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Vivir Bien |LA CORONA NO SE ELIGE, SE HEREDA

Historia de algunos monarcas locos, crueles y también contrahechos

Reinas y reyes de Europa que se hicieron famosos por padecer trastornos mentales y emocionales, y otros que fueron déspotas con su pueblo o la inteligencia no era lo que los caracterizaba

Historia de algunos monarcas locos, crueles y también contrahechos

El rey Jorge III de Inglaterra junto a su esposa carlota y sus hijos

VIRGINIA BLONDEAU
Por VIRGINIA BLONDEAU

25 de Agosto de 2019 | 05:58
Edición impresa

La cordura, la bondad, la inteligencia y el estar bien plantado ante la vida son condiciones deseables y muy convenientes en aquellos hombres y mujeres que ostentan posiciones de poder. Y si bien la locura, la crueldad y la incapacidad no son privativas de reyes y reinas (sabemos que hay sistemas republicanos que han sufrido a personajes enajenados), el carácter hereditario de la monarquía la hace más vulnerable: la caprichosa genética puede producir un primogénito heredero que sea mal bicho o loco de cuidado y ni una cosa ni la otra le impedirá ser coronado rey cuando llegue el momento. También es verdad que los monarcas del siglo XXI, por lo menos en Europa, no tienen poder ejecutivo y, por lo tanto, son mucho menos peligrosos. Pero su mismo carácter decorativo hace que, para “adornar” sus países correctamente, deban ofrecer imagen ética y estética intachable. Sino la institución monárquica como tal pierde sentido.

Pero no era así en siglos anteriores. Con más poder pero mucha menos exposición, los países del Viejo Continente estuvieron gobernados por personajes tan excéntricos como, por ejemplo, el rey Jorge III de Inglaterra.

Jorge fue abuelo de la reina Victoria y, por lo tanto, es antepasado directo de la actual reina. Fue coronado en 1761 y se lo conocía como el “rey granjero” por sus gustos sencillos. Pero, finalmente, pasó a la historia con otro apodo: el rey loco. Y es que, si bien siempre había tenido conductas extravagantes, en 1788 se desataron sus ataques de ira que lo convirtieron en un peligro para él y para sus allegados. Y, aunque su esposa Carlota trataba de disimular su locura, cuando los ministros lo vieron saludar a un roble creyendo que era el rey Federico de Prusia y pretender que un grupo de gansos se pusiera en fila como soldados, decidieron que era momento de nombrar a su regente heredero. Pero el rey se recuperó y comenzó la guerra de poder entre padre e hijo: uno luchaba por conservar la cordura y el otro por hundirlo en la locura.

“El rey desgraciado se sentía perro. Aullaba, caminaba en cuatro patas y ladraba a la noche”

 

Se creyó que el rey Jorge sufría porfiria, una enfermedad de la sangre. Este diagnóstico no llegaba a explicar del todo esas crisis en el sistema nervioso. Nuevas investigaciones, en este siglo, determinaron que fue tratado con arsénico y otros productos nocivos y que la suma de factores pudo ser la causa de sus desvaríos.

En 1811 el rey Jorge se perdió del todo, fue confinado al castillo de Winsor y su hijo asumió como regente. A fines de 1819 tuvo una crisis, tragicómica si se quiere: vociferó un discurso durante casi tres días hasta caer inconsciente. Falleció, por agotamiento, dos días después.

Ya trajimos a estas páginas en entregas anteriores, a una reina y a un rey que pasaron a la historia con el apelativo de “locos”: Juana I de Castilla y Luis II de Baviera. Ambos seres a los que una extrema sensibilidad y un entorno hostil los llevó a perder la cordura.

Juana, como recordarán, era hija de los Reyes Católicos y al morir sus hermanos mayores se convirtió en heredera de los tronos de Castilla y León y de Aragón. Muy joven la casaron con un archiduque austríaco conocido como Felipe el Hermoso. Juana había tenido una educación exquisita y había demostrado ser muy inteligente pero cuando murió su madre, a pesar de haber heredado el reino de Castilla por derecho propio, ni su padre ni su esposo la dejaron gobernar por el simple hecho de ser mujer.

