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Francisco Eggers (*)
eleconomista.com.ar
En general, el dólar relevante para la inflación es el que se usa para importar y exportar
En el pasado, con retenciones en aumento, la producción agrícola creció
Hace poco, un reconocido economista decía, sin dudar, que las medidas tomadas en diciembre por el nuevo Gobierno iban a profundizar la recesión. No explicó con claridad por qué, así que me tomaré la libertad de interpretarlo. Tal vez entienda que, como se reduce el ingreso disponible de los particulares (porque los aumentos de impuestos están concebidos para recaudar bastante más que lo que aumenta el gasto público), y como el consumo privado depende de su ingreso disponible, habrá una menor demanda de bienes y servicios nacionales, lo que hará disminuir su producción, profundizándose la recesión.
En ese caso, no estaría teniendo en cuenta que, además de la reducción del déficit fiscal, hay una redistribución de ingresos, desde sectores con propensión al consumo de bienes nacionales relativamente baja (una parte significativa de su ingreso lo emplean -o empleaban- a comprar dólares o bienes y servicios que se pagan con dólares), hacia sectores que destinan casi todo su ingreso a consumir bienes y servicios nacionales. Si pagan más impuestos los productores agropecuarios, los residentes en el país con bienes en el exterior, quienes demandan dólares para viajar al exterior o para atesorar, los compradores de automotores cuyo precio más que duplica el de los 0 km más baratos, etcétera; mientras se transfieren fondos a los que cobran haberes previsionales mínimos o AUH, el consumo de bienes y servicios nacionales puede mantenerse o incluso aumentar, aun cuando el ingreso disponible total disminuya.
Con esto no estoy diciendo que las medidas distributivas (a las fiscales se suman las regulatorias sobre tarifas, combustibles y salarios) sean buenas o malas; esa evaluación dependerá de los valores de cada uno y de los modelos económicos de largo plazo en los que crea. Mi punto es que una reducción del déficit fiscal no es incompatible con un aumento de la demanda privada por bienes y servicios nacionales.
Otros opinantes dicen que la producción retrocederá porque la suba de impuestos a las exportaciones disminuye la rentabilidad agropecuaria. Pero, en el pasado reciente, con retenciones en aumento la producción agrícola creció: desde alrededor de 70 millones de toneladas a principios de siglo, hasta más de 120 millones en 2015. ¿Qué pasó con la soja, el cultivo más “castigado” por las retenciones?: aumentó en mayor proporción que el resto. El nivel de producción de granos parece más influido por cuestiones climáticas o tecnológicas que por las “retenciones”. Es probable que, más allá de cierto umbral de rentabilidad, la elasticidad-precio de la producción agrícola sea baja: los campos se utilizan en lo que resulte más rentable (soja, maíz, ganado, etcétera), pero no quedan ociosos porque hayan aumentado los impuestos.
La explicación más inconsistente de “la recesión que se viene” argumenta que en nuestro país las devaluaciones traen inflación y recesión (lo que, en general, es cierto), y que el impuesto del 30% a la compra de dólares es una devaluación (esto es falso). En general, el dólar relevante para la inflación es el que se usa para importar y exportar. Entre julio y agosto de 2015 el dólar “blue” subió 18%, sin impacto visible en la inflación. Mientras que a fines de 2015 los funcionarios decían que la suba del dólar oficial no iba a provocar inflación, porque los precios ya estaban acomodados al “blue”; y no fue cierto. La inflación en diciembre pasado fue alta (sin ser un golpe inflacionario que provoque recesión), pero no por devaluación, sino por una mezcla de inercia y expectativas de futuros congelamientos de precios. Y la inflación de enero estará seguramente lejos del nivel que cabría esperar luego de una devaluación del 30% en los últimos días de diciembre.
Creo que, en este momento, lo que más influirá sobre el nivel de actividad económica serán las expectativas: si las familias y las empresas creen que las cosas empeorarán, disminuirán su consumo y su producción. Hay quien afirma que las expectativas empeoran por la intervención del Estado en la economía, y por esa causa se profundizará la recesión. En realidad, es difícil medir las expectativas que actúan sobre las decisiones de producción, consumo e inversión en bienes y servicios reales; lo mejor es verificar el comportamiento de estas variables, pero las estadísticas correspondientes sólo las podremos tener, en forma confiable, dentro de varias semanas.
Pero se ven signos de mejora de expectativas en mercados financieros: durante diciembre aumentó el precio de los títulos públicos argentinos (disminuyó el riesgo país), bajó la tasa de interés sin que haya corridas bancarias o cambiarias, y el Tesoro pudo, luego de varios meses, volver a licitar y colocar Letras en pesos. No siempre esas expectativas tienen correlato en lo que pasa en la economía real; pero muchos inversores financieros entienden que, en las actuales circunstancias (en las cuales no cabe esperar el ingreso de capitales especulativos), sólo se podrá crear valor financiero si se crea valor real; por lo cual es probable que, al menos ellos, también tengan expectativas positivas sobre la marcha de la economía (y esto de las expectativas tiende a ser contagioso). Y, con expectativas positivas, podríamos estar asistiendo a una reactivación de la economía.
Si, efectivamente, las expectativas mejoraron, tendría lógica: las medidas se proponen reducir el déficit fiscal y mejorar el balance de divisas, y fueron anunciadas sin un efecto de convulsión social que ponga en peligro estos avances. Y esa es buena noticia: si repasamos la historia reciente, al país le fue mucho mejor (en términos de nivel de actividad) cuando hubo equilibrio o superávit fiscal y externo que cuando hubo déficits gemelos.
Falta aún para que podamos hablar de equilibrios estables, pero la reducción del déficit fiscal y el encarecimiento del dólar para turismo y para atesorar van en la dirección correcta, más allá de que la consolidación en el largo plazo no podría descansar en las medidas que se toman en una situación como la que encontró el actual gobierno; hay que desarrollar acciones tendientes al crecimiento sustentable, lo que incluye lograr esos equilibrios sobre bases más sólidas. Pero esas acciones llevan tiempo, y en la emergencia hay que tomar medidas de emergencia.
¿Habrá recesión, estancamiento o reactivación en los primeros meses de la nueva gestión? Tendremos que esperar para saberlo; habría que disponer, al menos, de los datos de actividad económica del primer trimestre de 2020, a publicarse el 20 de mayo. Pero, mientras tanto, es mejor no manejarse por prejuicios ideológicos, porque los agentes económicos actúan por sus conveniencias y sus percepciones, no por ideologías.
(*) Profesor UNLP y UCALP
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