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Lula, dispuesto a gastar la última bala en el Tribunal Supremo de Brasil

@JorgeEliasInter

26 de Enero de 2018 | 02:45
Edición impresa

Jorge Elías

La suerte de Brasil nunca está echada. La de Luiz Inácio Lula da Silva tampoco. En principio, no podrá ser candidato presidencial, pero promete gastar la última bala en el Tribunal Supremo, el peldaño judicial más alto del país. Tres jueces de Porto Alegre convalidaron y aumentaron en segunda instancia la condena a prisión que le dictó el juez federal Sergio Moro. La primera en la historia contra un ex presidente por cargos de corrupción y de lavado de dinero.

¿Las elecciones sin Lula son un fraude, como martilla el Partido de los Trabajadores (PT)? ¿O las elecciones sin Lula, sueño del presidente Michel Temer, son otro capítulo de la novela Lava Jato?

Las presidenciales podrían ocurrir sin un favorito, excepto que el candidato ultraderechista Jair Bolsonaro capitalice la intención de voto que recoge en los sondeos. Bolsonaro expresa el fastidio y el miedo de los brasileños. El fastidio con los políticos y el miedo frente al alza de la criminalidad. Su discurso de odio contra las feministas y los artistas, así como su apología de la tortura y de la homofobia, echa sal en la herida de un país sacudido por la crisis y la corrupción. Los brasileños empiezan a salir de la depresión económica, pero deploran la gestión de Temer, sucesor de Dilma Rousseff.

La acusación contra Lula por haber recibido como soborno en especie de la constructora OAS un departamento triplex en el balneario paulista de Guarujá a cambio de garantizarle a la empresa contratos con Petrobras, no es más que la punta del iceberg. Uno de los jueces de Porto Alegre, João Pedro Gebran Neto, afirmó que existen “pruebas más allá de lo razonable de que el presidente fue uno de los principales artífices, si no el principal” del sistema de corrupción creado a través de los contratos de Petrobras (petrolão). Otro de los jueces, Leandro Paulsen, dijo que Lula estaba al tanto de los acuerdos para el pago de comisiones ilegales.

Desde la renuncia de Collor de Mello, senador y precandidato presidencial, el fantasma de la corrupción acecha a Brasil. Rousseff debió deshacerse de Erenice Guerra, su mano derecha y sucesora como jefa de ministros o de la Casa Civil durante el gobierno de Lula, antes de ganar las presidenciales de 2010. Guerra había participado de una firma de cabildeo que manejaban sus parientes.

Dos de los tres jefes de ministros del primer gobierno del PT en la historia debieron alejarse por sospechas de corrupción. En 2005, José Dirceu, mano derecha de Lula y antecesor de Rousseff, no pudo rebatir las denuncias por el mensalao (mensualidad). La acusación del diputado laborista Roberto Jefferson apuntaba a su entrecejo por la compra de voluntades entre legisladores que aprobaban a mano alzada los proyectos del gobierno.

Cuando Rousseff asumió la presidencia, adoptó la línea trazada por Lula: la corrupción podía rozarla, no salpicarla. En sus primeros seis meses de gobierno despidió a dos miembros de su gabinete heredados del gobierno anterior. La prensa brasileña solía echarle la culpa de esos pésimos hábitos a “la herencia maldita”. La de Lula, ahora supuesta “víctima de una venganza por sacar a tanta gente de la pobreza”.

En medio del fuego cruzado entre la política y la justicia, seis de cada diez brasileños viven en territorios controlados por facciones criminales. El país bate el récord de asesinatos: siete por hora. Los partidarios de la venta libre de armas han crecido del 30 al 43 por ciento desde 2013. El 57 por ciento de los brasileños, sobre todo jóvenes de 25 a 34 años, apoya la pena de muerte. Eso supone un aumento de 10 puntos respecto de 2008. La pena capital está contemplada en el inciso 47 del artículo 5º de la Constitución para períodos de guerra, pero no se aplica. La última vez que el país entró en guerra fue durante la Segunda Guerra Mundial.

Esas cifras explican en parte el éxito de Bolsonaro, avivado con los ataques contra sus pares del Congreso. De los 513 diputados federales, 195 enfrentan causas judiciales. De los que votaron a favor de la destitución de Rousseff, el 58 por ciento atraviesa circunstancias similares. Temer salió airoso en el Congreso de la posibilidad de ser suspendido por los delitos de obstrucción de la justicia y de asociación ilícita. Por primera vez en la historia, la Procuraduría General presentó denuncias penales contra un presidente en ejercicio. No una, sino dos veces. Zafó, acaso gracias al presidencialismo de coalición, no exento de complicidad

 

 

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