Juana amaba a su esposo y los celos la carcomían. Justo es decir que con cierta razón ya que Felipe iba de cama en cama. Estos celos posesivos atravesaron la muerte. Cuando Felipe murió en 1506, a los 28 años, Juana se aferró al hediondo cadáver como no había podido aferrarse en vida al deseado cuerpo de su infiel esposo; recorrió España durante meses con el cadáver a cuestas hasta que lograron convencerla de darle cristiana sepultura. Estaba embarazada y una vez que dio luz a su hija fue encerrada en un castillo hasta su muerte en 1555 a los 75 años. En tiempos modernos se diagnosticó su enfermedad como esquizofrenia pero a la luz de la nueva psiquiatría se habla más de un trastorno esquizoafectivo o bipolar, agravado por la falta de contención familiar y por el aislamiento al que fue sometida.

El otro “rey loco” que traemos a estas páginas es Luis II de Baviera. Luis comenzó su reinado en 1836 con las mejores intenciones. Era joven, hermoso, culto, inteligente y con una gran sensibilidad a las necesidades de su pueblo. Pero, claro, cualquier posición de poder conlleva toma de decisiones, elecciones y obligaciones… y Luis era un espíritu libre. En su adolescencia se había embelesado con las obras de un músico de cierto renombre: Richard Wagner. Se juró que en cuanto fuera rey, él sería su protegido. Y cumplió.

Lo trajo a la corte y lo convirtió en su obsesión y su objeto de deseo. Los ministros de Baviera no veían con agrado que el rey desatendiera sus funciones para atender al músico y que las exiguas arcas del reino sirvieran para montar óperas y mantener a Wagner y su familia. Costó mucho lograr que Luis entrara en razones y lo echara de la corte. Pero el rey cayó en una profunda depresión.

Se negó a gobernar, atendía a sus ministros a través de una puerta y si tenía obligación de participar de un Consejo de Estado le pedía a su orquesta que tocara a su lado para no tener que escuchar ni intervenir. Solo lo entusiasmaba la construcción de sus castillos en los que se recluía para no ver a nadie. Estaba cada vez más convencido de ser la reencarnación del Rey Sol francés y replicaba la estructura y decoración de Versalles en cada espacio que diseñaba.

El rey Jorge III de Inglaterra vociferó un discurso durante casi tres días hasta caer inconsciente

 

Luis también se debatía entre lo que era, homosexual confeso, y lo que debía ser y hacer: casarse y dar un heredero al trono. Lo intentó: se comprometió con su prima Sofía pero luego de aplazar la boda dos veces, canceló el compromiso.

Cuando se acercaba a sus 40 años lo convencieron de hacer una consulta con un médico psiquiatra quien le diagnosticó esquizofrenia paranoide. Sus ministros lo obligaron a abdicar con la excusa de que debía intentar recuperarse. Luis firmó la abdicación y pidió salir a dar un paseo. Nunca volvió. Él y su psiquiatra aparecieron ahogados en un lago de las inmediaciones. Aún hoy se desconocen las circunstancias de sus muertes.

A Luis lo sucedió su hermano Oto quien, tal como nos cuenta el autor Darío Silva D´Andrea en su publicación y blog Secretos Cortesanos, estaba aún más loco y murió sin saber que alguna vez había sido rey de Baviera. Silva D’Andrea invoca la descripción que la infanta Eulalia de Borbón hizo de Oto, a quien había conocido en sus viajes por Europa: “…el rey desgraciado se sentía perro. Aullaba, caminaba en cuatro patas y llenaba de ladridos y aullidos la noche del palacio en sombras”. El de Oto es uno de los pocos casos documentados de cinantropía y lo más curioso es que en 1913 se reformó la constitución de Baviera para incluir que “creerse perro es una de las causas para destituir a un rey”.

En el próximo capítulo les contaré la triste historia de una emperatriz que enloqueció por una traición; de reyes que fueron extremadamente crueles, y de pobres desgraciados, víctimas de matrimonios entre primos. Y antes de juzgar recuerden que de poetas y de locos, todos tenemos un poco. Incluso los reyes.

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