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Séptimo Día |LA IGLESIA DE HOY

Hipocresía laboral

8 de Abril de 2018 | 09:15
Edición impresa

Por DR. JOSE LUIS KAUFMANN
Monseñor

Queridos hermanos y hermanas.

La hipocresía laboral se manifiesta de diversas maneras y tiene su raíz en el egoísmo de los individuos, en los celos y en las envidias, en las preferencias o acepción de personas; y puede darse tanto en los jefes o responsables como en los empleados o dependientes. En todos los casos, esa hipocresía - si bien puede camuflarse - siempre engendra daños difíciles de reparar y, lo que es todavía peor, impide vivir en la verdad y alcanzar la felicidad.

Como en otras situaciones, también en los trabajos, la hipocresía afecta la calidad de vida de los propios individuos, las relaciones interpersonales y el buen rendimiento. Además, genera desgaste y desconfianza.

Si el espacio laboral está infectado por la hipocresía no será posible que las personas que lo integran experimenten sinceridad, solidaridad, alegría y paz.

La hipocresía laboral también se produce cuando se soslaya o suprime la honestidad en la calidad de la materia prima o de los productos, en la ligereza o vulgaridad con que se trata a quienes tienen vínculos con la institución (clientes, aseguradores, servicios varios, entidades bancarias, etcétera).

Una vez que la hipocresía se ha instalado en el ámbito laboral, será difícil poder erradicarla. Por lo cual, los primeros que tienen la responsabilidad de una conducta honorable, respetuosa, humilde… son los emprendedores, dueños o encargados del establecimiento laboral. Y el primer cuidado ha de tenerse en cuanto a la veracidad en todo. Quienes mienten en perjuicio de otro están corrompidos y capacitados para seguir engañando. De hecho la hipocresía es hija de la mentira.

Lamentablemente, en el aspecto laboral hay influencias de la política, de la economía, de los asociaciones de trabajadores, y de cuántos pueden “sacar tajadas” en beneficio propio

 

Los diversos lugares de trabajo pueden ser estatales o privados, sanitarios o judiciales, comerciales o educacionales, agrícolas o culturales, civiles o religiosos… Nadie está exento de caer en el vicio deplorable y nefasto de la hipocresía. Por lo cual, todos los que ocupan un puesto de trabajo deberían tener conciencia del peligro y hacerse el propósito de no ceder a ninguna de las artimañas que deterioran la dignidad humana.

La hipocresía no es solamente una sumatoria de falsedades y mentiras de hechos externos, sino que es la conducta de los individuos corruptos que corrompen a la sociedad en que viven. Y, lamentablemente, en el aspecto laboral hay influencias de la política, de la economía, de los asociaciones de trabajadores, y de cuántos pueden “sacar tajadas” en beneficio propio. Con la hipocresía no se puede construir una patria de hermanos.

Cuando las entidades laborales tienen necesidad de personal, por cierto que seleccionan a quienes reúnen las condiciones, conocimientos y experiencias para el determinado espacio de trabajo, pero sobre todo centran su atención en las personas en las que puedan depositar toda su confianza, que sean honestas, veraces, sinceras, coherentes… Lo que se necesita en todas partes es una cultura de la sinceridad.

La Palabra de Dios nos exhorta: “Renuncien a toda maldad y a toda doblez, a la hipocresía, a la envidia y a toda clase de maledicencia” (1 Pedro 2, 1). Se trata de una renuncia necesaria para vivir con equilibrio.

Lamentablemente no es fácil ser varones y mujeres que vivan en la verdad, en una sociedad corrompida, pero precisamente por eso tenemos una mayor responsabilidad, con el propósito de sanear todos los ambientes laborales y así el trabajo de cada uno sea un aporte efectivo en orden a una sociedad de hermanos.

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