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"Nadar solo"

Estrenada en la ciudad directo en video, "Nadar solo" es una sugerente y, si se observa bien, no tan extraña experiencia estética y cultural. El debut de Ezequiel Acuña confirma que la generación de cineastas argentinos de los 90 es muy valiosa, aunque el gran público la ignore al tiempo que sus películas merecen numerosos premios internacionales

19 de Octubre de 2003 | 00:00
POR AMILCAR MORETTI


Un crítico conjeturó que si "Rapado" (filmada en 1991 y estrenada en 1996), del escritor y director Martín Rejtman, fue el prólogo de la aparición de una nueva generación de cineastas argentinos, "Nadar solo" bien podría funcionar como su epílogo. "O quizá como prólogo de una nueva época, quién sabe", se esperanzó. La película de Ezequiel Acuña (26), "Nadar solo", se conoció en Buenos Aires a comienzos de junio último y no pasó por las salas locales. Ahora se puede conseguir alguna copia solitaria en pocos video-clubes de la ciudad. Cuando en enero de 1998 irrumpió "Pizza, birra, faso" se confirmó algo, o bien se puso sólo una fecha: había comenzado el "nuevo cine argentino", clasificación cíclica desde hace cuatro décadas, cuando a fines de los años 50 y principios de los 60 surgió la primera "nueva ola" del cine nacional. "La película la hice pensando en un público joven", ha dicho Acuña, aunque enseguida, aclaró, "pero no hay una intención deliberada de excluir a nadie". Y para aclarar (u oscurecer) más las cosas en el mismo reportaje, tras contar que los dos actores varones le ofrecieron sus pagas para que pudiese terminar la película, el autor de "Nadar solo" completó, o abrió un signo de interrogación: "Ahí le encontré un sentido final a la película, creo que ellos (los dos actores) hacen que 'Nadar solo' sea más para algún tipo determinado de público, creo que pasa todo por una manera especial de sentir". (Es posible que en esto último Acuña se acerque más a la realidad: se (me ) hace difícil pensar al público de la película de las Bandana o de "Cleopatra" -la de Natalia Oreiro hecha por Mignogna-, disfrutando o al menos acercándose para probar mirar "Nadar solo". Otra vez se (me) hace difícil que el público adulto, al menos la mayoría, tenga en claro de qué se trata, aún cuando en la intimidad del hogar, sobre todo en familias de clase media urbana, hijos como los de "Nadar solo" aparezcan muy próximos, reconocidos o no).

Lo cierto es que la película de Ezequiel Acuña está en La Plata y es posible verla, lo que configura una experiencia singular, cuando menos. Trata (en realidad no hay lo que se llama "argumento" en la película) de un adolescente, Nicolás, de clase media acomodada habitante de Barrio Norte. Nicolás no tiene o no sabe qué hacer, con padres en lo suyo sin percibir o sin querer percibir el universo de su hijo, con un amigo con el que integra una banda de rock y con el que lo echan por faltas reiteradas del colegio privado al que asisten. Nicolás (el actor Nicolás Mateo, proveniente de la televisión -"Verano del 98"-, como otros integrantes del elenco) no es que no tenga qué hacer, sino que no sabe a dónde va. Una imagen reiterada es simbólica plena: flotar, apenas flotar, sumergido en una pileta, sólo, sin escuchar, sin sentir, como retorno inútil e imposible al útero materno. Típico de los 90, cuando se instaura un modelo nuevo de sociedad argentina, Nicolás pertenece a una generación sin pasiones. Su tema es ese: no tiene pasiones, es como que no pueden vibrar, apenas el rock -en apariencia- les ofrece una compensación o alivio. Ni siquiera el amor sexual parece movilizarlos. No hay momentos de sexo, ni besos, ni acercamientos corporales, ni siquiera caricias, como si hasta la intimidad de los cuerpos se hubiera convertido en un territorio de desconfianzas, miedos o ausencias, pura virtualidad que tampoco se nombra. Vale la pena hacer el ejercicio de crítica cultural de comparar esta faceta juvenil argentina con la mostrada por "El viaje de Morvern", la reciente película inglesa.

En "Nadar solo" hay un misterioso hermano mayor que nadie nombra en esta familia de pequeña burguesía en cómodo departamento porteño. Esta incógnita, este signo de interrogación, esta fisura en el laxo esquema del grupo familiar y social, ha abandonado la familia y tal vez esté en Mar del Plata. Hacia allí partirá Nicolás. No encontrará a su hermano, que ha desaparecido ahora, tal vez, en Montevideo, pero conocerá a Luciana (Antonella Costa, la de "Garaje Olimpo"). No habrá cama para unirlos, ni aún tímidos abrazos, apenas el intercambio de algunas frases sobre acontecimientos cotidianos y triviales de la vida, pero -pareciera- asoma alguna esperanza, alguna punta de futuro. Nicolás, Antonella y Santiago (el amigo) pueden parecer indolentes y apáticos, pero el director prefiere calificarlos de "nihilistas". Desde el punto de vista de la adolescencia o juventud "fashion" o logrera noventista, este universo tal vez sea incomprensible (aunque, creo, en el fondo son lo mismo). Y desde la juventud excluida del mercado (un altísimo porcentaje no puede trabajar y no estudia), estas cómodas apatías es como si no existiesen, o bien resulten envidiables.

Acuña ha dicho que "Nadar solo" no es una película "nadista", esas en las cuales parece "no pasar nada" (como "Sábado", "Tan de repente", "¿Sabés nadar?, "25 Watts", "El fondo del mar"). Es más, le molesta esa etiqueta para su película. En mi opinión, (yo) creo que tiene mucho que ver con esa corriente estética y forma cultural. Habrá que ver, esperar, que -en poco tiempo más- decanten las leyes profundas. La realidad tiene una cosa, una fatalidad o una ventaja, según se vea: nadie escapa a ella, aquí o allá, a cara limpia o debajo de la alfombra. Porque la realidad, en algún momento, en algún tramo, te alcanza. Viene y golpea la puerta. Ahí, unos la niegan, otros la reconocen, y hay quien quiere modificarla. Todos, a su manera, padecen.

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