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Deportes |OPINIÓN

Del drama a la vergüenza

Del drama a la vergüenza

EZEQUIEL FERNÁNDEZ MOORES

2 de Diciembre de 2018 | 05:31
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Chapecoense puede caer hoy a la Segunda división del fútbol de Brasil, pero sabe por experiencia propia que el descenso no es un drama. Que drama es otra cosa. Tiene que ganarle hoy al histórico Sao Paulo en Arena Condá, el mismo estadio en el que hace solo dos años lloró el entierro de casi todo su plantel, parte de los 71 muertos del avión que cayó en las montañas de Medellín, cuando el club estaba a punto de afrontar la final de ida de la Copa Sudamericana ante el colombiano Atlético Nacional, el que iba a ser el partido más importante de toda su vida. Imposible olvidar la noche del 28 de noviembre de 2016, cuando la Conmebol de la era posFIFAgate, la nueva Conmebol del paraguayo Alejandro Domínguez creía también que nunca una final de uno de sus torneos quedaría sin poder jugarse.

“Chape” vivía un ascenso meteórico desde su aparición en 2014 en la Primera de Brasil. El avión de la compañía boliviana LaMia a las 22.15 se estrelló contra el cerro Gordo, a escasos kilómetros de la pista de aterrizaje del aeropuerto José María Córdova, en las afueras de Medellín. Murieron 71 personas, casi todos miembros de la delegación de Chapecoense, entre los cuales 19 jugadores, 14 integrantes de su Comisión Técnica y 9 dirigentes. Chapecoense era un equipo humilde, inevitablemente colectivo para cubrir su falta de estrellas, por lo que la solidaridad fue inmediata. La primera y más importante fue la del Atlético Nacional. El equipo colombiano que la historia recuerda ligado a los dineros narcos de Pablo Escobar, cuando Medellín sufría hasta seis mil homicidios anuales, escribió su página más bonita. Le dijo a la Conmebol que no quería la Copa y que el trofeo, a modo de homenaje, debía ser concedido a Chapecoense, como finalmente sucedió.

Cien mil hinchas colombianos desbordaron el Atanasio Girardot, de Medellín la noche que estaba prevista el partido. Fueron con velas y camisetas blancas. En Brasil, los equipos más poderosos solicitaron que no podía haber descenso inmediato hasta que Chape, que una década atrás jugaba en cuarta división, no tenía cancha y vendía rifas en sus primeros años para pagar salarios, tuviese tiempo para rearmarse. La despedida final en el Arena Condá sucedió en medio de un barrial por la lluvia. Domínguez estaba acompañado de Gianni Infantino, presidente de la FIFA. Se leyó un mensaje del Papa. Todos con la camiseta verde del equipo, inclusive el alcalde de Chapecó, ciudad catarinense de doscientos mil habitantes. El “Fuerza Chape” lució en los estadios de todo el mundo. Dos años después, la situación es otra.

El Superclásico que, por vergüenza argentina, no tuvo mejor idea que mudar al Bernabéu, para que se abra un nuevo negocio y reventa en euros

 

LaMia, la compañía boliviana que se jactaba de ser “la trasportadora oficial de la Copa Sudamericana”, está quebrada. Una investigación de la Aeronáutica Civil de Colombia detalló la cadena de irregularidades del aquel vuelo, incluida la decisión del piloto de no abastecerse de combustible entre Santa Cruz (Bolivia) y Medellín (Colombia). “Pero el accidente comenzó mucho antes de que el avión se cayera”, dijo en estos días Fabianne Belle, presidenta de la Asociación de Familiares y Amigos de las Víctimas del Vuelo de Chapecoense, viuda de Cezinha, fisiólogo del equipo. “Fue una cadena de negligencias de las aviaciones civiles de Brasil, Colombia y Bolivia. ¿Si el accidente hubiese ocurrido con la selección argentina y se moría (Leo) Messi las familias estaríamos siendo tratadas del mismo modo?”. Fabianne lo dijo porque, efectivamente, la selección blanquiceleste había viajado con esa misma compañía dos semanas antes de la tragedia. Muchas familias, las que pudieron resistir la debacle de sus economías, se niegan a aceptar la indemnización de 225.000 dólares por víctima ofrecidos por la aseguradora de LaMia.

El diario El Colombiano de Medellín reveló que el monumento prometido por el municipio de La Unión, en cuya jurisdicción está el cerro del accidente, no se construyó al parecer por disputas políticas. El museo con los objetos que se recogieron en el siniestro quebró por falta de dinero y todo lo que se exhibía se redujo a un cuarto en la trastienda de un café en La Unión. Entre los sobrevivientes está el arquero Jackson Follman, que reaprendió a caminar tras perder una pierna, abrió una clínica de rehabilitación en Chapecó y es embajador del club. Chapecoense pareció recuperarse mucho antes de lo previsto, al punto que en 2017 se mantuvo en la élite y jugó la Libertadores, con el símbolo del lateral Alan Ruschel, uno de los seis sobrevivientes, que volvió a jugar ocho meses después (Helio Neto buscará hacerlo en 2019). Otro sobreviviente, el periodista Rafael Henzel, también volvió a viajar con el equipo. Como muchos, estará trabajando el domingo, haciendo fuerza para evitar el descenso, en una ciudad que está pintando sus calles de blanco y verde, señal de apoyo. Mientras Chapecoense lucha, la Conmebol de Domínguez afronta desde hace días otra final polémica. El Superclásico que, por vergüenza argentina, no tuvo mejor idea que mudar al Bernabéu de Real Madrid, para que se abra un nuevo negocio con boletos de avión que triplican sus precios y reventa ahora en euros. Es todo una vergüenza sí. Pero no un drama. Drama es otra cosa. Chapecoense lo sabe.

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