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Del país del “no me acuerdo”, al país del “Despacito”

4 de Junio de 2017 | 03:04
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“Despacito”, al final de cuentas, no es sólo una letra pegadiza de esas que resuenan en todos lados y a todo volumen durante las 24 horas. Podría decirse que el tema musical se aplica a la perfección a los tiempos que corren en la Argentina.

Despacito, dicen, está llegando la reactivación y el crecimiento de la economía.

Es cierto que al discurso oficial del despegue económico que los funcionarios y economistas de Cambiemos se empeñan en tratar de demostrar, se le contrapone una realidad palpable en el bolsillo del hombre de a pie. ¿Será, tal vez, por esa insondable costumbre de la macroeconomía de ver oro, donde sólo hay barro? Ya lo había dicho, hace unos cuantos años, el Profeta de Anillaco: “Estamos mal, pero vamos bien...”

Lo cierto es que hace apenas unos días -antes de que Sergio Massa la emprendiera contra la cadena de comercialización de los supermercados- desde estas mismas páginas se había alertado sobre el desprorcionado aumento de las verduras que se producen en el cinturón frrutihortícola de la Región desde que salen de las quintas hasta que llegan a la mesa.

Hoy, también desde estas páginas nos anoticiamos de que en La Plata construir un mísero metro cuadrado cuesta 30 % que en Quilmes, Avellaneda, o cualquier lugar del Conurbano. ¿Cómo se explica?

Despacito -aunque acaloradamente- se empiezan a discutir las candidaturas para las PASO que, en cuanto nos demos cuenta, van a estar a la vuelta de la esquina.

Despacito -casi a paso de tortuga- estarían llegando las revelaciones brasileñas sobre las coimas de Odebrecht en la Argentina. Y si se confirman todas las sospechas (¿llegaremos a verlo?) la cuestión puede ponerse para alquilar balcones. Si Doña Rosa se rasgaba el batón y los ruleros con los millones de La Rosadita y los bolsos en el convento, podemos imaginar el soponcio que le puede dar cuando caiga en la cuenta de que aquellos ejemplos eran chirolas al lado de las coimas cariocas.

En cámara lenta -para no agotar la inspirada (¿?) letra del mega hit de Luis Fonzi- también podría decirse que se avanza en los temas de seguridad ciudadana, aunque en la mayoría de los casos la impresión es que en esas cuestiones la caja de cambios está trabada en reversa y desde hace muchos años.

Dos motochorros amedrentando con armas de fuego a padres, alumnos y docentes a la salida de una escuela situada a 20 cuadras del casco céntrico, no sería una buena señal. Cómo tampoco lo son los dos aterradores videos que se conocieron en las últimas horas: el de un auto embistiendo la vidriera de una estación de servicio para cometer un robo y el del pibe que apenas despegaba del suelo, vaciando la caja de una librería. Y lo más preocupante del caso es que, ante la reiteración de hechos de esta calaña, parte de la sociedad ya parece acostumbrada. Anestesiada por el “pasa todos los días”.

Pero como no todas pueden ser pálidas, busquemos el costado positivo de esta historia. Recuerde, querido lector, usted que peina canas y que es experto en el sube y baja de la Argentina, que allá, a finales de los 60 y principios de los 70, era este “El país del no me acuerdo”, o del “Reino del revés”, reflejado por María Elena Walsh en letras y música que han arrullado a varias generaciones de compatriotas nativos o por opción.

Y que este también supo ser -en la década del 40 del pasado siglo, el país del Cambalache de Discepolín. Si ahora vamos Despacito y al ritmo del raggeaton, a lo mejor, no dimos ningún paso adelante, pero -eso si- tenemos más ritmo y aprendimos a menear las caderas.

Párrafo aparte para los platenses Pablo Cereghetti y Giselle Petruzzi. Ambos estaban a bordo del avión que aterrizó de emergencia en Bolivia para salvarle la vida a un menor. Ambos aportaron su grano de arena en una historia con final feliz. Para ellos, aplauso, medalla y beso.

 

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