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La Ciudad |IMPRESIONES - Ocurrencias

Besos sin consentimiento

Besos sin consentimiento

Alejandro Castañeda
Alejandro Castañeda

12 de Noviembre de 2023 | 05:37
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Los besadores atrevidos la pasan mal. Hace un par de meses, un dirigente internacional de fútbol fue expulsado de su cargo por besar en los labios sin aviso a la capitana del equipo español de fútbol femenino. En medio de la gran alegría que aportan los títulos, este señorón aprovechó para poner a prueba la potencia defensiva de una campeona. Para esta clase de dirigente, el beso de cierre es como el himno de apertura, forma parte de una coreografía celebratoria tan justificada como patriótica.

La semana pasada, el ministro de Relaciones Exteriores de Croacia, durante una reunión de la Unión Europea, besó sin su consentimiento a su homóloga alemana, Annalena Baerbock, a pesar de que esta le había estrechado la mano. Y tuvo que pedir perdón toda la semana.

Años atrás, la empleada de un lavadero porteño, acusó a un cliente de “haber abusado sexualmente, dándole un beso a la altura de la boca contra su voluntad”. Cuando la justicia lo citó, el saludador se presentó como un mimoso confundido. Declaró que siempre besa así y que el acercamiento a la boca fue pura casualidad. Casi la culpó a ella por no haber sabido esquivarlo. En primera instancia el juez Guillermo Carvajal lo declaró culpable y lo condenó a pagarle a la empleada 5.000 pesos por daños (unos 70 mil pesos de hoy). Pero después la Sala I de la Cámara del Crimen revocó aquel procesamiento y liberó a este cariñoso de mala puntería.

No es fácil ponerle precio a un beso. ¿Dónde acaba la mejilla y empieza la zona de peligro? Los de la Sala I entendieron que era exagerado multar a un besuqueador atrevido que pegó en el palo. Es cierto que la mejilla debería ser suficiente territorio para poder desplegar su cortesía. Pero la justicia prefirió archivar la causa y avisarle al cliente que en lo sucesivo oriente mejor sus besos, que apunte hacia la oreja y se abstenga de merodear por la boca. Los jueces de la Sala I lo perdonaron porque dijeron que no existen pruebas concluyentes. Es que los besos no dejan rastros, apenas recuerdos.

En Comodoro Rivadavia, hace tres años, la jueza Mariel Suárez visitó en dos ocasiones y prodigó exageradas expresiones de afecto a Cristian Omar Mai Bustos, un asesino. La doctora Suárez integró el Tribunal que meses atrás lo había condenado a cadena perpetua. El video muestra que, en plena pandemia, sin distancia saludable ni barbijos, la doctora Suárez abrió diligencias románticas con un prisionero que gracias a esta visita seguramente se habrá sentido dichoso y hasta inocente por obra y gracia de una señoría tan piadosa y visitadora. La idea de reinsertarlo a puro beso es una nueva estrategia reparadora que nadie conocía. Hay juezas que buscan jurisprudencia donde pueden. La penitencia encontró en Chubut nuevas aplicaciones y le dio consuelo a este reincidente descarriado y comprador al que una magistrada mimosa lo halagó con caricias en plena celda. Ellos se ubicaron para que la cámara no los delatara, pero hubo cercanías sospechosas y demasiada alegría en ese calabozo donde la compasión estuvo un largo rato encerrada con las ganas.

El beso intersexual, según Freud, es la continuación de la succión del pecho materno. Dice un estudio que “para los paleontólogos es un recuerdo de cuando las mujeres de la especie premasticaban la comida para dárselas a los pequeños”. El beso en la boca dejó de ser íntimo y reservado para que hoy muchos se animen a administrarlos sin inocencia y sin consentimiento. En el mundo del deporte, la política y la farándula, tan llenos de festejos y besadores, Lacan se deja oír con aquello de que “lo prohibido está allí para sostener el deseo”.

Detrás de los nuevos modales que adquieren las celebraciones populares, los besos no deseados también acusan. El dirigente de FIFA, el ministro de Escocia y el saludador del lavadero, se animaron darlos en la boca o merodear por sus cercanías. Ellas, en todos los casos se sintieron incómodas con estas exageraciones sin permiso que disfrazan de júbilo o galantería. Aunque la jueza chubutense, por su lado, tan cariñosa y predispuesta, le dio categoría de intercambio socializador al besuqueo entre rejas con su condenado preferido.

No es fácil ponerle precio a un beso. ¿Dónde acaba la mejilla y empieza la zona de peligro?

Hubo demasiada alegría en ese calabozo donde la compasión estuvo un largo rato encerrada con las ganas

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