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Séptimo Día |LA IGLESIA DE HOY

Hipocresía económica

18 de Marzo de 2018 | 08:25
Edición impresa

Por DR. JOSE LUIS KAUFMANN
Monseñor

Queridos hermanos y hermanas.

La economía sin moral es corrupta y dañina a la sociedad, ya que cualquier actividad humana está sometida a los criterios y a los imperativos de la moral, a fin de tener su condición de útil.

El ser humano que busca el bienestar, también en el orden material, nunca ha de descuidar su fin último, y todo lo deberá orientar hacia el bien soberano como meta de su existencia. Por lo tanto, la economía está al servicio del ser humano y de sus fines. El fin supremo de la economía es la solución efectiva y coherente de las necesidades humanas.

Sin embargo, a nadie escapa que en el mundo existe una lamentable hipocresía económica, ya que esa disciplina no siempre es usada en el debido servicio sino en beneficio de unos pocos, sin importar los gravísimos daños que se siguen en detrimento de muchos y hasta de comunidades nacionales.

Para ejemplificar esa hipocresía económica pueden señalarse las “astucias” de quienes se consideran hábiles vendedores mientras falsean la calidad, la cantidad, el peso, la medida, el origen de la mercancía… roban sin escrúpulo alguno, y se hacen de bienes que, en última instancia, no les pertenecen por haberlos adquirido de modo espurio. Esto no sucede únicamente en comercios de todo tipo sino también en estudios jurídicos y contables, oficinas estatales y privadas, e incluso en instituciones sociales… Nadie está exento de ser un corrupto en materia económica, y por lo mismo de ser un hipócrita indolente. El dinero puede llegar a convertirse en un demonio querido y adorado por seres humanos que perdieron su dignidad y, en su afán corrupto de tener más y más, no conocen límites y están dispuestos a cualquier crimen, hasta del familiar más cercano… Una educación propicia y sin influencias ideológicas puede prevenir estos y otros excesos; pero también un Estado sano, con funcionarios honestos, cuidará de la conducta moral de los ciudadanos.

La actividad económica, en particular la economía de mercado, no puede desenvolverse en medio de un vacío institucional, jurídico y político... ” (n° 48)

 

San Juan Pablo II afirma en su Carta Encíclica Centesimus annus, el 01 de mayo de 1991, que: “La actividad económica, en particular la economía de mercado, no puede desenvolverse en medio de un vacío institucional, jurídico y político. Por el contrario, supone una seguridad que garantiza la libertad individual y la propiedad, además de un sistema monetario estable y servicios públicos eficientes. La primera incumbencia del Estado es, pues, la de garantizar esa seguridad, de manera que quien trabaja y produce pueda gozar de los frutos de su trabajo y, por tanto, se sienta estimulado a realizarlo eficiente y honestamente. La falta de seguridad, junto con la corrupción de los poderes públicos y la proliferación de fuentes impropias de enriquecimiento y de beneficios fáciles, basados en actividades ilegales o puramente especulativas, es uno de los obstáculos principales para el desarrollo y para el orden económico.” (n° 48).

La sana economía comienza en cada hogar, en cada familia, donde sus integrantes han comprendido que los bienes se adquieren y se poseen para ser usados con equidad y según las exigencias del núcleo familiar. En ningún caso deberían existir valores de cierta importancia que no sean utilizados, ya que - como decía san Basilio Magno - “lo que no se necesita pertenece a los pobres”. Y será entonces lógico que sea entregado a quienes lo necesiten para subsistir con mayor dignidad.

Si cada familia vive una economía sana, toda la sociedad alcanzará el nivel económico más justo. Así, de modo semejante, cuando cada nación sea equilibrada económicamente, el mundo podrá gozar de una convivencia pacífica y feliz.De todos modos, todos tenemos el deber de ser honestos, coherentes, sinceros, a pesar de los males ejemplos, desterrando la hipocresía de nuestra vida.

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