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Séptimo Día |TENDENCIAS

Extirpar y enterrar

Una muela de juicio que hay que desenterrar. Un hombre que escribe una novela sobre un entierro del pasado

3 de Julio de 2016 | 00:08

Por JOSE SUPERA
ESCRITOR

1.

Escribo desde el dolor. Qué hacés cuando el dolor no te deja pensar. Escribo líneas cortísimas. No muy procesadas. El dolor carece de profundidad. Pero late. Está en la superficie. Y duele. Y no puedo tragar bien las cosas, esta realidad de todos los días. La muela de juicio sería la metáfora. ¿O es que es al revés? El dolor no me deja pensar. Escribo sobre el dolor. Escribiendo con dolor. Escribo sobre lo que siento, pero no sobre lo que pienso. ¿Hay un verdadero dolor? La muela me está matando. No me deja hablar. Por eso tengo que escribir por acá. De alguna forma sacar lo que tengo adentro. Extirpar eso que molesta y ni siquiera deja respirar. Cuatro antiinflamatorios por día. Mis momentos de no dolor son de una hora o dos, lo demás es puro dolor y no pensar y menos que menos, hablar.

2.

¿Es la muela de juicio?, ¿tan tarde sale?, me pregunta alguien. Contesto que sí. Y me quedo pensando. Siempre tardé un poco más en asumir todo. Por eso todavía soy un nene en el fondo. Quizás las cosas que tengo guardadas tarden en salir un poco más que lo que tardan en salirle al resto.

3.

Escribir sobre el dolor. Sobre el verdadero dolor. Nada de metáforas. Dolor puntual, localizado, señalable. Aunque supongo que hay ciertas zonas de mi cerebro que también pueden señalarse, lugares donde guardo otros dolores, de esos que tengo grabados.

El dolor carece de profundidad. Pero late. Está en la superficie. Y duele. Y no puedo tragar bien las cosas, esta realidad de todos los días. La muela de juicio sería la metáfora

4.

Se trata de desenterrar eso que tenés metido en la carne. Mi muela de juicio ahora pasa a ser la metáfora de la metáfora: En la novela Inhumación (Edulp, 2016), del escritor y director de teatro Nelson Mallach, de lo que se habla es de enterrar las cosas, y a la vez, desenterrarlas. “La novela está escrita desde el cuerpo. No cualquier cuerpo sino el mío. Eso quiere decir que no se trata de una cuestión intelectual puesta al servicio de la ficción; más bien, de un compromiso corporal con el relato que se concreta en la novela, pero que preexiste en mí desde siempre. Soy yo, extrañado, recreado, pero yo al fin de cuentas y no otro, el que encarna el relato, el que lo sostiene y lo da a conocer a través de la escritura. La novela es un relato de lo familiar y la ficción, su móvil”.

5.

Hablemos del dolor, le digo.

Es medio cristiano eso del dolor, me contesta Mallach.

Y me retrotraigo. Yo, de pendejo, arrodillado, rezando, miles de iglesias, miles de misas, por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa, te hacían decir. Eso era el dolor. El dolor domina los cuerpos como ahora domina mis manos y, por extensión, mis palabras.

“Ya no me motiva el dolor. Si hay un tono en el libro es el de la melancolía, pero no el del dolor”, dice Mallach, autor del libro “Inhumación”

6.

Y Mallach que ahora dice: “Ya no me motiva el dolor. Si hay un tono en el libro es el de la melancolía, pero no el del dolor. Como la novela plantea la reconstrucción de un hecho trágico en la vida de mi familia, la cuestión del dolor es desplazada por el entusiasmo de los hallazgos. En ese punto hay más felicidad que dolor. También asombro. Y satisfacción. Aunque me hacés acordar que cuando era chico me gustaba mucho la Virgen del Dolor que está en la nave izquierda de San Ponciano, su corazón de plata atravesado por la espada y su lágrima. Mi abuela me llevaba a verla cuando venía al centro a pasar unos días. Debe ser que olvidé los rezos y el dolor ya no conduce mi vida”.

7.

De qué trata Inhumación: “En 1902, mi bisabuelo fue asesinado por su mejor amigo, que era hijo de un hacendado de la provincia de Buenos Aires. El hecho fue en la calle 59 entre 3 y 4. Pero la novela aborda una segunda instancia criminal: el asesinato del relato de ese hecho trágico que destrozó a mi familia. La escritura en Inhumación es un acto de inhumación. La novela misma enuncia que mi vida cambió al terminar de escribirla. Hasta finalizar la lectura no se puede sospechar el nivel de transformación que la escritura generó en mí. Si ponés el cuerpo, no hay escape”.

8.

Pero el que no puede escapar del dolor soy yo, el que escribe, que ya ni puede pensar, que se sale de sí, para poder narrarse desde afuera, así evita un poco el dolor. Pero no. Otra vez acá, sintiendo la muela que late. Tocando un timbre. Subiendo escaleras. En una sala de espera solo. Mientras leo la novela “El año del pensamiento mágico”, de Joan Didion, que no habla más que del dolor, del verdadero dolor. Al rato estoy sentado en el asiento del dentista. Tiene un barbijo y por eso no quiero ni es necesario dar su nombre. Veo como salta la sangre en su barbijo. La asistente limpia mi boca, absorbe la sangre con un tubito. Peleamos durante dos horas contra mi muela. Me mete quinientas mil agujas. Me perfora setecientas mil veces. Cuando la anestesia ya no hace efecto porque el dolor es más que el dolor. Cuando el torno no puede agujerearte más porque ya estás bastante complicado. Ahí es cuando te das cuenta. Cuando tenés que salirte de vos otra vez para soportarlo. Escribir desde afuera, estar en otro lugar. Veo la muela llena de sangre. El dentista me la muestra agarrada entre las pinzas. “Estaba metida muy adentro”, dice. Al rato me receta miles de cosas. Me da un montón de indicaciones que ni escucho. Cuando vuelvo manejando en el auto me miro en el espejo y una lágrima cae de uno de mis ojos. Es el dolor. Es la primera vez que lloro por un dolor tan real. Al rato me van a dar una inyección. Van a pasar los días a dieta blanda y antiinflamatorios y amoxicilina. Después voy a escribir una nota sobre la experiencia.

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