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Entre el humor y la reflexión

Entre el humor y la reflexión

Alejandro Castañeda

8 de Julio de 2018 | 04:40
Edición impresa

Edgardo, un peruano desesperado de amor, denunció a su pareja porque se marchó y le “rompió el corazón”. Estaba destrozado y llamó al 911 pidiendo ayuda. El hombre dijo por teléfono que había sufrido un robo, pero cuando los agentes se presentaron en su vivienda, confesó la verdad. Su compañera lo había abandonado. Y Edgardo sintió que lo había dejado solo y sin nada. Los agentes le explicaron que no tenían jurisdicción frente a estos despojos. No hay detectives, le dijeron, que puedan encontrar los amores extraviados. Edgardo los escuchó entre lágrimas. El desamor a veces obliga a pedir socorro. Y cuando tu compañera te deja solo, ni el 911 ni el SAME sirven para enfrentar emergencias que en vez de sirenas traen tristeza y dolor.

La soledad es un tema. Y no sólo en Perú. Theresa May creó recientemente una Secretaría de la Soledad en el Reino Unido. Según estadísticas oficiales, este “mal” afecta allá a unas 9 millones de personas. Hoy, estar bien acompañado es un lujo. Y los que por alguna razón pierden a “su otro”, no saben dónde acudir para darle buena compañía a esas largas noches de recuerdos y silencio. Este ministerio inglés busca en principio saber cuántos y cómo son los solitarios, porque la burocracia siempre se las ingenia para transformarnos en un expediente que se cura con turnos y timbrados. Los de la tercera edad, dijeron, la tienen más difícil, aunque afloren por todos lados “esas residencias para ancianos –como dice Umbral- donde se les dopa de valium y televisión, para que no incordien”. La oficina inglesa no distingue edades. Enseña a enfrentar con serenidad un aislamiento que se hace más elocuente cuando llegamos tarde a casa y no encontramos esa voz que, hasta cuando rezongaba, nos sonaba imprescindible y deseada.

El amor, como el Mundial, es una carrera donde a veces avanzamos y otras veces nos eliminan. El peruano llamador ignoraba que el sentido de la derrota viene en el mismo paquete del enamoramiento. Y Rusia le enseñó que hay que estar preparado para fracasos fuera de programa. El fútbol se ha contagiado de los vaivenes que da el fuera de la cancha. Y las grandes estrellas del balompié, forzadas a poner a prueba su genialidad en un mes inigualado, han abandonado pronto la escena y han dejado para el recuerdo un manojo de nombres raros que los futboleros no tenían registrado y que vienen a reemplazar a esos messis que han llegado arropados de gloria y se han marchado como la peruana, dejando tras de sí un gentío desamparado al que ni patrulleros ni ambulancias pueden auxiliar.

El fútbol siempre enseña algo, más allá del resultado y de ese vendaval de lágrimas y euforia que se reparte equitativamente en cada estadio. Es un ejemplo de expectativa y furia que da clases de resignación. Nos fuimos pronto y nos dejó un triste consuelo: a falta de alegrías nuestras, no quedó otra que disfrutar por lágrimas ajenas. Ahora que América no tiene candidatos, dejamos que la copa vaya para cualquier lado, total no nos queda nadie para desafiar nuestra envidia, que a esta altura es una de nuestras más consistentes posesiones.

De a poco el cuadro se va perfilando. Allá y aquí. La realidad recupera su lugar en la platea. Y la complicada actualidad empieza a desfilar rumbo a la cancha. Las eliminatorias de verdad están en marcha y sin técnicos a la vista. Necesitamos aunque sea un VAR que reparta tarjetas rojas y enseñe qué se debe cobrar, aunque va quedando poco para cobrar en un país que debe hasta la esperanza.

La renovación va llegando y no sólo a las canchas. Después de Rusia, son varios los candidatos ignotos que aspiran a consagrarse en el campeonato del 2019. Aprendieron que las grandes figuras, por querer competir sólo entre ellas, se olvidan de los demás. Como enseñó el Mundial, algunos aguardan que algunas estrellas desgastadas cuelguen los botines y surjan novedades y sorpresas. ¿Falta mucho para el 2019? Hoy el equipo nacional no piensa tanto en la Copa sino en poder llegar al alargue.

Necesitamos un VAR que nos muestre qué se debe cobrar y a quién sacarle tarjeta roja

 

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