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Séptimo Día |EL FENÓMENO DE AMÉLIE NOTHOMB Y LOS COLORIDOS PLATOS DE LEZAMA LIMA Y GARCÍA MÁRQUEZ. FRENTE A ELLOS, LA SOBRIEDAD DE LOS ESCRITORES ARGENTINOS

La comida y el hambre en la historia de la literatura

La importancia que le asignaban en Grecia a una buena mesa, en encuentros que siempre debían contar vino y pan. Kant le daba más trascendencia a las sobremesas “que deben durar horas”

La comida y el hambre en la historia de la literatura

Amélie Nothomb

11 de Marzo de 2018 | 08:47
Edición impresa

Por MARCELO ORTALE
marhila2003@yahoo.com.ar

“Dentro de mí está el infierno, un diablo que quiere destruirme”, dice la novelista Fabienne Claire Nothomb -más conocida en el universo literario como Amélie Nothomb- nacida en 1967 en Japón, país en el que su padre fue diplomático belga.

Ella después residió en Bélgica y París, en donde alcanzó notoriedad y fue elegida por la Real Academia de la lengua y de la literatura francesas de su país. Escribe en francés y lo hace todos los días, a partir de las 4 de la mañana. En ayunas. La comida, la guerra y la pobreza forman parte de sus temas más obsesivos.

“Necesito tener hambre, pero luego me permito banquetes de chocolate y champán”, dice Nothomb, cuyas obras recorren con éxito las librerías de Europa y del mundo. Habla japonés y trabajó como intérprete en Tokio. Desde 1992, ha publicado una novela cada año.

De familia burguesa y católica, Nothomb confiesa sin problemas que su relación con los alimentos fue conflictiva desde su infancia y lo sigue siendo ahora: “Sufrí una anorexia muy grave durante la adolescencia, estuve al borde de la muerte. Mis padres, como siempre, hicieron como si no pasara nada, como si lo mío fueran excentricidades divertidas. A los 16 años, de forma anárquica, comiendo cosas horribles, empecé a curarme. Tuve que cumplir los 21 para que la hora de la comida no fuera una tragedia, una ceremonia de lágrimas y odio a mí misma. Ahora sigo comiendo de forma rara, pero a veces consigo incluso sentir placer al alimentarme”.

En uno de sus libros, “Biografía del hambre”, describe una escena ciertamente espantosa, en la que ella come unos pulpos vivos que se aferran a su lengua e intentan arrancársela… “Quería reflejar mi relación complicada con la comida. Hubo una época en que me alimentaba sólo de piña tropical y el ácido de la fruta. Por una extraña alergia me irritaba la boca hasta el punto de sangrar, por lo que relaciono el sabor de la piña con el de la sangre. Me gustaba sangrar. Si no hubiera sufrido la anorexia, creo que en la adolescencia habría caído en la antropofagia o en la autofagia. Comer piña era como comerme a mí misma. Recuerdo perfectamente el día en que escribí el pasaje de los pulpos, porque a veces entro como en trance”

Está claro que la relación de los escritores y filósofos con la comida a lo largo de la historia pasa, muchas veces, por definiciones complejas, aunque no tanto como ocurre con Amélie Nothomb. Nuestra iluminada y dramática poeta porteña Alejandra Pizarnik escribió una vez en su diario: “Cada día tartamudeo más. Pero no sé si es tartamudez. En el fondo, no quiero hablar. Así como me alimento sin querer hacerlo, sino que lo hago por compulsión o por temor del vacío, así hablo, sabiendo no obstante, que debería callar”. Era tan delgada y menuda, Pizarnik, que parecía un pibe de barrio.

Pueden buscarse huellas del tema en la Antigua Grecia. En el caso de Platón –como de la mayoría de los pensadores griegos- el filósofo le asignaba al momento de la comida una importancia decisiva, con la condición de que en la mesa se ofrecieran siempre un buen pan y un buen vino. Varios siglos después, Kant le daba más importancia a las sobremesas, que duraban varias horas, que a los alimentos que habían ingerido. Muchos más datos sobre el tema pueden hallarse en el libro “La cocina de los filósofos”, de Francisco Jiménez Gracia, con dos capítulos recomendables: “La dieta de los sabios” y “La cocina de los utópicos: del rancho a la gastrosofía”.

EL COLOR DE LA MESA

Dos novelistas latinoamericanos –el cubano José Lezama Lima y el colombiano Gabriel García Márquez- integran como nadie la colorida, pero todavía inexistente, academia de gastronomía literaria. En el caso del cubano, autor de la imperecedera novela Paradiso –divulgada y hecha famosa por Julio Cortázar- destina cerca de 40 páginas a la descripción de un plato caribeño. Gran goloso, Lezama Lima le hace decir a uno de los personajes de Paradiso: “Todos los males que se derivan del exceso de comer son menores que los males que se derivan del exceso de no comer».

