayó de plano en la masa blanquecina de la cucaracha...”

 

Pero esa fascinación, en otros casos, también prendió en varones que no dejaron de admirar a bandoleros crueles y muy célebres. Robar bancos despierta pasiones profundas. Y mucho más si se habla, en estos casos, de delincuentes magnánimos, entregados al delito no sólo por codicia, sino por circunstancias dignas de otras consideraciones.

En los Estados Unidos la gente le atribuyo virtudes épicas a Bonnie Parker y Clyde Barrow. Ladrones de bancos y de gasolineras en la pasada década del 30, la pareja logró conformar una banda que se tiroteó muchas veces con la policía, hasta llegar a ser declarados “enemigos públicos” por la Justicia. Sin embargo, el prestigio se acrecentó cuando se los comparó a Romeo y Julieta. Además de balas, había romanticismo en ellos. El escritor Joseph Geringer dijo que, en definitiva, Bonnie y Clyde fueron bien vistos por la sociedad estadounidense, que los calificó como modernos Robin Hood.

En la Argentina del XIX tuvimos también a un héroe oscuro y real, Juan Moreira, un hombre instruido y trabajador a quien la vida y sus extraños caminos convirtieron en asesino.

Arquímedes Puccio / Web

De Moreira dijo José Narosky que “fue uno de esos seres que pisan el teatro de la vida con un destino trágico de celebridad”. Un libro de Eduardo Gutiérrez lo recuerda, lo convierte en actor perdido en un escenario cruel. “Moreira no fue un gaucho cobarde, que necesitara matar por el sólo hecho de matar. No. Moreira era como la generalidad de nuestros gauchos. Estaba dotado de un alma fuerte y un corazón generoso”.

El aforístico y talentoso Narosky –en un artículo publicado en 2021 y titulado “Juan Moreira, el gaucho que mató y murió por vengar su amor”-, no niega que Moreira haya sido responsable de una seguidilla de muertes, pero sostiene que “fue empujado a la pendiente del crimen por el odio y la injusta saña con que se lo persiguió”. Moreira murió fusilado por la policía en Lobos en 1874.

Charles Manson / Web

El caso del odontólogo Ricardo Barreda, el cuádruple femicida platense, fue el de otro homicida serial como lo fueron, con distintas circunstancias, Carlos Robledo Puch, el “Angel de la Muerte”, que a los 19 años de edad mató a once personas en doce meses de locura, entre 1971 y 1972, sin olvidar –entre otros- a Arquímedes Puccio que secuestró en su domicilio de San Isidro y ejecutó a tiros a tres personas.

Una copiosa literatura acompañó a todos ellos. Se hicieron películas, series de televisión. Las páginas policiales se debieron multiplicar para abastecer a lectores y los programas de TV audiencias cada vez más crecientes. La ficción también se hizo presente junto a la realidad: para el juicio oral a Barreda se pensó utilizar al Coliseo Podestá como ámbito. Tanta era la demanda de presencias, aunque finalmente se hizo en los tribunales penales platenses.

En EE UU la gente le atribuyó virtudes épicas a Bonnie Parker y Clyde Barrow

 

Otro dato tiene que ver con que, en principio, salvo mejor información, no ha quedado en el país homicida serial sin ser detectado, juzgado y condenado. Todos encontraron su escenario real, sin ficciones, en alguna cárcel. Algo infrecuente en los homicidios unipersonales. Habrá que ver qué pasará ahora con la investigación del múltiple homicidio y con el juicio al acusado de Ramallo.

 

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