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Séptimo Día |PERSPECTIVAS

Cooperar o confrontar, esa es la cuestión

Cooperar o confrontar, esa es la cuestión

SERGIO SINAYsergiosinay@gmail.com

2 de Septiembre de 2018 | 07:47
Edición impresa

A mediados del siglo diecinueve, en 1859, el célebre naturalista británico Charles Darwin revolucionó las concepciones sobre la evolución al publicar su libro “El origen de las especies”. Su teoría, sólidamente fundamentada, sobre el principio de la vida en el planeta, produjo en algunos sectores reacciones tan airadas como las que en su momento suscitó Galileo al sostener que la tierra gira alrededor del sol. Pero el pensamiento y los trabajos científicos de uno y otro, a pesar de los riesgos que les valieron, atravesaron los tiempos y contribuyeron al conocimiento del mundo y del universo que habitamos y de la especie que integramos, así como de aquellas con las que convivimos.

Se suele resumir las teorías de Darwin con una idea simplificadora, según la cual en la cadena evolutiva sobreviven los más fuertes y los más aptos. De esa manera las especies se irían proyectando, transformando, adaptando o desapareciendo, según el caso. De ahí se deduce habitualmente que la vida es una lucha. Sin embargo, hay una idea fuerte en Darwin, de la que se habla menos. Él sostenía que los instintos prioritarios, y sostenedores de la vida de las especies, son los de cercanía, unión y pertenencia. Ellos son anteriores a la agresividad. Esta, como el miedo, aparecen como reacción ante circunstancias en las cuales la vida se ve amenazada. Pero las primeras conductas que se manifiestan son las cooperativas, solidarias e inclusivas.

UNA DISYUNTIVA TAJANTE

Se puede decir que el objetivo inicial del ser humano en la Tierra es el de cooperar para vivir. Las teorías y creencias que avalan a la ley del más fuerte son producto de un reduccionismo orientado a justificar actitudes y conductas depredadoras. Desde su misma etimología, la palabra cooperar se opone a la idea de enfrentamiento o lucha. El vocablo, de origen latino, nace de la unión de “co”, que significa encuentro, conjunción o asociación, y “operari”, verbo que refiere a operar, ejercer, practicar, producir. A diferencia de la colaboración, que también se relaciona con la acción conjunta, la cooperación es más específica. Mientras aquella remite a la labor en común, no focaliza meta o propósito puntual. La cooperación, en cambio, conecta con un fin concreto. Se coopera para un logro determinado, para arribar a una meta claramente definida. John Stuart Mill (1806-1873), filósofo y economista escocés cuyas ideas sobre la libertad, la felicidad y la democracia siguen influyendo en el pensamiento contemporáneo (al respecto bien vale una lectura o relectura de su obra “Sobre la libertad”), sostenía que “no hay mejor prueba del progreso de la civilización que el progreso del poder de cooperación”.

En sociedades como las de hoy, que han ido virando hacia el individualismo extremo, el hedonismo egoísta, el olvido del bien común en beneficio del propio y la indiferencia por el otro, la cooperación se reafirma como condición necesaria para la supervivencia humana y para la creación de espacios de convivencia en los que cada persona pueda desarrollar sus potencialidades para su autorrealización y para contribuir a la comunidad. La evolución del capitalismo en una dirección cada vez más utilitaria, en la cual la rentabilidad es más importante que las personas (lo que va del capitalismo de producción al financiero), pone sobre la mesa la tajante polarización que hoy se abre ante nosotros. Cooperar o confrontar.

Según se ponga el acento en uno u otro polo, cambian los valores, los propósitos, la manera de vincularse, de trabajar y de vivir. Como valores de la cooperación se pueden citar el propósito común, el registro de la existencia del otro, el respeto, la confianza, la aceptación y valoración de la diversidad. En el paradigma de la confrontación se destacan, en cambio, los intereses propios por sobre los de la comunidad, la desconfianza, la indiferencia hacia el prójimo, el “primero yo”. Cuando se coopera, la convivencia es primordial. Cuando se confronta cobra importancia la competencia.

MEDIOS Y FINES

Competir no está mal. Pero hay que ver cómo y para qué. Cuando se vive bajo las normas de la confrontación se compite “contra” alguien o algo. Si, en cambio, se habitan espacios cooperativos se compite “con”. En el primer tipo de competencia el fin esencial es ganar o eliminar al otro. Ese el fin. Cuando se compite “con”, la competencia es un medio para el desarrollo de recursos propios, es una forma de autoconocimiento e incluso se puede establecer términos de colaboración con el competidor. Ganar es una consecuencia posible, pero no es el fin último y único. Al transformar el ganar o el imponerse al otro en el fin primordial, la visión competitiva predispone a justificar los medios. En el paradigma cooperativo el medio debe adecuarse al propósito común. Hecha esta distinción, el lector puede levantar la mirada, observar el mundo en el que vive y preguntarse si este se rige por coordenadas de confrontación o de cooperación. Las formas de convivir en uno y otro caso no son las mismas, el estado de ánimo, los vínculos que se construyen y las huellas que se dejan, tampoco lo son.

Quizás también difieran, y mucho, las visiones sobre el futuro. En el fondo del modelo mental confrontador está la creencia de que “no hay para todos”. La escasez ocupa el centro del escenario. Los teóricos del utilitarismo egoísta plantean que ni los alimentos, ni el trabajo, ni el espacio físico, ni los recursos naturales, ni, desde ya, los puestos a que se aspira bastarán para todos, de manera que hay que procurarse cuanto antes lo propio. Esto convierte de inmediato al otro en un enemigo. Quiere lo mismo que yo y no alcanza para los dos. Debo imponerme a él, ganarle, eliminarlo, sacarlo de la cancha. ¿Por qué medios? Se verá. En esta cosmovisión la vida es guerra. No se habla de herramientas para vivir sino de armas para la supervivencia. Con herramientas se construye, con armas se destruye.

Una cosmovisión cooperativa, en cambio, crea condiciones para que quienes orientan sus valores y conductas en función de ella encuentren en su modo de vivir, relacionarse y trabajar, numerosos momentos de sentido. Son esos momentos, breves o prolongados en el tiempo, en los que sentimos que solo por lo que ocurre en ellos, y por experimentarlos, toda nuestra vida mereció ser vivida, independientemente de sus dolores, pérdidas, imposibilidades u otros imponderables que son inherentes a la existencia. Como señala la psicoterapeuta y escritora austriaca Elisabeth Lukas, esos momentos en que percibimos el sentido de nuestra vida están vinculados a algo que hicimos o nos pasó relacionado con el otro, con los otros. El sentido existencial jamás aparecerá en la confrontación, en el aislamiento narcisista, en la cerrazón egoísta, sino en las tramas de cooperación, aceptación y convivencia que construimos y en que nos incluimos con otros.

Cada día se nos ofrece una oportunidad de construir o fortalecer campos cooperativos. Esas oportunidades están en la pareja, en la familia, en el trabajo, en el barrio, en el consorcio, en cada uno de los lugares en donde protagonizamos cotidianamente nuestra vida. No depende más que de nuestra actitud. Confrontar o cooperar es una opción que cada uno resuelve bajo su propia responsabilidad. Las consecuencias son diferentes y opuestas. También lo son las formas de vida consecuentes.

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