Cortázar cuenta que el día que conoció a Lezama Lima se fueron a cenar juntos y así describió ese encuentro: “Cuando lo vi saborear el pescado beber su vino como un alquimista que observa un precioso licor en su redoma, sentí lo que luego Paradiso habría de darme tan plenamente: el deslumbramiento de una poesía capaz de abarcar no solo el esplendor del verbo sino la totalidad de la vida desde la más ínfima brizna hasta la inmensidad cósmica. Recuerdo que pensé en la frase de Descartes, cuando un pedante que lo veía comer con apetito, se maravilló de que un filósofo pudiera ceder hasta ese punto a la sensualidad, y Descartes le respondió: ¿Pero es que creéis, señor, que Dios ha creado estas maravillas para el solo placer de los imbéciles?»

En cuanto a García Márquez, imposible no recordar la escena en la que literalmente “se comen” Aureliano Babilonia y Amaranta Ursula en un Macondo “olvidado por los pájaros, donde el polvo y el calor se habían hecho tan tenaces que costaba trabajo respirar”. Los amantes, sigue, se entregaron a la idolatría de los cuerpos, en una ceremonia que alternó erotismo y gastronomía de la buena, amasándose con claras de huevo diversos manjares que tallaban sobre distintas partes de sus cuerpos, suavizando sus muslos con manteca de coco. “Una noche se embadurnaron de pies a cabeza con melocotones de almíbar, se lamieron como perros y se amaron como locos en el piso del corredor, y fueron despertados por un torrente de hormigas carniceras que se disponían a devorarlos vivos”.

LA RACIONALIDAD

Mucho más racional, menos colorida y suntuosa, es la comida de los escritores argentinos. Se ha dicho ya en esta página que una de las primeras piezas de gastronomía literaria es la que escribió, en 1837, Estéban Echeverría. Se trata de una sátira burlona sobre las comidas de los extranjeros, denominada “El matambre”. Como dijo Damiana Alonso, “el autor rescata la eufonía de la palabra matambre y la significación de su construcción compuesta (mata-hambre), además de personificarlo, llamándolo Señor”

Sobre el asado ritual, casi íntimo, escribió Juan José Saer en “El río sin orillas” estos párrafos: “Es que la carne de vaca asada a las brasas, el “asado”, es no únicamente el alimento de base de los argentinos, sino el núcleo de su mitología, e incluso de su mística”.

“Un asado –sigue diciendo- no es únicamente la carne que se come, sino también el lugar donde se la come, la ocasión, la ceremonia. Además de ser un rito de evocación del pasado, es una promesa de reencuentro y de comunión. Como reminiscencia del pasado patriarcal de la llanura, es un alimento cargado de connotaciones rurales y viriles, y en general son hombres los que lo preparan”.

También existen múltiples referencias a las comidas criollas en Don Segundo Sombra, en donde siempre es la carne el eje infaltable del menú, con la cruz del asador clavada en tierra. La nómina, que arrancó desde el vientre precolombino y que llega hasta hoy, no puede ignorar las múltiples referencias gastronómicas de la literatura de Leopoldo Marechal, rica en referencias a los vinos de Salta, a los maníes, cholgas, quesos, dulces, nueces, almejas, salamines y otros manjares más consistentes descriptos en “El banquete de Severo Arcángelo”.

Para comer Borges preservó a lo largo de su vida el ascetismo propio de un lama. Aún en los restaurantes más empinados, su menú era invariable: arroz con manteca y queso rallado, y agua sin gas. Este plato era el que pedía que le prepararan en las casas a las que iba de visita. Pero una vez, en una quinta de City Bell, dijo que había variado de gustos y que su nuevo menú era un plato de ravioles y, de postre, dulce de leche. Explicó que la preferencia no le llegaba por motivos gastronómicos, sino por el avance de la ceguera. Se le hacía más fácil comer, ya que con el tenedor podía tantear los ravioles en el plato y, luego, con la cucharita el dulce de leche. “Y asi me privo de usar el cuchillo, que es un cubierto muy peligroso…”, dijo.

LA POBREZA

Los escritores de hoy y de ayer tomaron siempre previsiones para no incurrir en connotaciones burguesas, en especial en un mundo que no puede espantar al fantasma del hambre. De allí que puedan transmitirse estas expresiones:

“Una casa de Dios es el estómago vacío del pobre, y quien lo llena es también la voluntad de Dios ”
Friedrich Ruckert

“El rico come; el pobre se alimenta”
Quevedo

“Las comidas largas crean vidas cortas”
Rabelais

“La perfecta hora de comer es, para el rico, cuando tiene ganas; y para el pobre, cuando tiene qué”
Luis Vélez De Guevara

“Estómago hambriento no tiene oídos”
La Fontaine

“Todo lo que se come sin necesidad, se roba al estómago de los pobres”
Gandhi

“Antes de dar al pueblo sacerdotes, soledad y maestros, sería oportuno saber si por ventura no se está muriendo de hambre”
Tolstoi

 

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