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Una recorrida por uno de los primeros textos del genial poeta y pintor belga, traducido por Ariel Dilon y publicado por Paradiso
Ignacio Minaverry
Por DAMIÁN TABAROVSKY
“Son todos viejos, tan viejos,/la jeta arrugada como un pañuelo de Bolsillo”, escribe Henri Michaux en un texto llamado “Caso de locura circular”, incluido en “Los que fui. Precedido de Los sueños y la pierna. Fábulas de origen y otros textos”, magníficamente traducido por Ariel Dilon, publicado por Paradiso en su colección “Traducción”, es decir la serie de poesía traducida, que está entre las mejores del habla hispana.
Estamos entre 1922 y 1926, época de los primeros escritos de Michaux, tal vez el único momento en su obra en el que es posible encontrar cierta filiación surrealista (digo “cierta filiación”, no más que eso) que luego se iría evaporando hasta hacer muy difícil encontrar alguna clase de influencia externa: con los años Michaux fue desarrollando eso que alguna vez se llamó “voz propia” (¡ah, mi amor por las categorías perimidas!), hecha de un estilo que indaga, una y otra vez, en la tensión entre lenguaje y acontecimiento, lenguaje y percepción, lenguaje y conocimiento.
Pero antes, en esos textos primeros, hay todavía rastros de un hermoso juvenilismo que rechaza a los viejos, y hay también un pensamiento agudo sobre los riesgos de la vanguardia de ser absorbida en el mercado como una mercancía más. Transcribo, como ejemplo, esta larga cita: “Así, Stravinsky, Oscar Herzog, Kandinsky, Picasso, Marinetti, fabricantes/El público dice: ‘¡Qué monstruosidad! Yo me deslomo trabajando ocho horas por día, para luego no tener dónde descansar salvo por una silla con puntas de acero; me duelen las nalgas’... y vuelven a Berioz y a Verlaine./ X años después, tras haberse acostumbrado a eso poco a poco, gusta de las nuevas sillas como el tónico que le hace falta/Para entonces, los señores Y., fabricantes, sintiendo ganas de reposar el trasero en grandes caparazones, fabrican asientos desprovistos de respaldo, y el público...y X años después...”.
En esos textos, hay todavía rastros de un hermoso juvenilismo que rechaza a los viejos
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La posibilidad de que la vanguardia pueda convertirse en un producto mainstream forma parte del propio pensamiento de las vanguardias, es parte de sus condiciones de posibilidad, y las mentes más lúcidas -como Michaux- hacen obra con ese horizonte. Más allá de estas cuestiones, “Los que fui...” permite acceder al nacimiento del género particular de Michaux. A mitad de camino entre la poesía, la prosa y el ensayo, o mejor dicho, atravesando la poesía, la prosa y el ensayo, la escritura de Michaux se imagina como una prosa autónoma, una roca hecha de experiencias -como el tiempo talla la piedra- ajena a cualquier tentación sentimental, a toda estrategia de seducción. La escritura de Michaux está ahí, se muestra y se exhibe como una garantía contra cualquier demagogia vanguardistoide (con permiso -o sin él- del neologismo), pero a la vez firme en sus convicciones. “Charlie, reacción contra el romanticismo”, se titula uno de los apartados de “Nuestro hermano Charlie”, en el que escribe: “Ya no tenemos emociones. Pero todavía actuamos. Nosotros somos Charlie.”
La recepción de la obra de Michaux en castellano -y en especial en la Argentina- es abundante. Borges tradujo “Un bárbaro en Asia” en un volumen de la editorial Sur, y recuerda a Michaux -a quien conoció en Buenos Aires en 1935 cuando ambos tenían 36 años: Borges no fue el único escritor nacido en 1899- como “un hombre sereno y sonriente, muy lúcido, de buena y no efusiva conversación y fácilmente irónico. No profesaba ninguna de las supersticiones de aquella fecha. Descreía de París, de los conventículos literarios, del culto, entonces de rigor, de Pablo Picasso. Con pareja imparcialidad, descreía de la sabiduría oriental”.
Descreer y superstición son las dos palabras claves de la frase, que en verdad hacen juego: Michaux descree de las supersticiones -incluso de la mezcalina, a la que toma en su dimensión material, nunca como “paraíso artificial”. Mencioné a Baudelaire, claro. Baudelaire está detrás de Michaux -aunque ya carente de toda estética de la mugre-, y sobre todo Mallarmé. Las palabras que Mallarmé envió al futuro, muchas veces retomadas por la French Theory, como “escritura”, “texto” o “grafía” valen para Michaux quizás como para ningún otro escritor de su tiempo. Deleuze lo piensa como un autor de “pliegues”, siguiendo el título de uno de los libros de Michaux (”La vida en los pliegues”) conjugado con la preocupación de Deleuze por el pliegue como “ritornelo”, como juego de diferencia y repetición. En Michaux no se da el pliegue barroco, sino el pliegue como extensión del sentido, como línea de fuga, que en verdad es el modo lateral con que Deleuze piensa al barroco. Si se me permite, diría que el de Michaux es un barroco opaco, un barroco que tal vez linda con la noción de “informe”, tal como la propuso Bataille (solo en eso es posible acercarlo a Bataille), en el sentido de lo indefinido, de lo que se sale del marco, de lo que se juega de un golpe (de dados): “La inteligencia está en la prensión, en función directa del poder de palpar”.
A veces con unos amigos nos divertimos traduciendo al castellano nombres de autores bajo la invocación de un juego de palabras levemente berreta. A Michaux le toca ser Mi yo. ¿Cuál es el yo Michaux? Lo responde en un poema llamado “Siempre su “yo””: “En este día, yo proclamo tajantemente que soy así. ¡Fijo en esto! (...)/no se trata de ser ni de no ser/se trata de aquello que/¡Pero por Dios! que me den pues un sustantivo/un calificativo maestro al que pueda pegarme por siempre jamás/¡pero alto ahí”. Está claro: “Alto ahí” significa que Michaux no se pega a ningún sustantivo, a ningún calificativo. Suelto, libre, se escapa de toda formula.
Ignacio Minaverry
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